Senda de elefantes
Dos visitas al F¨®rum en d¨ªa laborable (una gratis, otra pagando) me confirman que las proporciones del recinto multiplican la escala de nuestro paisaje. No en vano las comparan con las de la plaza de Tiananmen, ideada a la medida del tanque. La desmesura tambi¨¦n afecta a las distancias entre, pongamos, la cola para ver los guerreros chinos y el chiringuito, entrando a la derecha, en el que se sirven unas meritorias croquetas de carn d'olla. Este quiosco es un buen mirador para, tomando una cerveza en el gaudiniano vaso F¨®rum para soportar el bochorno, reflexionar sobre la parroquia: escolares, prejubilados, turistas. Aviso para latinlovers: aqu¨ª hay m¨¢s mujeres que hombres. Algunas llevan acreditaci¨®n y, a partir de la tercera cerveza, te inducen a elaborar delirantes aforismos, como que una mujer hermosa con acreditaci¨®n es m¨¢s hermosa todav¨ªa. Hay que hacer un esfuerzo para sortear con la mirada el edificio F¨®rum. Apodado caja de bombones o discoteca, impone su presencia de meteorito ca¨ªdo del cielo.
Una vez dentro, me detengo ante una exposici¨®n de postales de Barcelona y maquetas futuristas (fant¨¢stica la del edificio que Frank Gehry ha dise?ado para la Sagrera) y me dirijo hacia una megamaqueta de la ciudad (aqu¨ª est¨¢ lo micro, lo macro reproduce famosas esquinas del mundo en otra zona). No puedo acercarme porque el arquitecto mayor del reino, Josep Anton Acebillo, est¨¢ dando una conferencia. Habla de un concepto pegadizo: lo neometropolitano. La Mina y sus gitanos tambi¨¦n sirven de excusa para un audiovisual que se exhibe en tres pantallas, a pocos metros de La Mina real, en tres dimensiones poco autocomplacientes. Da la impresi¨®n de que en el F¨®rum se lo pasan mejor los que trabajan que los que lo visitan (las cr¨ªticas de Imma Mayol demuestran que incluso los partidarios del invento perciben sus contradicciones y su narcisismo institucional). En una de las papeleras, la disidencia se expresa con una pegatina: "F¨®rum Barcelona 2004. Convirtamos la estupidez en dinero y el dinero en estupidez", y eso que el F¨®rum pretend¨ªa que la estupidez no se convierta en m¨¢s estupidez ni el dinero en m¨¢s dinero. Otra cosa es que lo consiga, pienso junto a unos cubos transparentes que contienen inventos (no confundir con las ideas cuadradas de algunos). Es el lugar id¨®neo para recordar a uno de nuestros sabios, Ramon Margalef, que defendi¨® lo cient¨ªfico sobre lo ideol¨®gico y una diversidad de opiniones destinada a servir a la humanidad y no a la pol¨ªtica. Siento la tentaci¨®n de subirme a un elefante mec¨¢nico indio, o al Gigante de los siete mares, que tanto fascina a los ni?os, para desplazarme desde Voces, la exposici¨®n de la que salgo creyendo en el esperanto, hasta la placa fotovoltaica. Es una pasada. Si yo fuera extraterrestre, aparcar¨ªa mi nave aqu¨ª y retozar¨ªa junto a mi amada en este rompeolas para polvos gal¨¢cticos. El espacio, excesivo, se rige por esa forma de chuler¨ªa aut¨®ctona conocida como no ve d'un pam. Aqu¨ª no viene de una hect¨¢rea. El discurso de lo sostenible, tan bien resumido en ese armario que contiene todas nuestras pertenencias, choca con el insostenible derroche de espacios.
Detr¨¢s de m¨ª, el skyline de una ciudad apretujada. M¨¢s all¨¢, el perfil de las chimenea. ?Huele mal? No. De vez en cuando, llega un suave aroma a cloaca que te recuerda la insostenible levedad de lo sostenible. ?Acaso en el campo no te castigan con esti¨¦rcol? Pasan m¨¢s mujeres acreditadas. Deber¨ªa proponerles un d¨¦jeuner sur le b¨¦ton. Una de ellas me sonr¨ªe. Quiz¨¢ me haya confundido con Michael Moore, pero logra que todo empiece a parecerme maravilloso. Sudo la gota gorda y, convencido de que el gigantismo del marco asfixia los contenidos del F¨®rum, empiezo a licuarme hasta transformarme en una mancha que desprende, intuyo, un leve olor a carn d'olla neometropolitana.
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