Donde la realidad pierde su nombre
Cabe suponer que los que proclaman la alegre necesidad de vivir el instante excluir¨¢n de sus consejas a las decenas de palestinos abatidos en un segundo por misiles cuando marchaban de manifestaci¨®n
Microcosmos
La pregunta es de d¨®nde diablos salen los pol¨ªticos que llevan varios a?os en ejercicio. Por ejemplo, en una manzana de muchas viviendas y en los restaurantes de los bajos, se ve a toda clase de personas, de toda edad y condici¨®n, todas ellas singulares, y algunas m¨¢s estrafalarias que otras. Vecinos, al fin y al cabo. Y, sin embargo, s¨®lo un guardia civil jubilado de bigotito imperial ya encanecido anticipa vagamente el aspecto que obtendr¨¢ ?ngel Acebes as¨ª que pasen algunos a?os, uno de los jefes de escalera es id¨¦ntico a Eduardo Zaplana, excepto en el tumbao que tienen los guapos al caminar, mientras que un anciano al que ponen al sol por la ma?ana a fin de que se ventile, y que no deja de preguntar al que pasa por su lado en qu¨¦ d¨ªa de la semana se encuentra, es lo m¨¢s parecido jam¨¢s visto al Rajoy del futuro que le espera. La reencarnaci¨®n existe. Juguetona y exacta, se divierte precedi¨¦ndonos.
Oportunidades atendidas
Hasta el m¨¢s cegato de los analistas pol¨ªticos, pongamos Vargas Llosa padre o Fernando Savater, por citar ejemplos de distinta enjundia, estar¨¢ de acuerdo en que la presidencia que Estados Unidos padece en la persona de George W. Bush demuestra que en ese gran pa¨ªs cualquiera puede llegar a Presidente de Estados Unidos. En realidad, cualquiera puede llegar a cualquier cosa, como tienen bien demostrado George Bush, su hijo, Mario Vargas Llosa, su hijo, Fernando Savater, y tantos otros. El problema est¨¢ en saber qu¨¦ demonios se hace con el lugar donde se alzan una vez que se deciden a consumar la usurpaci¨®n. Decir que se trata exactamente del problema de Macbeth ser¨ªa como dar un aprobado general del que distan de ser acreedores. Un problema demandante de la legitimidad (actualizada) de ejercicio, que desde?a la apelaci¨®n residual a los or¨ªgenes.
Obst¨¢culos de peso
Los maestros de las escuelas de guionistas (de las serias, no de las otras) aconsejan sembrar de obst¨¢culos los objetivos del protagonista a fin de que tenga ocasi¨®n de mostrar que es persona de car¨¢cter y que sabe c¨®mo resolver dificultades. Algunos detalles refuerzan ese prop¨®sito, como es, por ejemplo, que al participar en una romer¨ªa tenga que abrirse paso a codazos porque el recinto est¨¢ repleto. Y es ¨¦sa la imagen que da Francisco Camps, tanto cuando aparece en alg¨²n acto programado para entrar en los telediarios de sobremesa como cuando lo hace en numerosas instant¨¢neas de prensa. Pero, al contrario de lo que se desprende de la conducta del prota, lo que el espectador o el lector se preguntan es si el President dispone de la orientaci¨®n, capacidad de maniobra y determinaci¨®n suficientes para abrirse paso y hacerse con el mejor sitio en el escenario de la representaci¨®n.
Conejero 'forever'
Manuel ?ngel Conejero, o como diablos se haga llamar ahora, es tan constante como el mal aliento. A saber qu¨¦ tr¨¢gicas deudas shakespeareanas tienen con este personaje de peluqu¨ªn mal llevado esos pol¨ªticos de la derecha valenciana que se creen aut¨¦nticos patricios de la ciudad, pero lo cierto es que estamos ante un end¨¦mico guadiana de propensi¨®n subterr¨¢nea que hace estragos en cuanto se le invita a ocupar la fila cero. Qu¨¦ tareas puede desempe?ar este chico de Xirivella a quien en Londres toman por australiano en el Consell Valenci¨¤ de Cultura, es m¨¢s misterioso -aunque tan inquietante- como el arranque de un cuento de terror de Edgar Allan Poe. Pero seguro que la resoluci¨®n, que ser¨¢ anticipada, carecer¨¢ de otro misterio que el de adivinar qu¨¦ otra estrafalaria provisi¨®n de fortuna urdir¨¢ el interesado antes de que la ca¨ªda del tel¨®n lo borre del escenario.
Carpe diem
De entre las numerosas falacias e imposturas con que escritores y otros intelectuales enredan la vida com¨²n de las personas de a diario sobresale, y a varias cabezas de distancia, la est¨²pida m¨¢xima que aconseja vivir el instante, o al instante. Sobre todo porque no siempre tienen la amabilidad de molestarse en indicar c¨®mo se obtiene actitud de tanto privilegio, si ha de ser constante. Bien est¨¢ que uno se extas¨ªe con el fulgor de las habas tiernas antes de sustanciar la tortilla, o que seleccione a pie de mar los pescaditos todav¨ªa retozones que habr¨¢ de zamparse como aperitivo ligeramente rebozado. Para la mayor¨ªa de sus lectores, el instante es ese momento at¨®nito y tedioso en que se saca del frigor¨ªfico el congelado sobrante del d¨ªa anterior acompa?ado de un tomate helado mientras se enchufa a la tele para ver por d¨®nde leches andan, en vivo y en directo, los instantes reiterados de las eternas cr¨®nicas marcianas. Lo dem¨¢s son r¨²sticas ganas de soliviantar con alicantinas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.