El secretismo de las oligarqu¨ªas
Hace ya a?os, Roberto Michels, un soci¨®logo disc¨ªpulo de Weber, acu?¨® una expresi¨®n que se ha hecho habitual para referirse a la tendencia de las organizaciones a concentrar el poder en unos pocos que est¨¢n en la cima. Se trata de la llamada ley de hierro de la oligarqu¨ªa (seg¨²n Mar¨ªa Moliner, oligarqu¨ªa es la organizaci¨®n pol¨ªtica en que el poder es ejercido por un grupo limitado de personas o una clase social). Este desplazamiento de poder de abajo arriba operar¨ªa como una tendencia inevitable, de ah¨ª la utilizaci¨®n de la expresi¨®n "ley de hierro", en todas las organizaciones. Por eso se habla de la ley de hierro de la oligarqu¨ªa sindical, de las grandes empresas, de los partidos pol¨ªticos, o de las administraciones p¨²blicas. Pienso que esta ley nos permite entender mejor la tendencia de los gobiernos de CiU, conocida ahora en sus detalles, a financiar de forma oculta determinados medios de comunicaci¨®n.
El an¨¢lisis de Michels no pretend¨ªa ser tanto una cr¨ªtica moral, como se?alar un tipo de comportamiento predecible. Una tendencia, a su juicio, parad¨®jica, porque, por un lado, las organizaciones son instrumentos esenciales para la democracia, en la medida en que s¨®lo dentro de ellas es posible que muchas personas puedan hacer o¨ªr su voz y participar en la toma de decisiones. Pero, por otro lado, es dif¨ªcil que puedan ser dirigidas por un n¨²mero elevado de personas. De ah¨ª, la posibilidad que tienen grupos reducidos de hacerse con el poder en beneficio propio.
Pero, aceptando que ese proceso sea inevitable, ?cu¨¢l es el instrumento que acostumbran a utilizar esos grupos reducidos para fortalecer su poder? A mi juicio, el mecanismo m¨¢s frecuente es el secretismo. Es decir, la restricci¨®n de la informaci¨®n sobre las decisiones que se llevan a cabo. El secretismo busca crear redes de intercambio de favores entre los que est¨¢n en el poder y aquellos que desde fuera pueden ayudarle a mantenerse en ¨¦l y, a la vez, beneficiarse de esa permanencia.
El secreto es fuente de poder para las personas que lo ejercen, especialmente cuando el liderazgo pol¨ªtico y la legitimizaci¨®n social de la autoridad se ve debilitada por la permanencia continuada en el poder, o por los errores o abusos cometidos en su ejercicio. En este sentido, el secreto permite ocultar que el rey est¨¢ desnudo.
El secretismo se ha intentado justificar en ocasiones como una condici¨®n para garantizar la eficacia del funcionamiento de las organizaciones. Se habla as¨ª de "razones de Estado". O de la "eficacia de los mercados", que se podr¨ªan ver desestabilizados por el conocimiento de ciertas decisiones. Pero el caso de los esc¨¢ndalos financieros y empresariales, del tipo de Enron, Parmalat o nuestra Gescartera, nos dicen bien claro que el secreto es un instrumento para ocultar errores y llevar a cabo pr¨¢cticas depredatorias en beneficio propio de los dirigentes.
En el caso de las ayudas ocultas de los gobiernos de CiU a determinados medios de comunicaci¨®n no consigo ver que ning¨²n tipo de raz¨®n de inter¨¦s general justifique el secretismo. No me opongo por principio a la concesi¨®n de ayudas p¨²blicas a determinadas actividades sociales, culturales o empresariales. En muchos casos, pueden estar justificadas. Aunque ha de existir un claro inter¨¦s p¨²blico detr¨¢s de ellas. Pero ese inter¨¦s ha de ser valorado por los ciudadanos. Porque son ellos los que, en definitiva, pagan los impuestos de los que salen los recursos para financiar esas ayudas.
?C¨®mo se puede prevenir o limitar esa tendencia olig¨¢rquica al secretismo? En primer lugar, dado que se trata de ayudas p¨²blicas a empresas que operan en mercados competitivos, habr¨ªa que aplicar las normas de defensa de la competencia. No veo razones por las que la UE aplica esas normas a las ayudas p¨²blicas a los astilleros espa?oles, y no hemos de aplic¨¢rselas a la empresas period¨ªsticas. No se trata s¨®lo de controlar la legalidad de esas ayudas, sino de preservar el inter¨¦s general que hay detr¨¢s de la competencia en el mercado informativo.
En segundo lugar, habr¨ªa que aplicar tambi¨¦n alguna suerte de pol¨ªtica de defensa del consumidor. De la misma manera que existen normas de salud alimentaria que obligan a los productores a informar sobre los componentes incorporados a los alimentos, deber¨ªan existir normas de salud democr¨¢tica que permitan a los ciudadanos saber qui¨¦n est¨¢ detr¨¢s de cada uno de los medios de comunicaci¨®n que compramos, o¨ªmos o vemos. Para ello, lo que hay que hacer es poner transparencia donde ahora hay secretismo. La democracia necesita, m¨¢s que ninguna otra cosa, luz y taqu¨ªgrafos.
Dicen los m¨¦dicos e higienistas que la luz del sol es un poderoso antis¨¦ptico contra un gran variedad de microbios y que, adem¨¢s, es un estimulante de la vitamina D. De la misma forma, la transparencia pol¨ªtica es un poderoso antis¨¦ptico contra este tipo de corrupci¨®n blanca que practican las oligarqu¨ªas, a la vez que un estimulante para el fortalecimiento de la democracia participativa dentro de esas organizaciones. Por eso aplaudo que el Tripartito aproveche el empuje moralizador de los primeros momentos de todo gobierno para introducir ese principio de transparencia que ha anunciado. Catalu?a puede hacer una buena aportaci¨®n en este terreno a la democratizaci¨®n de la vida pol¨ªtica. Y no es que crea que la izquierda tiene el patrimonio de la ¨¦tica y la moralidad (a la historia reciente me remito), sino que el cambio pol¨ªtico permite la remoci¨®n de las oligarqu¨ªas y de su proclividad al secretismo.
Ant¨®n Costas es catedr¨¢tico de Pol¨ªtica Econ¨®mica de la UB.
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