Coincidencias

Una fatal casualidad hizo coincidir el programa Wagner de Daniel Harding con una sesi¨®n de Ensems donde el importante escritor italiano Edoardo Sanguineti, tambi¨¦n conocido por su actividad pol¨ªtica, actuaba como recitador en Postkarten, de Stefano Scodanibbio. Autor de los libretos de Passaggio y Laborintus II para Luciano Berio, a quien est¨¢n dedicados este a?o los Ensems, su presencia en Valencia se hab¨ªa constituido en uno de los focos de atracci¨®n del festival de m¨²sica contempor¨¢nea.

Por otro lado estaba Wagner, en dos de sus p¨¢ginas m¨¢s prodigiosas: el Preludio y muerte de amor, de Trist¨¢n e Isolda, y el primer acto de La Walkyria, en versi¨®n de concierto. Dirigidas por quien fuera asistente de Simon Rattle y Claudio Abbado, Daniel Harding, se constitu¨ªan en alternativa tambi¨¦n apetecible, aunque las expectativas, sin embargo, superaron a la realidad, sobre todo en la segunda obra. En el Trist¨¢n, la lectura de Harding fue preciosista y sensual, con una amplia gama din¨¢mica dentro del pianissimo, y un esfuerzo manifiesto por la clarificaci¨®n de las voces graves e intermedias. La Orquesta de los Campos Eliseos, trabajando con instrumentos de la ¨¦poca de Wagner, le sigui¨® con limpieza en la plasticidad -quiz¨¢ algo amanerada- de las oleadas sonoras en ascenso hacia el cl¨ªmax. Judith N¨¦meth cumpli¨® como Isolda, pero result¨® menos convincente que en la Sieglinde de la Walkyria donde, con la voz m¨¢s caliente, y situada en el contexto de un acto entero, fue creci¨¦ndose por momentos, y supo hacer que su personaje transitara de la curiosidad inicial al amor arrebatado. Kim Begley, con una voz m¨¢s clara de lo habitual en Siegmund, le dio cumplida respuesta, m¨¢s luminosa, eso s¨ª, que dram¨¢tica. Su Solb3 y Sol3 de la invocaci¨®n a W?lse fueron limpios, aunque breves. Y cant¨® con energ¨ªa, aunque qued¨® en el tintero el sombr¨ªo fatalismo del personaje.

El director, por el contrario, convenci¨® m¨¢s en el Preludio y muerte de amor, p¨¢gina que, con raz¨®n o sin ella, puede concebirse como un n¨²mero cerrado, casi independiente de la ¨®pera de la cual proviene. Es, maravillosamente descrito, un ¨¦xtasis femenino. Pero el primer acto de la Walkyria resulta m¨¢s complejo: no puede desgajarse bien de los otros dos y, en conjunto, a su vez, son s¨®lo una de las jornadas que componen la Tetralog¨ªa. Por eso su interpretaci¨®n requiere un profundo conocimiento de toda la obra si se pretende dar a la m¨²sica el significado que tiene. Adem¨¢s, centr¨¢ndonos s¨®lo en la Walkyria, encontramos un ambicioso proyecto de traducir el deslumbrante descubrimiento del amor por parte de dos seres condenados a la ruina. Harding no consigui¨® reflejar eso. Su lectura, m¨¢s que global, parec¨ªa contarnos la historia por adici¨®n de segmentos, con los motivos sin surgir con naturalidad del discurso, sino dejados caer sobre ¨¦l. Por otra parte, en esta obra, la orquesta no lleg¨® a convertirse en ese fluido sonoro que todo lo envuelve, sin principio ni fin. Aqu¨ª, mucho m¨¢s que en el Trist¨¢n, la orquesta se mantuvo separada del canto, y eso, en Wagner, es mala cosa.