El 'caso Chalabi'
La investigaci¨®n iniciada en EE UU sobre su ex favorito iraqu¨ª Ahmad Chalabi es uno de los episodios m¨¢s llamativos de la deriva pol¨ªtica de Bush en Irak. La abrupta ca¨ªda en desgracia de quien hasta hace poco era el candidato de Washington con m¨¢s posibilidades para suceder a Sadam Husein pone de relieve los mimbres podridos con que se ha urdido una aventura exterior cada d¨ªa m¨¢s cercana al desastre.
Chalabi viene s¨²bitamente a encarnar las zonas m¨¢s turbias de la invasi¨®n del pa¨ªs ¨¢rabe. El oportunista que contaba a sus valedores del Pent¨¢gono aquello que quer¨ªan escuchar sobre Irak y que en enero pasado se sentaba detr¨¢s de Laura Bush para escuchar el discurso presidencial sobre el estado de la Uni¨®n, ha visto asaltado su centro de operaciones en Bagdad, con el benepl¨¢cito del proc¨®nsul Bremer, en busca de documentos comprometedores sobre secuestros, sobornos, y sobre todo, espionaje a favor de Ir¨¢n. La necesidad de ampliar la exigua base pol¨ªtica de su Congreso Nacional Iraqu¨ª con vistas a la transici¨®n en ciernes le hab¨ªa llevado ¨²ltimamente a distanciarse p¨²blicamente de sus protectores -?"dejad libre a mi pueblo"?- con un antiamericanismo de oportunidad.
Este exilado de trayectoria oscura, a sueldo de Washington hasta la semana pasada, era para los neoconservadores, en su condici¨®n de chi¨ª laico, el perfecto candidato al trono vacante en ese ficticio Irak democr¨¢tico tan publicitado por los Wolfowitz, Perle o Rumsfeld. Chalabi fue, por encima de todo, el hombre que, junto con su misteriosamente desaparecido ex jefe de seguridad y mano derecha, Aras Habib, suministr¨® a EE UU los datos fundamentales sobre los supuestos arsenales prohibidos de Sadam, argumento supremo de la guerra.
Si es cierto que la CIA tiene pruebas de que Chalabi ha colaborado con Teher¨¢n y desinformado a Washington, el escenario rebasar¨ªa la imaginaci¨®n m¨¢s desbocada. El r¨¦gimen de los ayatol¨¢s es enemigo jurado de EE UU, pero tambi¨¦n lo era del Irak sun¨ª de Sadam, vecino contra el que hizo una devastadora guerra en los a?os ochenta. Seg¨²n este especulativo gui¨®n, Ir¨¢n, v¨ªa Chalabi, podr¨ªa haber usado a los halcones del Pent¨¢gono y la Casa Blanca para conseguir a la vez librarse de Sadam y fomentar la posibilidad de un Irak controlado por sus correligionarios chi¨ªes.
Washington est¨¢ obligado a aportar pruebas. Por poco recomendable que sea el historial de Chalabi, los aspectos m¨¢s oscuros de su personalidad eran conocidos por la Casa Blanca cuando decidi¨® apadrinarlo como nuestro hombre en Irak. En ning¨²n caso puede intentar convertirlo a estas alturas preelectorales en el chivo expiatorio de una pol¨ªtica cuyos sucesivos fracasos y abusos amenazan con engullir en las arenas de Mesopotamia el ya menguado cr¨¦dito de la superpotencia.
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