La tortura y la pol¨ªtica de la ambig¨¹edad
Cada nueva revelaci¨®n de abusos f¨ªsicos, malos tratos y humillaci¨®n sexual en contra de los prisioneros iraqu¨ªes por parte de los soldados estadounidenses y brit¨¢nicos escandaliza a la opini¨®n p¨²blica internacional, mientras los funcionarios tratan desesperadamente de limitar los da?os. El secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, ha advertido de que tiene en su poder m¨¢s evidencias documentales de fechor¨ªas en la prisi¨®n de Abu Ghraib, evidentemente con la esperanza de que las atrocidades terminen ya.
Yo fui interrogador para la inteligencia militar de EE UU y estoy seguro de que las im¨¢genes de Abu Ghraib son apenas el principio. La crueldad gratuita que se ha dado all¨ª es s¨ªntoma claro de un fallo del sistema.
La Convenci¨®n de Ginebra era un clich¨¦ vagamente recordado de las pel¨ªculas
Pero, ?qu¨¦ sistema fall¨®? ?Se trat¨® de un fallo en la disciplina y el entrenamiento -resultado de enviar a reservistas ingenuos y sin experiencia a lidiar con malas condiciones, de ampliar sus periodos de estancia y de dejarlos sin personal suficiente para enfrentarse a un flujo creciente de insurgentes capturados- o acaso el patr¨®n de abusos se dio como consecuencia de las repetidas ¨®rdenes de los superiores de ablandar a los prisioneros para los interrogatorios? La respuesta probablemente sea ambas y ninguna.
A fin de cuentas, lo que da origen a abusos como los que ocurrieron en Abu Ghraib es una pol¨ªtica de ambig¨¹edad deliberada en lo que se refiere al manejo de los detenidos. La presi¨®n en un ambiente b¨¦lico para obtener informaci¨®n que podr¨ªa salvar vidas es inmensa. Pero es igual de entendible que los funcionarios pol¨ªticos y los oficiales militares de alto nivel -sobre todo en las democracias- prefieran evitar que se les asocie con la tortura. As¨ª, la ambig¨¹edad es una estrategia pol¨ªtica que fomenta la propagaci¨®n de reglas de conducta impl¨ªcitas e informales y con ello transfiere la rendici¨®n de cuentas a los soldados de menor rango, menos poderosos y m¨¢s prescindibles.
Yo termin¨¦ el curso b¨¢sico de interrogatorios del Ej¨¦rcito de EE UU, de tres meses de duraci¨®n, a finales de los a?os ochenta, despu¨¦s de estudiar ruso en el Instituto de Lenguas de la Defensa en Monterrey (California). El curso era riguroso -s¨®lo siete de 33 estudiantes lo terminaron- ya que requer¨ªa dominar las minucias t¨¦cnicas de la recolecci¨®n, verificaci¨®n, estandarizaci¨®n y presentaci¨®n de cantidades enormes de informaci¨®n.
Pero el plan de estudios era mucho menos meticuloso en cuanto a las t¨¦cnicas para interrogar. A nosotros se nos ense?¨® que un interrogatorio deb¨ªa comenzar con preguntas corteses y directas, ya que cierto n¨²mero de detenidos simplemente buscan desahogarse. Si se necesitaba m¨¢s persuasi¨®n pod¨ªamos ofrecer recompensas por cooperar -desde cigarros hasta asilo pol¨ªtico-.
M¨¢s all¨¢ de eso, se nos dijo que pod¨ªamos "aplicar presi¨®n". El t¨¦rmino nunca se defini¨® formalmente, pero el concepto no era dif¨ªcil de descifrar. Como dice el informe del general del Ej¨¦rcito estadounidense Antonio Taguba sobre los abusos en Abu Ghraib, el "cuerpo de guardias participaba activamente en el establecimiento de condiciones para una explotaci¨®n exitosa de los internos".
