La historia del mundo
Ayer quise salir a la calle en busca de materia prima para este art¨ªculo. Pero salir no ha sido para m¨ª nunca f¨¢cil. Me vuelvo muy mani¨¢tico y supersticioso a la hora del acto trascendental de salir. Se lo cont¨¦, un d¨ªa, a Justo Navarro, que despu¨¦s hizo un art¨ªculo sobre esto. Le cont¨¦ que, en cuanto abro la puerta y salgo al rellano para llamar al ascensor, me invade la preocupaci¨®n por dominar al destino y generalmente retraso 20 o 40 segundos -seg¨²n el grado de superstici¨®n de aquel d¨ªa- mi entrada en el ascensor. Intuyo que esos segundos ser¨¢n preciosos, que todo lo que va a sucederme no ocurrir¨¢ ni mucho menos exactamente igual a como habr¨ªa ocurrido de haber salido a la hora en punto. Parar¨¦, por ejemplo, un taxi diferente al que habr¨ªa parado unos segundos antes, y eso har¨¢ que todo transcurra para m¨ª de una forma distinta a la que hab¨ªa planeado el destino.
"Es optimista mi amigo", escribi¨® Justo Navarro. "No piensa que, esperando esos segundos, quiz¨¢ est¨¦ alej¨¢ndose del vendedor de loter¨ªa que regala fortuna: cree que esos segundos perdidos lo librar¨¢n de todas las piedras que en este momento est¨¢n cayendo de todos los tejados del mundo. Cree que as¨ª se aleja de la mala sombra". Estas palabras me hicieron ver que yo era muy burro creyendo que el retraso en salir de casa siempre me favorec¨ªa, y en eso precisamente pens¨¦ ayer en el momento de ir a salir de casa. Llevaba ya 20 segundos retrasando la salida cuando pens¨¦ si eso no iba a perjudicarme, pues tal vez me har¨ªa llegar tarde a la noticia que me esperaba a m¨ª solamente en la calle y que me permitir¨ªa escribir el art¨ªculo de mi vida.
Me enred¨¦ en el rellano. Sal¨ª y volv¨ª a entrar en casa varias veces. Pens¨¦ en Hoy he decidido, una novela de Carlos Tr¨ªas sobre la indecisi¨®n a la hora de salir de casa. Cuando mir¨¦ el reloj, hab¨ªa perdido ya un minuto. Tres veces, al volver a entrar, toqu¨¦ la varita m¨¢gica que compr¨¦ con Cristina Fern¨¢ndez Cubas en Colonia, esa varita en la que conf¨ªo porque creo en los poderes de Cristina. Tambi¨¦n tres veces me hice la se?al de la cruz, porque la verdad es que no soy supersticioso de un solo tronco del ¨¢rbol de la vida. Y el caso es que me demor¨¦ tanto que el reportaje callejero comenz¨® a alejarse, a perderse en el tiempo. ?Qu¨¦ es el Tiempo? En ese tema precisamente me puse a pensar en el rellano. Perd¨ª otros segundos. Volv¨ª a entrar en casa y record¨¦ que hab¨ªa alquilado en soporte DVD la versi¨®n cinematogr¨¢fica de El secreto de Joe Gould, un admirable libro de Joseph Mitchell, publicado hace cinco a?os por Anagrama. La pel¨ªcula estaba dirigida por Stanley Tucci, que interven¨ªa como actor incorporando el papel de Joseph Mitchell, el famoso periodista que public¨® en el New York Times la historia real de un viejo clochard, Joe Gould, que se dedicaba a escribir La historia oral del mundo. Esa historia era la trascripci¨®n de los miles de conversaciones que o¨ªa por las calles de Nueva York, un intento descomunal de abarcar, en todas las palabras de la gente an¨®nima, la historia del mundo y la desdicha de las palabras dichas. Ayer me qued¨¦ en casa viendo ese homenaje a los tiempos heroicos y brillantes del periodismo de calle y a los d¨ªas en los que parec¨ªa que la humanidad ten¨ªa m¨¢s tiempo. Hoy sigo sin salir de casa. Me preparo para salir, pero al mismo tiempo me pregunto si la historia del mundo no es mejor abarcarla en casa. ?Qu¨¦ es el Tiempo? Me detengo en el rellano, vuelvo a entrar, pierdo otros segundos, tal vez porque estoy en el mundo. ?Qu¨¦ es el mundo? Paro el o¨ªdo y dejo que Joe Gould me cuente su historia y termine el art¨ªculo.
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