Paso libre al Palacio Real
Diez mil personas visitan el patio donde se celebr¨® el banquete nupcial
Las barreras met¨¢licas que blindaban el Palacio Real de Madrid fueron retiradas a primera hora de la tarde de ayer. Ello hizo posible a 10.000 personas su acceso al gran patio convertido en sal¨®n del banquete de bodas del pr¨ªncipe Felipe de Borb¨®n y Letizia Ortiz, ya princesa de Asturias, ofrecido all¨ª a quince jefes de Estado, 38 casas reinantes y m¨¢s de 1.200 invitados de todo el mundo el s¨¢bado, 22 de mayo. Forasteros y madrile?os guardaban cola desde dos horas antes. El paso permanecer¨¢ abierto entre las nueve de la ma?ana y las ocho y media de la tarde hasta el mi¨¦rcoles, para permitir, a quien lo quiera, contemplar el escenario donde, por primera vez, los desposados celebraron el banquete nupcial, libres ya del rigor que les fuera exigido por el ceremonial en la cercana catedral.
"Yo s¨®lo me llev¨¦ un palmo de alfombra que cort¨¦ con unas tijeras de coser", confiesa una visitante
Se?oras de edad media arregladas y muy repeinadas; damas de pueblo socarronas, llenas de energ¨ªa y pelo cano; m¨¢s juiciosos varones con aspecto de gozar jubilaci¨®n saludable, se agolpaban en cola en la calle de Bail¨¦n con el remusgillo de entrar al teatro regio que, apenas unas horas antes, hab¨ªa registrado tan singulares fastos.
La plaza abierta de la Armer¨ªa se ve surcada por la alfombra roja, todav¨ªa empapada de agua de lluvia, que conect¨® el palacio con la catedral y que no pudo relatar el esperado paseo de la novia. Si pudo, en cambio, convertirse en recuerdo para quienes le arrancaron, tijera en mano, algunos retales. "Yo s¨®lo me llev¨¦ un palmo, que cort¨¦ con mucho cuidado con unas tijeras de coser que siempre llevo conmigo", comentaba con la boca peque?a Engracia, de Alcorc¨®n, mientras guarda cola. Suenan tres campanadas en el reloj de palacio. Algunos corazones de las asistentes se aceleran. Entonces, un grupo de se?oras cruza la plaza de la Armer¨ªa y se adentra velozmente en el edificio. Un arco recibe a las visitantes, cuyas miradas se gu¨ªan por una cinta que limita el contorno de lo que les resulta permitido ver: abajo, una tarima cubierta por estera de sarga; una peque?a mancha de vino sobre el suelo recuerda que la estancia hab¨ªa recibido a los egregios comensales all¨ª mismo, unas pocas horas antes. Grandes alfombras con flores, lises y escudos trenzados en la Real F¨¢brica de la calle de Gutenberg, recubren la estancia toda, 2.600 metros cuadrados de superficie, cien pasos por ochenta, jalonados por columnas apilastradas de orden gigante, suavemente iluminadas por haces de luz tibia; ba?an las cenefas carmes¨ªes y a?iles que enmarcan las secuencias de tapices renacentistas, sobre las paredes desplegados. Todas las im¨¢genes, convenientemente secuenciadas, hablan de escarceos y seducciones que acaban en escenas de amor y t¨¢lamo nupcial.
"Fue aqu¨ª donde comieron los novios", indica con una sonrisa ilusionada una de las pioneras de la visita. Con su enjoyada mano se?ala las seis mesas, de diez comensales cada una, m¨¢s otra de 26, cuyos cubiertos de plata labrada contrastan con los saleros de brillant¨ªsimo bronce surgidos del pulso del orfebre Juan Bautista Ferroni hace casi tres siglos. Las flores blancas y suavemente azuladas adornan las mesas, con sillas de respaldo de raso abotonado y solemne.
"?D¨®nde se habr¨¢ sentado la reina Rania?", comenta un estudiante de gafas y barba a un colega. M¨¢s de 230 personas de Patrimonio Nacional han transformado un patio por el que a veces circulan caballos de la guardia, en una arquitectura ef¨ªmera de perenne belleza, evocadora de una pujanza llena de luz c¨¢lida, de aromas y de signos hisp¨¢nicos.
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