Un eslab¨®n muy d¨¦bil
El aire actual ligeramente surrealista de la vida pol¨ªtica espa?ola sugiere que tenemos por delante un largo rodeo antes de que los espa?oles encaren la realidad y llamen a las cosas por su nombre. Con la cabeza erguida, los nuevos gobernantes hacen declaraciones y toman decisiones, mientras que los ciudadanos, moviendo las suyas de arriba abajo o de izquierda a derecha, asienten o disienten. Pero lo que ronda por dentro de todas esas cabezas, sin excepci¨®n, es la pregunta de si, cu¨¢ndo, d¨®nde y c¨®mo volveremos a sufrir un ataque masivo de los terroristas, y si a los trenes de la muerte y las estaciones suceder¨¢n los almacenes, los estadios o las casas convertidas en tumbas. El horizonte de la vida ha quedado transformado por el 11-M, y es imposible el retorno a la normalidad sin el pensamiento subyacente de que nada volver¨¢ a ser normal.
En situaciones l¨ªmites como las presentes, el juego de la pol¨ªtica, que implica la extra?a presunci¨®n de que los pol¨ªticos, respaldados por las naciones soberanas, son capaces de controlar su futuro, tiende a generar un sinf¨ªn de ficciones, y el caso espa?ol ilustra esta tendencia general. Primero, se fingen las causas del resultado electoral. El partido ganador simula ignorar que ha ganado por lo que ha ganado (y el perdedor, perdido por lo que ha perdido), y sugiere que ha sido por el atractivo de sus bellos ojos dialogantes.
A rengl¨®n seguido, convertido en gobernante, pretende que cumple lo que incumple, pues se apresura a sacar las tropas de Irak renegando paladina y ostensiblemente de su compromiso de hacerlo s¨®lo si la ONU quedaba en evidencia de no hacerse cargo de la situaci¨®n antes del 30 de junio, y lo hace, no esperando al 30 de junio, ni al 30 de mayo, ni al 30 de abril, ni al 20, sin dar a las Naciones Unidas, ni a la propia Europa, espacio suficiente para comprometerse en una cuesti¨®n que requiere de ellas. Toma la decisi¨®n a las pocas horas de llegar al poder, entre el suspiro de alivio de muchos espa?oles, y el aplauso, te?ido de hiel y miel, de sus medios fervorosos, es decir, la toma mirando a los suyos, esperando sus votos, cuando lo que hay que hacer es mirar d¨®nde est¨¢ el peligro, a los enemigos y a los aliados, que interpretan (todos ellos) con clarividencia las cosas como son, y llaman por su nombre a lo que es una retirada en medio de una batalla.
La cuesti¨®n que me preocupa en todo esto, porque creo que es la que m¨¢s da?o a largo plazo puede hacernos, es tanto el fondo como la forma. Una parte del fondo de la decisi¨®n del momento, la salida de las tropas, pod¨ªa darse por supuesto. En realidad, el p¨¦ndulo ha ido de un extremo a otro. Los gobernantes anteriores se excedieron al pretender dar protagonismo internacional a un pa¨ªs que lo reh¨²sa ¨ªntimamente, en parte por inercia de siglos y en parte porque sabe que no tiene los recursos (ej¨¦rcito, aparato de inteligencia, tecnolog¨ªa, investigaci¨®n) ni la ambici¨®n para ello, y, adem¨¢s, se siente (comprensiblemente) vulnerable. Tomaron decisiones de pol¨ªtica exterior leg¨ªtimas, pero demasiado arriesgadas, sin contar con suficiente apoyo en la opini¨®n p¨²blica. Los actuales, creyendo aprender del error del contrario, se quedan demasiado cortos, y se refugian detr¨¢s de un n¨²cleo de pa¨ªses europeos ignorando, o fingiendo ignorar, que ese n¨²cleo carece de una gran estrategia para resolver los problemas del momento, ni en pol¨ªtica internacional, ni en la europea, ni en la de sus propios pa¨ªses, y va a remolque de los acontecimientos. Adem¨¢s, el modo de tratar la otra parte del fondo del asunto, relativa a la condici¨®n y al plazo de la salida de las tropas, sugiere un descuido de nuestra responsabilidad internacional en varios frentes: en el del refuerzo de los organismos internacionales, en el de la creaci¨®n de un consenso europeo en materia de pol¨ªtica exterior y de defensa, y en el de dar una soluci¨®n razonable a la situaci¨®n de Irak teniendo en cuenta lo que sabemos de los deseos y las necesidades de los habitantes de la regi¨®n. El p¨¦ndulo nos ha llevado de un exceso a otro. Lo que nos deja en la tesitura, entre ambos extremos, de encontrar un equilibrio basado en una apreciaci¨®n realista del peligro actual, el fortalecimiento del v¨ªnculo atl¨¢ntico y el objetivo ¨²ltimo de un orden mundial pacificado.
