Lo verdadero y lo aut¨¦ntico
Est¨¢ bien reflejada la pluralidad de Barcelona en la Feria de Abril de Catalu?a. Dentro, todo ocurre como en la vida cotidiana. Los emigrantes paquistan¨ªes andan arriba y abajo del recinto vendiendo la rosa de su exilio econ¨®mico envuelta en papel de celof¨¢n; unos muchachos marroqu¨ªes se buscan la vida y se divierten al mismo tiempo, porque saben que hay que vivir intensamente y que pocas veces se tienen dos oportunidades; los gitanos viejos exhiben su elegancia patriarcal, y los j¨®venes su elegancia de gueto, que es una belleza de brillo de brillantina y de brillo de lentejuelas, de cadenas de oro y de nomeolvides cromados.
En la noche del pasado viernes se inaugur¨® la feria con el encendido del alumbrado; pero los puestecitos de gorras, banderines, dulces, quesos..., permanecieron a oscuras todo el rato por falta de corriente el¨¦ctrica. "?Es una verg¨¹enza, con el dineral que pagamos! ?Las casetas tienen luz y noso-tros no!". Una mujer que vende cucuruchos de chanquetes ante la caseta del Casino de Barcelona (Grupo Peralada) mira en todas las direcciones por si viera llegar la luz por alguna parte. Hay una churrer¨ªa enorme con el mostrador cerrado con planchas met¨¢licas. Los que m¨¢s necesitan la electricidad han tenido que cerrar el chiringuito.
Este a?o la caseta m¨¢s lujosa de la feria es la del Casino de Barcelona. Se disfruta en ella de un lujo de barrio, con flor en la mesa, donde se venden las raciones de jam¨®n a 20 euros. La orquesta despide su actuaci¨®n con el tema Noche latina. "Aqu¨ª termina nuestro primer paso por este pedazo de caseta", dice el cantante. Las mujeres bailan salsa vestidas de faralaes. Pareda?a con ¨¦sta se encuentra la caseta de Converg¨¨ncia i Uni¨®. La ha llenado Carlos Ortega, que presenta su disco Murcia guapa. Entre una canci¨®n y otra, el artista celebra el morc¨®n de su pueblo. En la zona del real, un hombre sin dientes vende coco partido. Los extreme?os han tra¨ªdo esta vez vino de pitarra, y los gallegos, su pan de Carral.
Tampoco hay luz en los lavabos de la feria. Los hombres tienen que orinar con la puerta abierta, para servirse del alumbrado de la calle, y las mujeres se apa?an como pueden. Los servicios de caballeros est¨¢n tan juntos entre s¨ª que se orina codo con codo. Hay quienes deciden hacerlo en la orilla del mar, quiz¨¢ porque el romanticismo haya que buscarlo en el recinto con otra sensibilidad. Entre los grupos de amigos y familias que pasean cogidas del brazo, brillan hombres que bailan ebrios y solitarios con un cigarrillo en los dedos. A un se?or con cazadora de cuero y gafas de aumento, que danza hipnotizado por su propio delirio, unos golfillos le brindan un vaso de fino. Pero no es esto la poes¨ªa.
Hay lirismo en el jubilado que anda con el mant¨®n de su se?ora puesto sobre los hombros y la lleva a ella de la mano; porque reside ah¨ª la belleza de lo contradictorio, porque suscita analog¨ªas y porque revuela algo de amor en todo eso. Y quiz¨¢ tambi¨¦n haya lirismo en la gente que come y toca las palmas a la vez. Y que r¨ªe a carcajadas con la boca llena y celebra la vida como puede. La multiculturalidad es geogr¨¢fica, pero tambi¨¦n tiene que ser social. Lo democr¨¢tico pasa por el respeto a la cultura popular. La gente que viene aqu¨ª a divertirse es la que luego va en el metro a primera hora de la ma?ana. Han llegado con sus hijas, teenagers rabiosas por bailar sevillanas. Tres ni?as de la periferia representan un cuadro flamenco con mantones. La multitud que abarrota esa caseta las admira en silencio. Y en la caseta de Canal Sur se ha formado una larga cola de gente que quiere retratarse sobre el fondo de la verdadera Feria de Abril, la de Sevilla; porque a veces se prefiere lo verdadero a lo aut¨¦ntico.
Javier P¨¦rez And¨²jar es escritor y autor de Salvador Dal¨ª, a la conquista de lo irracional.
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