De 'Los desastres' al porno duro
Hay im¨¢genes cuya visi¨®n se hace insoportable. La peor, que yo recuerde, una fotograf¨ªa tomada hacia 1910 que muestra la ejecuci¨®n p¨²blica de un desdichado sujeto culpable de haber intentado asesinar al ¨²ltimo emperador de China. La condena consist¨ªa, en este caso, en darle muerte por el procedimiento de los mil cortes, esto es, cortando su cuerpo en peque?os trozos a partir, por supuesto, de las extremidades. S¨¦ de un pintor, conocido por todos, que ha sellado la p¨¢gina del libro en que viene esta foto para evitar que alg¨²n d¨ªa, abri¨¦ndolo al azar, se vuelva a topar con ella. Otro pintor, Guti¨¦rrez Solana, prefiri¨® en su d¨ªa exorcizar la misma foto convirti¨¦ndola en un cuadro, cuyo impacto es mucho menor debido tal vez a lo habituados que estamos a los suplicios de nuestra imaginer¨ªa religiosa, San Lorenzo, San Bartolom¨¦, determinados crucificados. En un museo de Tokio, el experto en pintura occidental que me acompa?aba coment¨® que los japoneses no soportaban la pintura religiosa europea. Sin embargo -somos contradictorios-, ¨¦l admiraba sin reservas la obra grabada de Goya. En teor¨ªa, tambi¨¦n es posible imaginar un texto literario tan insoportable como la foto en cuesti¨®n. Un texto no de terror, sino de horror. Supongo que si no existe es porque escribirlo toma su tiempo y su realizaci¨®n se le har¨ªa tambi¨¦n insoportable al que lo intentara.
De Los desastres de la guerra, as¨ª como de determinadas fotograf¨ªas, se ha hablado largamente a ra¨ªz de la cascada de im¨¢genes -parece ser que hay miles- en las que soldados norteamericanos posan jovialmente junto a los cuerpos torturados de sus v¨ªctimas iraqu¨ªes. Se ha dicho, con raz¨®n, que esas fotos pesar¨¢n para siempre sobre el honor de los ej¨¦rcitos norteamericanos. Y se ha comparado tales fotos con las sacadas a las v¨ªctimas del holocausto, as¨ª como con algunas famosas instant¨¢neas de Vietnam, comparaciones que me parecen inapropiadas, pues, por m¨¢s que tengan en com¨²n el horror que despiertan, su contenido es demasiado heterog¨¦neo como para establecer comparaciones. Tambi¨¦n me parecen inapropiadas algunas de las conclusiones a las que se ha llegado. La fatalidad de tanto desastre, por ejemplo; el hecho de que desde los tiempos de Goya hasta ahora nada se haya avanzado. Y eso no es cierto: cuando la comunidad internacional aprob¨® la Convenci¨®n de Ginebra, eran ya bastantes los pa¨ªses que de forma unilateral procuraban ajustar su comportamiento a lo que se entend¨ªa como propio de pa¨ªses civilizados. Es decir: en lo que se refiere al trato a los prisioneros, escenas como las recogidas por Goya estaban totalmente fuera de lugar.
Si s¨®lo unas d¨¦cadas antes Goya nos muestra escenas de soldados franceses descuartizando, empalando o desollando a guerrilleros espa?oles, y a guerrilleros espa?oles haciendo lo propio con soldados franceses, es porque, por aquel entonces, las ejecuciones eran p¨²blicas y los suplicios -hogueras, descuartizamientos- constitu¨ªan un espect¨¢culo de gran aceptaci¨®n en las ciudades de toda Europa. Y si antes de que se conocieran las fotos de los prisioneros iraqu¨ªes se difundieron im¨¢genes televisivas de rehenes japoneses con un cuchillo al cuello o de multitudes iraqu¨ªes paseando trozos -a su vez, troceados para hacerlos cundir- de ciudadanos norteamericanos, es porque en determinados pa¨ªses de Oriente Pr¨®ximo los suplicios -pena capital o simples amputaciones- siguen siendo p¨²blicos, y semejantes exhibiciones responden a una normalidad que Occidente ya ha olvidado.
Lo nuevo, en el caso de las torturas infligidas por soldados norteamericanos a sus v¨ªctimas en la prisi¨®n de Abu Ghraib, es que para aqu¨¦llos, convertidos en especialistas en interrogatorios, su actividad ten¨ªa algo de juego de rol. Esto es: el cumplimiento de un papel previamente asignado, la puesta en pr¨¢ctica de una sesi¨®n de sado-maso similar a las que se pueden encontrar en Internet o alquilando un v¨ªdeo en el sex shop m¨¢s pr¨®ximo. De ah¨ª la importancia -destacada de inmediato- de que, entre los guardianes, hubiera dos mujeres. Es posible que, con todo y saber que los prisioneros iraqu¨ªes no eran precisamente voluntarios, alguno de esos guardianes no acabe de comprender el esc¨¢ndalo que se ha montado. Bien que hay quien se deja hacer de todas y ni siquiera se queja, habr¨¢ pensado. Si no me equivoco, fue la general Karpinski quien lleg¨® a asegurar que el trato en la prisi¨®n era bueno, que hab¨ªa presos que ni querr¨ªan salir.
Un panorama que ya era de presumir cuando Rumsfeld, a comienzos de la intervenci¨®n en Afganist¨¢n, anunci¨® que en este tipo de acciones b¨¦licas era inevitable cometer actos terribles, por lo que ser¨ªa necesario contratar a gentes especializadas carentes por completo de escr¨²pulos. Y ah¨ª los tenemos: esos quince o veinte mil mercenarios que de repente nos enteramos que han estado actuando en Irak, a cargo de cuantos trabajos sucios la situaci¨®n requiera. El principio de los guardas de seguridad de una discoteca aplicado a la represi¨®n de todo un pa¨ªs. Empleados de una empresa cuyo negocio es el negocio de la guerra.
Una ¨²ltima cuesti¨®n: las im¨¢genes que nos llegan de Oriente Pr¨®ximo son realmente terribles. Pero hechos tanto o m¨¢s terribles se han sucedido en Liberia, Sierra Leona, Nigeria, Congo, Ruanda -sobre todo, Ruanda- y otros lugares del ?frica subsahariana, sin que hayan dado lugar a tantas im¨¢genes porque, al parecer, en Occidente interesan menos. Como los muertos. En Sud¨¢n y Chad, ahora que se empieza a oler el petr¨®leo, la situaci¨®n se agrava por momentos, pero en la Bolsa medi¨¢tica sus muertos seguir¨¢n cotiz¨¢ndose menos. Cuatro mil muertos de Oriente Pr¨®ximo, por ejemplo, pesan mucho m¨¢s que ochocientos mil de Ruanda. Es como si la curiosa discriminaci¨®n positiva del padre Las Casas siguiera vigente: veinte esclavos negros extraer¨ªan el doble de mineral que todos los trabajadores indios de una mina en el mismo periodo de tiempo.
Luis Goytisolo es escritor
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