"Nadie est¨¢ a salvo de caer en la barbarie", afirma Jean Hatzfeld
El autor recoge en un libro el testimonio de los genocidas de Ruanda
Si de alguien se puede decir que ha visto el mal cara a cara ¨¦se es Jean Hatzfeld. El periodista y escritor franc¨¦s entrevist¨® en prisi¨®n a 10 hutus que participaron activamente -y hasta cabe decir a destajo- en la matanza de tutsis en Ruanda durante el genocidio de 1994. El testimonio excepcional, por lo sincero y directo, de esos asesinos es la base de un libro escalofriante, Una temporada de machetes (Anagrama), considerado la obra de referencia sobre el genocidio ruand¨¦s. "Nadie est¨¢ protegido de comportarse como ellos", reflexiona Hatzfeld. "Nadie est¨¢ a salvo de caer en la barbarie".
"Todos podemos volvernos criminales en seg¨²n qu¨¦ circunstancias, los intelectuales y los campesinos, los religiosos y los ateos", opina el autor, que ayer present¨® su libro en Barcelona. Sobre la tesis de la banalidad del mal formulada por Hannah Arendt a partir del juicio a Adolf Eichmann, Hatzfeld considera que el mal puede ser banal pero el contexto que requiere, no. "Hace falta un clima antisemita o antitutsi, un imaginario sobre complots, un dictador, caos y paranoia. Yo no sostengo que haya un asesino en cada uno de nosotros, sino que ah¨ª, en nuestro interior, hay alguien que en circunstancias excepcionales no sabemos c¨®mo reaccionar¨¢".
Del genocidio ruand¨¦s, el escritor dice que tiene algo de inexplicable. "Esa manera de matar, que no era guerrera ni pasional... Mataban gente como quien corta bananas. He hecho de reportero en guerras civiles africanas y siempre se mataba por razones, digamos, comprensibles, y bajo la excitaci¨®n del alcohol, las drogas o los l¨ªderes. Este m¨¦todo de matadero de Ruanda es para m¨ª incomprensible".
Tras escribir un primer libro sobre los supervivientes, Hatzfeld entrevist¨® a los asesinos. "Eran compa?eros antes del genocidio, una pandilla de amigos; mataron juntos, todos los d¨ªas, desde las ocho de la ma?ana hasta las tres de la tarde, durante seis semanas, y segu¨ªan juntos en la prisi¨®n". Hatzfeld se fue dando cuenta de lo excepcional del testimonio: "Al haber sido ya procesados hablaban sin miedo y lo hac¨ªan sin abogados, familiares o guardias presentes, algo impensable en el caso alem¨¢n, por ejemplo". El autor hizo que evocaran sus sentimientos al matar y las respuestas son estremecedoras ("al principio rajas con timidez", "me sorprendi¨® lo r¨¢pido que era morirse"). Cuando les pregunt¨® por los remordimientos, "vi que no los ten¨ªan, no hab¨ªa culpabilidad excepto por no haber acabado la tarea". Sorprendentemente tambi¨¦n, los miembros del grupo "eran normales y no parec¨ªan mala gente; antes del genocidio seguramente hasta eran simp¨¢ticos. Eso resultaba sobrecogedor, porque esas mismas personas se hab¨ªan pasado seis semanas matando cada d¨ªa al machete en los pantanos".
Cuando se le pregunta si asomarse al alma de los asesinos no le ha supuesto un coste emocional, Hatzfeld responde: "Es pronto para decirlo, a¨²n sigo all¨ª. No es algo que me impida vivir, pero a veces tengo pesadillas".
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