Gobernar ante el PSOE
Despu¨¦s de la sorpresa electoral del 14-M hemos descubierto que Zapatero no hab¨ªa perdido el tiempo en la oposici¨®n. Todos los pron¨®sticos le daban por perdedor. Sin embargo, al d¨ªa siguiente de su victoria demostr¨® que ten¨ªa perfectamente dise?ada la formaci¨®n de gobierno, as¨ª como las primeras medidas y nombramientos. Su arrancada ha sido impetuosa. En contraste, el Gobierno de izquierdas catal¨¢n, que era favorito en las elecciones, se encontr¨® gobernando sin saber muy bien por d¨®nde avanzar, embarull¨¢ndose en los nombramientos y saltando de crisis en crisis. Sin duda hay atenuantes: no es lo mismo un Gobierno de un solo partido que un Gobierno de coalici¨®n; no es lo mismo tener los resortes del poder central del Estado que gobernar este pedacito de Estado que es la Generalitat de Catalu?a, y en el caso de los socialistas, no es lo mismo gobernar con un partido renovado que gobernar con la renovaci¨®n pendiente. Estos y otros muchos atenuantes deben ser tenidos en cuenta antes de pronunciar cualquier juicio riguroso. Pero el Gobierno catal¨¢n tendr¨¢ que acelerar el ritmo porque, de momento, cada d¨ªa de gobierno de Zapatero le envejece un poco. Hay situaciones en que uno tiene la impresi¨®n de que el Gobierno catal¨¢n estaba preparado para hacer victimismo ante el PP, pero no para gobernar ante el PSOE.
En la sociedad medi¨¢tica, la pol¨ªtica de un Gobierno adquiere identidad y reconocimiento a partir de una articulaci¨®n adecuada de unas ideas fuerza -simples en su formulaci¨®n-, de algunos gestos que determinen un estilo y, por supuesto, de las acciones de gobierno. El Gobierno catal¨¢n tiene programa, pero le falta identidad pol¨ªtica y capacidad de comunicaci¨®n. Quiz¨¢ por ¨¦ste motivo es tan lento en el cumplimiento de lo pactado y en la transmisi¨®n de una imagen de eficiencia.
El 14-M los partidos del Gobierno catal¨¢n obtuvieron magn¨ªficos resultados. Los interpretaron -cada uno a su modo- como una confirmaci¨®n de la voluntad de los catalanes de que el Gobierno, pese a los contratiempos acumulados, siguiera adelante. Y muy probablemente era as¨ª. Pero no se puede olvidar que la motivaci¨®n principal de los electores fue el rechazo al Gobierno del Partido Popular. Carod Rovira se benefici¨® de la adhesi¨®n que provoca en Catalu?a cualquier persona satanizada por el Partido Popular. Montilla consigui¨® la suma de votos m¨¢s grande y de m¨¢s amplio espectro alcanzada jam¨¢s por un partido catal¨¢n, porque el electorado sinti¨® que el cambio de gobierno en Espa?a era posible. Montilla recibi¨® un trasvase significativo de voto del PP. Lo cual permite recordar que hay electores que votan al PSOE cuando el criterio de voto tiene que ver con la polarizaci¨®n izquierda-derecha y que no le votan (se van a la abstenci¨®n o al PP) cuando la motivaci¨®n del voto tiene que ver con la polarizaci¨®n entre nacionalismos. Con lo cual, como dice un amigo m¨ªo, el PSC tiene que pens¨¢rselo dos veces antes de liderar una agenda que llevar¨¢ a la confrontaci¨®n con el Gobierno de Madrid, a las habituales frustraciones y, como consecuencia, a favorecer todo aquello que necesitan los nacionalistas para rehacerse.
Por suerte para el tripartito, CiU sigue sin encontrar el rumbo de navegaci¨®n. Por razones m¨¢s psicol¨®gicas que pol¨ªticas, se niega a aceptar la condici¨®n de partido de centro-derecha, que es donde tiene el espacio para crecer y la plataforma desde la que empezar a reconquistar terreno. Pero todo perdedor es v¨ªctima de cierto s¨ªndrome de Estocolmo respecto del que gana y CiU -y Artur Mas especialmente, que es el m¨¢s atrapado por la psicopatolog¨ªa pol¨ªtica de la derrota- vive m¨¢s pendiente de Esquerra Republicana que de s¨ª mismo. Jugar la carta de la radicalizaci¨®n en el debate del Estatut puede tener el sentido t¨¢ctico de buscar la fractura del tripartito. Pero, tal como es este pa¨ªs, tengo la sensaci¨®n de que el partido que apareciera como responsable de romper el tripartito y el partido que apareciera como responsable de romper el consenso sobre el Estatut lo pagar¨ªan caro electoralmente.
Se acaba el tiempo de los eufemismos. Los sentimientos cuentan en pol¨ªtica, pero la pol¨ªtica democr¨¢tica se hace con la raz¨®n. Por algo la gran conquista de Occidente hab¨ªa sido separar lo inefable de las cuestiones de Estado. No creo, por tanto, que la respuesta a la actitud dialogante de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero sea la cultura del abrazo, del besuqueo que induce al grito "Visca Espanya!". Es un momento en que lo que me parece exigible es la lealtad. Y la lealtad no es, como la entiende la derecha, adhesi¨®n inquebrantable al que gobierna. La lealtad es precisamente lo contrario: poner las diferencias sobre la mesa con toda claridad y hablar desde el reconocimiento mutuo. S¨®lo a partir de aqu¨ª el di¨¢logo deja de ser un ejercicio in¨²til o un mecanismo de dilaci¨®n de los problemas.
Si dejamos los eufemismos fuera, hay que decir de una vez qu¨¦ significa esta diferencia que los partidos catalanes exhiben como bandera y que nadie concreta con nombres y apellidos, es decir, con estatus jur¨ªdico y presupuesto. Si de lo que se trata es de un ret¨®rico reconocimiento de que somos una naci¨®n, busquemos una f¨®rmula y no perdamos el tiempo. Si de lo que se trata es de un sistema que establezca diferencias objetivas -contabilizables en dinero y derechos- entre comunidades aut¨®nomas, dig¨¢moslo con precisi¨®n, porque no tiene ning¨²n sentido seguir alimentando la idea de que los catalanes tenemos derechos que no tienen los dem¨¢s. Y si de lo que se trata es de plantear la independencia, que no se haga como un recurso ret¨®rico para dar identidad a un partido y seguir viviendo del juego de las frustraciones.
Zapatero ha roto un tab¨²: el de la reforma constitucional y estatutaria. Hay que entrar por esta v¨ªa, sabiendo que, sin duda, habr¨¢ conflictos y diferencias grandes. Llega, por ejemplo, la tan reclamada reforma del Senado, con todos los visos de que sea una nueva frustraci¨®n, porque no ser¨¢ f¨¢cil encontrar unos criterios en los que todas las regiones se sientan suficientemente representadas. Si el debate es abierto y transparente, no tardar¨¢ en llegarse a un cierto punto apor¨¦tico sobre aquello a lo que no puede renunciar Espa?a y aquello a lo que no puede renunciar Catalu?a. Y entonces, desde una cultura de izquierdas no hay que olvidar nunca la primac¨ªa de los derechos individuales sobre los colectivos, de lo que suma (y garantiza la convivencia entre las gentes m¨¢s diversas) sobre lo que resta (y crea nichos ¨¦tnicos), de la apertura a lo universal sobre la cultura comunitarista de los irreductibles comportamientos estancos.
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