La causa de la causa
Como bien saben los juristas, el viejo principio de causalidad seg¨²n el cual "lo que es causa de la causa es causa del mal causado", suele ser, por lo general, de aplicaci¨®n muy problem¨¢tica. Lo que parece claro en el ¨¢mbito de la f¨ªsica -se activa un mecanismo porque se ha pulsado un bot¨®n- resulta m¨¢s que imponderable en los vericuetos de un pleito. Por no hablar ya de otros territorios, como el de la Historia o el de ese presente hist¨®rico que es la pol¨ªtica internacional. Lo que viene sucediendo en Irak, por ejemplo: ?es consecuencia de las reiteradas amenazas de Sadam, el infierno con el que se iban a encontrar las tropas invasoras? Salvo que se estuviera refiriendo a que un Irak sin el f¨¦rreo control ejercido por Sadam se iba a convertir en un infierno, parece evidente que no, por m¨¢s que algo muy similar sea precisamente lo que est¨¢ ocurriendo.
En realidad, a la vista de las declaraciones y proclamas de diversos portavoces de Al Qaeda, est¨¢ claro que Irak es el terreno de juego elegido para desarrollar una guerra de desgaste con Occidente. En cierto modo, el terreno de juego ideal: permite invocar una agresi¨®n previa al mundo ¨¢rabe, no presenta las limitaciones propias de Israel y los territorios palestinos y justifica desde su punto de vista que se perpetren acciones como las del 11-M en cualquier pa¨ªs europeo, algo con lo que no se contaba, por ejemplo, cuando el atentado cometido en la isla de Bali. ?Exime lo dicho a Estados Unidos y a sus aliados de ser, al menos en parte, causa del mal causado? Por supuesto que no, aunque la amenaza terrorista gravitara ya exactamente igual que ahora sobre Europa, como bien lo demuestra la arbitrariedad del mencionado atentado de Bali. Pero, con toda probabilidad, seg¨²n pase el tiempo, se ir¨¢ comprobando que contra Sadam est¨¢bamos mejor. Las fuerzas que en un futuro pr¨®ximo se hagan con el poder en Irak, enarbolando el estandarte de la fe, ser¨¢n sin duda m¨¢s conflictivas y, desde luego, menos f¨¢cilmente presionables que Sadam. Ya escrib¨ª cuando la invasi¨®n que, puestos a buscar motivos, los hab¨ªa de mucho mayor peso para intervenir en Arabia Saud¨ª que en Irak.
Sadam es una figura verdaderamente detestable. Ning¨²n otro dirigente ¨¢rabe se ha aplicado con tanto ah¨ªnco a invadir a sus vecinos -Ir¨¢n, Kuwait- o a exterminar a la oposici¨®n interior -kurdos, comunistas-. Pero, a semejanza de otros l¨ªderes revolucionarios, su r¨¦gimen era laico y propicio a cierto desarrollo social y econ¨®mico, por m¨¢s que el embargo empobreciera el pa¨ªs y, con la pobreza, los velos negros se multiplicaran en la calle. Por otra parte, el islam -sun¨ª o chi¨ª- conviv¨ªa all¨ª pac¨ªficamente con otras religiones, diversos ritos cristianos, entre otras. Un islam que, de grado o por la fuerza, poco ten¨ªa que ver con los islamistas de Al Qaeda y otros movimientos afines promovidos desde Ir¨¢n y, sobre todo, desde Arabia Saud¨ª.
