Todas las cosas dec¨ªan algo
El 2 septiembre de 1978 muri¨® en Paran¨¢, capital de su provincia natal, Entre R¨ªos, donde vivi¨® pr¨¢cticamente toda su vida, a los 82 a?os, Juan L. Ortiz, el m¨¢s grande poeta argentino del siglo XX. La edici¨®n de sus Obras completas por Sergio Delgado en 1996, para el Departamento de Publicaciones de la Universidad del Litoral, puso de manifiesto esa indiscutible supremac¨ªa que resulta todav¨ªa m¨¢s meritoria cuando no se ignora que en la poes¨ªa argentina del siglo que acaba de pasar abundan los nombres prestigiosos, los movimientos m¨¢s diversos, las revistas de vida relativamente larga, las ediciones cuidadas, el gusto por la traducci¨®n, las po¨¦ticas y los individuos originales, los textos perdurables. A 25 a?os de su muerte, la grandeza de la vida y la obra de Juan L. Ortiz cobran por fin su deslumbrante evidencia. Las 1.121 p¨¢ginas de sus Obras completas constituyen un monumento l¨ªrico-narrativo que, como toda obra literaria de primera magnitud, tiende a ser "un idioma dentro del idioma, un estado dentro del estado, un cosmos dentro del cosmos".
"Todas las cosas dec¨ªan algo, quer¨ªan decir algo", declara el verso 83 de Gualeguay, y ese verso podr¨ªa cifrar la obra entera de Juan L. Ortiz
El m¨¢s grande poeta argentino del siglo XX: si comparamos la obra de Ortiz a la de otros poetas a los que se les ha acordado ese rango o que podr¨ªan aspirar a ¨¦l, como Lugones o Borges, salta a la vista la pertinencia de esa atribuci¨®n a la poes¨ªa de Juan L.; la escritura de Borges se realiza m¨¢s plenamente en su prosa, y en el ¨²ltimo periodo de su obra po¨¦tica propiamente dicha se produce una verdadera regresi¨®n hacia las formas tradicionales, que ¨¦l sol¨ªa atribuir a su ceguera, pretendiendo que la utilizaci¨®n del endecas¨ªlabo y de la rima le permit¨ªa memorizar mejor los versos que iba construyendo mentalmente. Es obvio que se trata de un mito, tributario del de la ceguera de Homero, destinado a subrayar la contribuci¨®n de esa ceguera al ejercicio mnemot¨¦cnico que exig¨ªa la retenci¨®n de los hex¨¢metros. En el caso de Lugones, despu¨¦s de la tentativa renovadora de Las monta?as del oro (1897), su po¨¦tica, en la que naturalmente encontramos muchos magn¨ªficos hallazgos, cristaliza sin embargo en el pr¨®logo de Lunario sentimental, en 1909, donde reivindica el verso libre, pero someti¨¦ndolo al molde del ritmo y de la rima. A partir de entonces, los versos de Lugones, libres o regulares, excelentes o execrables, quedar¨¢n encadenados a esa pr¨¢ctica obligatoria de la rima. Aunque difiere en casi todo de ella, la poes¨ªa de Juan L. Ortiz podr¨ªa ser comparada en un solo punto, pero muy importante, con la de Oliverio Girondo: en ambos casos la evoluci¨®n po¨¦tica, desembaraz¨¢ndose de toda ret¨®rica impuesta del exterior, va modificando el lenguaje y la forma desde dentro, y si bien esa pr¨¢ctica conduce a resultados muy distintos, coinciden en el hecho de encontrarse al final de su evoluci¨®n en los ant¨ªpodas de toda expresi¨®n po¨¦tica conocida. En ese sentido, Girondo y Ortiz son los herederos de los grandes poetas franceses del siglo XIX, Baudelaire, Rimbaud, Mallarm¨¦ y Lautr¨¦amont, y constituyen lo que podr¨ªamos llamar la vanguardia discreta de la poes¨ªa argentina, cuya aparente ausencia, comparada al brillo renovador de Huidobro, Neruda o Vallejo, tanto lament¨® nuestra cr¨ªtica durante d¨¦cadas.
Como la del universo, la mate
ria de la poes¨ªa orticiana est¨¢ en continua expansi¨®n, y podemos decir que, un cuarto de siglo despu¨¦s de la muerte del poeta, a causa de la estructura singular de sus poemas, esa expansi¨®n prosigue su trayectoria por el espacio espejeante del sentido: as¨ª, el m¨¢s extenso de sus poemas, El Gualeguay, que tiene 2.639 versos, se presenta como un fragmento y se interrumpe con la aclaraci¨®n puesta entre par¨¦ntesis: (contin¨²a). Y la transfiguraci¨®n po¨¦tica del mundo no aparece a la manera de un inventario, aunque sea ca¨®tico, como en el caso de Huidobro o de Neruda, de Vallejo o de Girondo, sino a trav¨¦s de ondas sucesivas de evocaci¨®n, a la vez precisa y sugerente. En el borrador de una carta escrita a un destinatario desconocido, Ortiz explica: "Sue?o para lo m¨ªo con una poes¨ªa de pura presencia, de resplandor casi, sin forma, o con la muy fluida y a¨¦rea de los estados interiores -armon¨ªa o visi¨®n
...-". La coherencia de ese proyecto fue sostenida por m¨¢s de medio siglo de trabajo incesante, y no es exagerado afirmar que en cada uno de sus libros, en cada uno de sus poemas y en cada uno de sus versos, el proyecto fue puesto en pr¨¢ctica de manera cada vez m¨¢s l¨²cida, m¨¢s certera y m¨¢s radical. El hombrecito dulce y en apariencia desvalido que recomendaba la piedad para el conjunto de lo existente, ¨²nicamente a s¨ª mismo no se la aplicaba, porque su trabajo sobre la forma po¨¦tica fue un desvelo constante que lo atorment¨® durante toda su larga vida.