Pero para encontrar ese equilibrio tenemos que resolver la cuesti¨®n de la forma. El problema de la decisi¨®n del momento no es s¨®lo el fondo, sino la forma, la de los gobernantes y la de los ciudadanos. Para empezar, es la manera elusiva y equ¨ªvoca de hacer una pol¨ªtica con aires de decir la verdad dici¨¦ndola a medias (primero, endureciendo la condici¨®n inicial contenida en el programa electoral, que no inclu¨ªa el control militar de la ONU, y luego, ignorando toda condici¨®n y plazo). Tanto m¨¢s si quien la hace osa mirar ce?udo al personal y con el dedo "ya tocando la boca ya la frente, silencio, avisa o amenaza miedo". Porque ?qu¨¦ otra cosa sino aviso o amenaza es tratar de estigmatizar (como a gentes que desprecian al sagrado pueblo) a quien diga la simple verdad de que los terroristas isl¨¢micos de Atocha han sido decisivos a la hora, primero, de las elecciones y, segundo, de la retirada de las tropas de Irak? Pero, ?estamos locos para no llamar a las cosas por su nombre, cuando, en el hacerlo o no, nos jugamos la libertad y la vida? ?A qu¨¦ viene entonces el fingimiento?
?Qu¨¦ se consigue con esto si no es debilidad y confusi¨®n? Fingir que el 11-M no es (como lo fue el 11-S) una declaraci¨®n de guerra por parte de unos enemigos dispuestos a un combate sin cuartel, e imaginar que podemos vivir como si eso no fuera as¨ª y acostumbrarnos a una matanza peri¨®dica, con la esperanza oculta e inconfesable de que no nos toque a nosotros, o de que la amenaza se desplace a otro pa¨ªs occidental, y que esta experiencia no vaya a degradar gradual e inexorablemente nuestra convivencia es querer enga?arnos a nosotros mismos.
No tenemos tiempo para juegos de palabras. Las tareas por delante son urgentes y enormes, porque somos un eslab¨®n d¨¦bil del mundo occidental y lo seguiremos siendo si no ponemos remedio. Vivimos de una manera descuidada, con una opini¨®n p¨²blica blanda y acostumbrada a un clima benigno (un rasgo compartido por buena parte de la opini¨®n de los pa¨ªses europeos del continente), con un presupuesto de defensa minimalista y un aparato de inteligencia y de seguridad interior que apenas ha centrado hasta ahora su atenci¨®n en el problema del terrorismo isl¨¢mico, y con fronteras extens¨ªsimas y porosas, pr¨®ximas y abiertas a una inmigraci¨®n isl¨¢mica que este pa¨ªs no acaba de comprender y que no est¨¢ sabiendo incorporar, y que, bajo ciertas condiciones, puede contener redes de apoyo numerosas y eficaces a ese terrorismo. Para que no ocurra as¨ª hay que hacer muchas cosas, por parte tanto de los inmigrantes mismos, que tienen que comprometerse en el respeto y en la defensa del orden de libertad del pa¨ªs que les recibe, como de este mismo pa¨ªs, que no s¨®lo debe ejercer tareas de control y vigilancia, sino tambi¨¦n comprometerse en una tarea de educaci¨®n c¨ªvica y untrato de equidad hacia los inmigrantes. Mirando m¨¢s lejos, tiene que desarrollar una pol¨ªtica de buena vecindad atent¨ªsima a las necesidades de crecimiento econ¨®mico y moderaci¨®n ideol¨®gica de sus vecinos del otro lado del Mediterr¨¢neo. Para todo esto es condici¨®n indispensable que el pa¨ªs, o al menos las tres cuartas o las cuatro quintas partes de ¨¦l, se mantenga unido en lo fundamental. Comprendo que esto no es f¨¢cil cuando la clase pol¨ªtica est¨¢ decidida a meterse de hoz y coz en una crisis constitucional, y cuando muchos no saben dirigirse a sus conciudadanos sin arrogarse la posici¨®n de Dios en el juicio final y colocarles unos a la izquierda y otros a la derecha, e imaginan incluso que, con ello, est¨¢n haciendo m¨¦ritos. Pero, en fin, las cosas son como son. Sin esa unidad, nuestra vulnerabilidad es extrema. Habr¨¢ que confiar en el instinto de supervivencia del pa¨ªs. Tampoco es bueno que nos confundamos con el proceso ritual que debemos aplicar para aliviar los traumas de la guerra y dar salida a los sentimientos de angustia que esos traumas provoquen cuando llegue el momento. Es obligado acompa?ar a las v¨ªctimas. Pero anegar la tragedia en un mar de l¨¢grimas, llenar el aire con una vor¨¢gine de quejas y reproches dom¨¦sticos, y suplicar a los asesinos que no nos sigan matando es muy poco realista. Todo ello debilita en los supervivientes su disposici¨®n a la leg¨ªtima defensa y su resoluci¨®n para identificar y castigar a los culpables, y para prevenir y anticiparse a la acci¨®n de los criminales que comparten su misma determinaci¨®n. El proceso ritual puede contener l¨¢grimas, pero debe terminar en un grito, no de venganza, pero s¨ª de justicia.
V¨ªctor P¨¦rez-D¨ªaz es catedr¨¢tico de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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