Esta evidente violaci¨®n de la regla del Ej¨¦rcito que proh¨ªbe la participaci¨®n de la Polic¨ªa Militar en los interrogatorios no me sorprende. A m¨ª nunca se me ense?¨® que la Polic¨ªa Militar est¨¢ bajo otra cadena de mando. Por el contrario, entre clase y clase, en los recesos del entrenamiento de campo y en otras situaciones informales, algunos de nuestros instructores -sobre todo los interrogadores m¨¢s viejos y experimentados- insinuaban que pod¨ªamos hacer que los guardias golpearan a individuos que no quisieran cooperar.
Eso nunca se dec¨ªa en las aulas pero, incluso ah¨ª, quedaba claro que el papel de la Polic¨ªa Militar era apoyar a los interrogadores. Despu¨¦s de todo, la efectividad de un interrogador depende de que pueda convencer al detenido de su omnipotencia. Si un interrogador promete mejores alimentos o una manta adicional, los guardias tienen que suministrarlos; si un interrogador quiere que la celda de un detenido permanezca iluminada intensamente toda la noche, eso tambi¨¦n tiene que suceder. Sencillamente, el detenido tiene que creer que su suerte est¨¢ completamente en manos del interrogador.
Lo m¨¢s cerca que las reglas ocultas del juego estuvieron de ser reconocidas oficialmente fue durante dos semanas ininterrumpidas de interrogatorios simulados hacia el final del curso. En esas sesiones participaban ¨²nicamente un aspirante a interrogador, un instructor en el papel de detenido y una c¨¢mara de v¨ªdeo.
Cuando, durante un simulacro, le ped¨ª a un guardia imaginario que le quitara la silla al detenido, el instructor fingi¨® que lo hab¨ªa hecho de manera violenta. Cuando orden¨¦ al guardia inexistente que golpeara al detenido, el instructor sigui¨® el juego. Todos sab¨ªamos que un interrogatorio fallido pod¨ªa significar que nos sacaran del curso. No me sacaron; termin¨¦ en el primer lugar de mi grupo.
Para quienes se benefician de la pol¨ªtica de la ambig¨¹edad, el derecho internacional es un apoyo indispensable. En sus recientes testimonios ante el senado de Estados Unidos, Rumsfeld aleg¨® que la Polic¨ªa Militar en Abu Ghraib ten¨ªa instrucciones de respetar la Convenci¨®n de Ginebra.
Yo tambi¨¦n. A lo largo de mi entrenamiento como interrogador, la advertencia de cumplir con la Convenci¨®n de Ginebra acompa?aba a casi todas las discusiones sobre "aplicar presi¨®n". Desgraciadamente, al igual que en el caso de "aplicar presi¨®n", nunca se defini¨® la Convenci¨®n de Ginebra. Nunca la estudiamos, ni nos dieron un ejemplar para leerla y mucho menos tuvimos que presentar un examen sobre su contenido. Para muchos de nosotros -adolescentes o poco m¨¢s- la Convenci¨®n de Ginebra era, en el mejor de los casos, un clich¨¦ vagamente recordado de las pel¨ªculas de guerra que significaba: "No hagan cosas malas".
Una vez m¨¢s, las reglas t¨¢citas dec¨ªan otra cosa. Un instructor bromeaba diciendo que aunque la Convenci¨®n de Ginebra prohib¨ªa disparar con una ametralladora calibre 50 contra un soldado enemigo -acci¨®n definida como "fuerza excesiva"-, pod¨ªamos apuntarle a su casco o a su mochila, ya que eso era equipo. Otros compart¨ªan an¨¦cdotas sobre la tortura de detenidos.
El que lo anterior haya sido cierto o no es irrelevante. Se nos estaba condicionando para creer que las reglas oficiales no establec¨ªan l¨ªmites claros, y que por lo tanto nosotros pod¨ªamos poner esos l¨ªmites donde se nos antojara.
Al final, puede ser que la pol¨ªtica de la ambig¨¹edad no le resulte a Rumsfeld; las fotograf¨ªas de alta definici¨®n de Abu Ghraib no tienen nada de ambiguas. Si se multiplican otras revelaciones igual de vergonzosas, como yo creo que suceder¨¢, esperemos al menos que las disculpas y las condenas oficiales finalmente den como resultado una rendici¨®n de cuentas y una reforma m¨¢s genuinas.
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