A partir de los a?os veinte, cuando empez¨® a escribir los poemas que en 1933 integrar¨ªan su primer libro, El agua y la noche (publicado con la ayuda de Carlos Mastronardi, C¨¦sar Tiempo y otros poetas amigos), esa forma tuvo en cuenta no ¨²nicamente las posibilidades sonoras y visuales del lenguaje, el aporte fecundo de los signos de puntuaci¨®n a la m¨²sica verbal, la relaci¨®n pl¨¢stica entre la hoja blanca y la tipograf¨ªa, en la l¨ªnea de Mallarm¨¦, de Apollinaire y de Reverdy, sino tambi¨¦n de cada uno de los elementos del poema, verso, estrofa, extensi¨®n, ritmo, contrastes entre el habla y la lengua literaria, y, de vez en cuando, y no ¨²nicamente al principio, algunos juegos con ciertos metros regulares y rimas discret¨ªsimas. Aunque podr¨ªa entresacarse de su obra una buena cantidad de poemas cortos que bastar¨ªan para situarlo entre los mejores poetas de Am¨¦rica Latina, en lo relativo a la extensi¨®n tanto del verso como de la estrofa y del poema, toda su pr¨¢ctica formal, su visi¨®n del mundo y de la poes¨ªa, lo llevan con el correr del tiempo a practicar el poema extenso, particularmente en los a?os cincuenta. En 1953 escribe Gualeguay, obra maestra de la literatura argentina, poema l¨ªrico-narrativo de 586 versos escrito para conmemorar los 170 a?os de la fundaci¨®n de la ciudad; en 1956 publica El alma y las colinas, que incluye Las colinas, poema de 992 versos, y en 1959 comienza su poema m¨¢s largo, "El" Gualeguay (el art¨ªculo designa en este caso el r¨ªo y no la ciudad), del que podemos decir que se trata de un poema program¨¢ticamente inconcluso, para sugerir a trav¨¦s de ese inacabamiento la inagotabilidad del mundo y la infinitud intr¨ªnseca de todo texto po¨¦tico.
"Todas las cosas dec¨ªan algo, quer¨ªan decir algo", declara el verso 83 de Gualeguay, y ese verso podr¨ªa cifrar la obra entera de Ortiz. Instalado en el cenit de su evoluci¨®n art¨ªstica, el texto conmemorativo es a la vez autobiograf¨ªa e historia, fluencia l¨ªrica entrelazada con una vivaz ¨¦pica dom¨¦stica, en la que la insistente construcci¨®n anaf¨®rica, habitualmente destinada a exaltar cohortes marciales, despliega en Gualeguay, con gozosa musicalidad, el teatro ¨ªntimo de la memoria, evocando los personajes, los lugares y las cosas, llevadas y tra¨ªdas por el r¨ªo del tiempo que parece modelar el ritmo de los versos en una sabia deriva a la vez c¨ªvica y familiar, erudita y emp¨ªrica, realista y metaf¨ªsica, m¨ªstica y pol¨ªtica. No es por casualidad si Carlos Mastronardi se acuerda de Dante al comentar el poema, dictaminando tambi¨¦n con temprana lucidez: "La libertad y la modestia parecen las l¨ªneas vertebrales de este ¨®ptimo trabajo. Pero creo que necesito ser m¨¢s expl¨ªcito: digo libertad porque creo que dejas fluir, de modo desasido y espont¨¢neo, tu mundo ¨ªntimo, tus recuerdos m¨¢s firmes, tu dadivosa subjetividad. Y hablo de modestia, porque las personas y los hechos que finamente convocas vienen a ser, ya reunidos, como un secreto carnet del alma (...)".
Este magn¨ªfico poema es la
puerta grande que permite acceder al universo orticiano, que est¨¢ incluido en el otro, pero al que a su vez, por una transposici¨®n sutil en la que se vislumbran ciertos vestigios manieristas, repertori¨¢ndolo con minucia y lucidez, lo engloba y lo trasciende. Lejos del barullo pretendidamente iconoclasta, la poes¨ªa de Juan L. Ortiz, hundi¨¦ndose "hasta los tejidos m¨¢s secretos del silencio" (versos 183- 184), va m¨¢s all¨¢ de la mera gesticulaci¨®n mundana destinada a derribar, para poner otros en su lugar?, viejos ¨ªdolos ret¨®ricos: como toda gran poes¨ªa destruye la apariencia, la pulveriza, y echando en la molienda de la lengua, despu¨¦s de esa demolici¨®n necesaria, los restos del mundo, no ¨²nicamente lo reconstruye, sino que tambi¨¦n, otorg¨¢ndole una nueva evidencia, lo redime y lo regenera.
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