Abolir el Estado social
D¨ªas pasados, dos altos representantes de la (floreciente) banca espa?ola coincidieron en darle p¨¢bulo a una tesis que ya encuentra eco en algunas esferas europeas: Hay que desmontar el Estado social. Hasta el presidente de la patronal, Jos¨¦ Mar¨ªa Cuevas, ech¨® mano al freno y dijo que bastar¨ªan algunas reformas. El se?or Cuevas no es precisamente un ardiente palad¨ªn del Estado de bienestar, esa criatura que en Espa?a es m¨¢s robusta que all¨ª donde no existe, pero cuya fortaleza est¨¢ lejos de poder medirse con la de los pa¨ªses europeos en que es posible hallar modalidades de trabajo tan subversivas como la jornada a tiempo parcial.
Desmontar. Pero no es posible abolir de golpe todos los servicios sociales, pues aun suponiendo que la gente no se echar¨ªa a la calle, no s¨®lo sufrir¨ªan los tirios, sino tambi¨¦n los troyanos. Si hemos de pagar la consulta del m¨¦dico, la escuela de los ni?os, la comida del abuelo y un largo etc¨¦tera, los bancos no sabr¨ªan qu¨¦ hacer con tantas viviendas hipotecadas, con tantos pr¨¦stamos fallidos, con tantas peticiones de reembolso. En realidad, tendr¨ªan que echar el cierre; y con ellos, el pa¨ªs entero. Los gastos sociales son "la articulaci¨®n entre la pol¨ªtica econ¨®mica y la social" y "una inversi¨®n para la econom¨ªa". Son palabras de Martine Aubry, pero escogidas al azar, pues esta gran experta (y gran dama) no ha descubierto tal p¨®lvora. El mism¨ªsimo Adam Smith algo de eso ya se barruntaba. Desmonten cortando de aqu¨ª, luego de all¨¢ y cuando ya hayan cortado de todo el vestido, inicien una nueva ronda de recortes y luego otra, hasta que el ropaje quede hecho jirones. Lo habr¨¢n desmontado. A lo mejor, de este modo no se entera nadie. Cr¨¢neos privilegiados. Pero siempre nos quedar¨¢ Cuevas para detener la tijera. Sin olvidar a Caldera, si bien no conocemos a fondo las relaciones de poder. ?Misterio?
En este curioso pa¨ªs, que no pa¨ªs curioso, surgen ya a la luz del d¨ªa banqueros, empresarios y pol¨ªticos devotos del modelo socioecon¨®mico llamado neoliberal, cuando no liberal a secas, que es como deber¨ªa ser llamado siempre; pues a la postre, descendiente es de intelectuales economistas que le dieron su ethos al capitalismo maduro. No hay tal neo sino mera evoluci¨®n de la criatura. Cuando el ni?o Tom se hace adulto, no es un neoTom, sino Tom crecido. Evoluci¨®n estimulada por agentes externos que miren por d¨®nde han contribuido al avance y estabilidad de lo que en este caso llamaremos el sistema, o sea, el liberalismo econ¨®mico. "Vosotros nos conced¨¦is esto y nosotros, a cambio, renunciamos a confiscaros los medios de producci¨®n y el resto"¡¤.
La transacci¨®n fue aceptada y result¨® aceptable dentro de lo que cabe y en vista de lo ocurrido despu¨¦s. El comunismo sovi¨¦tico habr¨ªa hecho derramar torrentes de doloridas l¨¢grimas a Marx y a Engels, mientras en Europa avanzaba un Estado de bienestar que, a pesar de su ethos liberal, dio paso a la organizaci¨®n social m¨¢s cercana a la justicia que se haya producido nunca en la historia de la especie. Pero los absortos ante el modelo estadounidense, alegan que el nuestro es caro, insosteniblemente caro. Habr¨ªa que decirles, en primer lugar, que aquel sistema no es exactamente lo que parece de lejos. Podr¨ªan llevarse una sorpresa, si se molestaran. Enti¨¦ndaseme, hablo de precio. Si nuestro modelo es tan caro que conduce a la quiebra, tendr¨¢n que saber que el gasto social per c¨¢pita del Gobierno federal estadounidense (o sea, sin incluir a los estados federados) multiplica el nuestro con muchas creces. No me digan que hay equis millones de ciudadanos sin acceso a la sanidad gratuita, porque la cuesti¨®n no es esa, sino el gasto social que puede soportar un pa¨ªs sin hundirse por eso en la miseria. Si a?adimos la inmensa factura del gasto militar estadounidense, tendr¨ªamos que concluir, con la l¨®gica de nuestros liberales, que Estados Unidos se revuelca en la miseria. Qu¨¦ se va a revolcar.
?Y Europa? ?De veras que no se puede permitir un Estado de bienestar que aun aplic¨¢ndole alg¨²n recorte siempre ser¨¢ m¨¢s generoso que el espa?ol? Qu¨¦ desmonte ni qu¨¦ porras. La cascada Alemania (caso en el que me entretuve no hace mucho) est¨¢ saliendo del pozo a pesar de varios y muy serios pesares: Escasos recursos naturales, presi¨®n demogr¨¢fica, absorci¨®n de la arruinada Alemania del Este, inmigraci¨®n desaforada, y, en gran parte, patrocinio de otros pa¨ªses de la UE, entre los que se encuentra Espa?a. Con todo y con eso volver¨¢ a ser locomotora de Europa y seguir¨¢ proporcionando a sus ciudadanos mayor protecci¨®n de la que gozamos aqu¨ª. De otro pa¨ªs enfermo, Francia, podr¨ªa hacerse un balance menos exuberante, pero suficiente para echar por tierra el mito de que el Estado de bienestar es insostenible y hay que reducirlo hasta el rango de "sociedad caritativa", que fue lo deseado por Montesquieu, tal vez el mejor amigo de los pobres entre las grandes figuras de la Ilustraci¨®n. (Algunos llegaron mucho m¨¢s lejos, pero son tan secundarios que s¨®lo se mencionan en la letra peque?a de la historia).
La deslocalizaci¨®n es otro cantar. Es un fen¨®meno que ya va siendo m¨¢s viejo que la tos, pero por acumulaci¨®n estamos al borde de que sobre ¨¦l se produzca la ley de Engels, si no es que ya se ha producido. Pero de momento la mayor amenaza, que procede de China, no es que todos se vayan a producir all¨ª, sino que el ingente pa¨ªs d¨¦ al traste con las reservas de productos naturales. Para los pa¨ªses a los que el gigantesco desarrollo chino ha cogido bien preparados, China es un mercado de muy grandes y muy variadas proporciones. Pero Espa?a apenas tiene presencia all¨ª, como tambi¨¦n la tiene escasa en la Europa del Este y en Rusia. Carecemos de productividad y buen hacer comercial. Esta frase resume la situaci¨®n.
Una situaci¨®n que, como hemos dicho, algunos pretenden cargarle al bien modesto Estado social que tenemos. Ya que no podemos competir con los salarios de esos pa¨ªses, recortemos los nuestros, v¨ªa la abolici¨®n paulatina del Estado de bienestar. T¨¦trico razonamiento, pero ellos tienen la sart¨¦n por el mango. Su imprevisi¨®n y su incapacidad las hemos de pagar nosotros. Tiempo han tenido de hacerse competitivos y ellos lo saben, pero no tendr¨¢n el menor empacho en hacernos cargar con sus culpas. Como el problema se agrave, lo pagar¨¢ un Gobierno biso?o, con o sin Solbes.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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