Con lo que llegamos a lo que, por razones pr¨¢cticas, podr¨ªamos considerar causa de la causa en el asunto que nos ocupa, ya que, de no detenernos en un momento hist¨®rico determinado, la cadena de causas que son a su vez efecto se nos har¨ªa infinita. Me refiero a la causa inmediata de los problemas que actualmente aquejan a Irak y a todo el Oriente Pr¨®ximo y cuyas salpicaduras alcanzan al mundo entero. Esto es: a la dedicaci¨®n puesta por Occidente en el curso de las ¨²ltimas d¨¦cadas en desestabilizar los reg¨ªmenes de vocaci¨®n laica -revolucionarios o no- en beneficio de las teocracias m¨¢s intransigentes, como dando por descontado que eso era lo propio de los pa¨ªses musulmanes. No s¨®lo Afganist¨¢n -en especial, las mujeres afganas-, sino tambi¨¦n el mundo entero hubiera estado mucho m¨¢s tranquilo de haber perdurado el r¨¦gimen prosovi¨¦tico de Babrak Karmal, en vez de ser sustituido por el de los talibanes que, inicialmente propiciado por la CIA, habr¨ªa de terminar bajo el control de Bin Laden. En el otro extremo del arco pol¨ªtico, Ir¨¢n -Persia por aquel entonces- hubiera estado mucho mejor regido por el sha que por los ayatol¨¢s, como bien hubieran podido atestiguar quienes, tras esa sustituci¨®n, han perdido la vida por motivos entre nosotros inocuos -ser militante comunista, mujer ad¨²ltera, homosexual- y como bien lo atestigua hoy la frustraci¨®n del pueblo iran¨ª, al que se le acaba de robar un triunfo democr¨¢tico de la oposici¨®n, el final de un r¨¦gimen para el que escuchar m¨²sica o bailar rap o hip-hop son delitos duramente castigados. Pero Occidente se desentendi¨® del sha y de la suerte de Ir¨¢n, y el im¨¢n Jomeini pudo preparar tranquilamente desde Par¨ªs su triunfal toma del poder. El sha, Babrak Karmal, hubiera podido ser forzado a introducir reformas. El r¨¦gimen de los ayatol¨¢s, no. V. S. Naipaul recoge en su libro Al l¨ªmite de la fe la triste suerte de los muyaidines del pueblo, que, en un principio, apoyaron incondicionalmente la revoluci¨®n de Jomeini, convencidos de que, a la larga, ¨¦sa iba a ser su revoluci¨®n; el que no pudo escapar a tiempo acab¨® inexorablemente fusilado.
Las diversas f¨®rmulas para enmendar el mal causado han sido reiteradamente apuntadas aqu¨ª y all¨¢, especialmente en los ¨²ltimos tiempos; yo mismo creo haberlo hecho. No suponen ning¨²n secreto. Falta, eso s¨ª, ponerlas en pr¨¢ctica. Se trata, fundamentalmente, de dar respaldo pol¨ªtico y propiciar el desarrollo econ¨®mico y social de los pa¨ªses musulmanes que con mayor o menor ¨¦xito intentan sustraerse al contagio fundamentalista. Nuestros vecinos del Magreb se hallan en esta situaci¨®n, Marruecos, Argelia, T¨²nez, Libia. Tambi¨¦n, pa¨ªses de reg¨ªmenes tan heterog¨¦neos como Egipto, Jordania, Siria y Pakist¨¢n, de gran importancia este ¨²ltimo.Y en cuanto a la inmigraci¨®n musulmana que vive entre nosotros, se hace imprescindible aclarar las ideas, tanto las del inmigrante como las de la sociedad que lo acoge. Es ignominioso, por ejemplo, mandar sus mezquitas a los pol¨ªgonos industriales. El inmigrante, por su parte, deber¨¢ entender que en nuestra sociedad la religi¨®n es asunto interior de cada creyente y no algo que pueda entrar en contradicci¨®n con nuestras costumbres y nuestras leyes. Ni m¨¢s ni menos lo que entiende sin especial entusiasmo el visitante -y sobre todo la visitante- de determinados pa¨ªses musulmanes al adecuar su conducta al rigor de la norma all¨ª vigente. Salvo que se me objete que las leyes imperantes en pa¨ªses como Ir¨¢n o Arabia Saud¨ª nada tienen que ver con el islam.
Luis Goytisolo es escritor.
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