Ciclista
El atentado acaba de suceder. Est¨¢ ardiendo un convoy militar; dos carros de combate humeantes exhiben a los tanquistas muertos con la cabeza fuera de la escotilla; varios cad¨¢veres civiles se hallan esparcidos por el asfalto. La gente expresa su dolor ara?¨¢ndose la cara; en primer plano una mujer grita con un ni?o ensangrentado en brazos; las ambulancias no han llegado todav¨ªa. En ese momento las c¨¢maras muestran a un tipo que cruza por en medio de esa masacre en bicicleta pedaleando de forma desganada y ni siquiera se digna volver el rostro hacia el espect¨¢culo. La figura de este ciclista impasible se ha repetido en otros lugares, en otras matanzas, en Irak, en Afganist¨¢n, en Argelia, en el antiguo Vietnam. Siendo cada vez un hombre distinto es siempre el mismo hombre. A veces tambi¨¦n atraviesa esta carnicer¨ªa humana con gran parsimonia montado en un pollino. Cualquier tragedia le deja indiferente. Nadie sabe de donde viene ni adonde va este hombre ni si tiene familia, trabajo o destino alguno en este mundo. Mientras el terrible atentado sigue su curso, entre varias camillas que cargan muertos y heridos, unos perros se aparean en la esquina y para todos juntos brilla el mismo sol de primavera. En una calle cercana un herrero ha o¨ªdo la explosi¨®n y sin levantar la cabeza sigue golpeando el yunque para forjar un arado que ma?ana abrir¨¢ surcos al trigo; bajo el olor a dinamita un tendero envuelve una libra de s¨¦samo en papel de estraza a su cliente y cuatro viejos en el bar juegan a la baraja. El pintor Brueghel el Viejo es autor de un cuadro titulado Paisaje con la ca¨ªda de Icaro, donde aparece un labrador que trabaja la tierra y un barco que navega pl¨¢cidamente al tiempo que Icaro se desploma desde el cielo hasta hundirse en el mar. Al castigo de este h¨¦roe, cuyas alas de cera se derritieron, tanto como su orgullo, a medida que ascend¨ªa hacia el sol, le dedic¨® el poeta W. H. Auden unos versos para exaltar esa realidad cotidiana que siempre fluye al margen de cualquier desastre. El labrador ha o¨ªdo el grito desesperado de Icaro y el impacto de su cuerpo en el mar, pero no ha sentido que fuera una tragedia y ha seguido arando, lo mismo que el barco lujoso y delicado continu¨® navegando pl¨¢cidamente sin desviar su rumbo. Me pregunto si ese hombre impasible de la bicicleta, siempre igual, siempre distinto, que atraviesa la desdicha humana sin volver el rostro no ser¨¢ un ¨¢ngel destinado a que la historia siga adelante sin hundirse como Icaro en el abismo.
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