Poder sin autoridad
EE UU ha demostrado disponer de un poder¨ªo militar sin parang¨®n. Pero el esc¨¢ndalo de las torturas a prisioneros en Irak, pese a la espantosa decapitaci¨®n de Nicholas Berg, le est¨¢ restando la poca autoridad que le quedaba en este conflicto. Es una potestas sine auctoritas, consistiendo esta ¨²ltima cualidad en el condicionamiento de la conducta de los dem¨¢s desde el cr¨¦dito y la confianza. El mundo ¨¢rabe y el musulm¨¢n est¨¢n soliviantados y humillados, y todo estos actos alimentan m¨¢s el odio. Los europeos tambi¨¦n, como tantos ciudadanos bienpensantes en EE UU, lo que agrava la profunda divisi¨®n de esa sociedad. La idea de que la invasi¨®n se hizo para democratizar Irak (justificaci¨®n tras la no aparici¨®n de las armas de destrucci¨®n masiva) queda as¨ª pisoteada por estas violaciones de los derechos humanos. El Irak invadido iba a ser el faro de la democratizaci¨®n para los ¨¢rabes. Se ha convertido en un foco de odio. Parece mentira que la Administraci¨®n de Bush haya podido dilapidar de ese modo el capital de simpat¨ªa que despert¨® tras el 11-S. Y es que, m¨¢s que a ninguna otra, le falta auctoritas. El liderazgo no puede consistir s¨®lo en ser un mandam¨¢s.
La, o las (pues son varias y contradictorias), pol¨ªticas de esta Administraci¨®n en Irak han conseguido aunar resistencias diversas en una suerte de nuevo nacionalismo (inestable, pues tiene importantes fisuras), como si no hubiera aprendido nada de la experiencia de Israel: la dureza en la represi¨®n produce m¨¢s resistencia. Esta falta de auctoritas es la que ha llevado a esta Administraci¨®n a una pasmosa soledad internacional. Su debilidad diplom¨¢tica qued¨® patente en el Consejo de Seguridad en el camino a la guerra, y ahora en los intentos de entrar en una posguerra, m¨¢s dif¨ªcil de conseguir al no contar con aliados de importancia entre ninguno de los vecinos de Irak, con la excepci¨®n de una dubitativa Jordania, de Kuwait y de ese problema sin resolver que se llama Arabia Saud¨ª. Y dentro de Irak, EE UU carece de interlocutores v¨¢lidos. El gran ayatol¨¢ Sistani no ha recibido nunca a Paul Bremer, Autoridad sin auctoritas; s¨®lo al enviado de Naciones Unidas. ?Piensa EE UU que as¨ª lograr¨¢ una paz? Incluso en el terreno militar, los mandos estadounidenses parecen discrepar sobre la l¨ªnea a seguir, lo que se a?ade a las tensiones entre el Departamento de Estado y el Pent¨¢gono en una lucha burocr¨¢tica con efectos perniciosos sobre el terreno.
Seymour Hersh relataba un encuentro entre un coronel de EE UU y uno norvietnamita en 1975 en el que el primero constat¨®: "Nunca nos derrotasteis en el campo de batalla". "Es posible", respondi¨® el vietnamita, "pero es irrelevante". Lo ocurrido en la c¨¢rcel de Abu Ghraib puede ser el My Lai de esta guerra. Pero Irak no es Vietnam. No por que no resulte inconcebible que EE UU pueda perder, sino porque, a diferencia de Vietnam y la teor¨ªa del domin¨® de la guerra fr¨ªa, Irak s¨ª es un gozne geoestrat¨¦gico. Se mantuvo unido por una dictadura, por referirnos s¨®lo a las ¨²ltimas d¨¦cadas en una zona sobrecargada de historia. Si EE UU se retirara, lo previsible es que irrumpieran las tendencias disgregadoras entre chi¨ªes, sun¨ªes y kurdos, lo que a su vez podr¨ªa llevar a un conflicto m¨¢s amplio, regional, en una zona de capital importancia global para el petr¨®leo.
Puede que no haya, o no haya a¨²n, no s¨®lo una estrategia, sino una opci¨®n de salida para EE UU. Ahora bien, la permanencia de las fuerzas estadounidenses -que era un objetivo b¨¢sico de esta invasi¨®n- tampoco es una soluci¨®n a lo que ocurre dentro de Irak, que ha de ser multilateral y m¨¢s regional. EE UU tendr¨¢ que quedarse temporalmente, pero transmitiendo el convencimiento de que saldr¨¢ y defender¨¢ los derechos humanos y las libertades. Mas para transmitir convencimiento hay que ganar auctoritas.
Dicho esto, hay algo admirable en el funcionamiento del sistema democr¨¢tico de EE UU: la rapidez con la que los responsables pol¨ªticos y administrativos y los mandos militares han tenido que rendir cuentas ante el Congreso y el Senado. Pero Rumsfeld no dimite. aortega@elpais.es
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