Sin pasado no hay ma?ana
A Claudio Magris, que me inspir¨® este art¨ªculo
Hace alg¨²n tiempo, en este pa¨ªs, un grupo de ilustrados y de l¨ªderes del incipiente movimiento sindical consiguieron sentar las bases jur¨ªdicas, pol¨ªticas y sociales para que los espa?oles pudieran recuperar el tiempo perdido que nos separaba de los Estados modernos y de la cultura democr¨¢tica. La Constituci¨®n de 1931 recogi¨® los valores sembrados por los liberales y a?adi¨® algunas aportaciones que hab¨ªan sido extra?as a nuestra tradici¨®n, dominada por el pensamiento reaccionario.
Esta expansi¨®n pol¨ªtica y cultural de nuestros estrechos y anticuados moldes no fue posible culminarla en un plazo razonable. No es el prop¨®sito de estas l¨ªneas, ni ser¨ªa posible en el marco de un art¨ªculo period¨ªstico, analizar y profundizar en las causas del fracaso y de la involuci¨®n. Una vez m¨¢s en nuestra historia, una parte del Ej¨¦rcito se puso al servicio del pensamiento m¨¢s reaccionario y se erigi¨® en valladar frente a la modernidad, defendiendo los intereses de los sectores sociales que ve¨ªan peligrar sus privilegios.
El fracaso que supone para una naci¨®n el enfrentamiento entre conciudadanos culmin¨® con la victoria de los que se alzaron en armas contra la legalidad constitucional m¨¢s avanzada de nuestra historia.
El parte de guerra de los vencedores es premonitorio. Su contenido resulta estremecedor. Nos retrotrae a las guerras expansionistas de la Roma imperial. No tiene precedentes en la historia contempor¨¢nea declarar cautivo a un ej¨¦rcito vencido. Los romanos ya advert¨ªan solemnemente a sus enemigos: ?ay de los vencidos!
Las mentes m¨¢s arcaicas de nuestro panorama cultural consiguieron imponer sus concepciones e incorporar al ideario franquista "la Ley de Dios, seg¨²n la doctrina de la Santa Iglesia Cat¨®lica, Apost¨®lica y Romana, ¨²nica verdadera y fe inseparable de la conciencia nacional que inspirar¨¢ su legislaci¨®n. El ideal cristiano de la justicia social inspirar¨¢ la pol¨ªtica y las leyes".
La venganza fue cruel y especialmente selectiva. La obsesi¨®n del r¨¦gimen personal de Franco se centr¨® inicialmente en los masones y comunistas, estableciendo una ligaz¨®n entre ambos que causar¨ªa la hilaridad de cualquier historiador, ajeno a nuestras peculiares vicisitudes hist¨®ricas. La reina de Inglaterra no lleg¨® a visitar Espa?a, pero, en aplicaci¨®n estricta de la ley, deber¨ªa haber sido condenada a treinta a?os de reclusi¨®n.
Resulta significativa la sa?a con la que se persigui¨® a los maestros que hab¨ªan dedicado su vida a sembrar los valores de la cultura moderna en las aldeas y ciudades de nuestra Patria. Manuel Rivas, en su novela La lengua de las mariposas, refleja de manera pat¨¦tica y desoladora el contraste entre la cultura de los vencidos y la ignorancia de los vencedores. Hace unos d¨ªas le¨ª emocionado una esquela en este diario. El ¨²nico recuerdo, patrimonio y orgullo de la fallecida y de su familia era, haber sido "maestra de la Rep¨²blica".
Los consejos de guerra sumar¨ªsimos, sin las m¨¢s m¨ªnimas garant¨ªas de un proceso de una sociedad civilizada, funcionaron como una maquinaria aniquiladora de la cultura o de las simples convicciones democr¨¢ticas. Su furia e inhumanidad resultan verdaderamente sonrojantes, para los que participaron en aquellas parodias de juicios, que llevaron al pared¨®n a m¨¢s de cuarenta mil vencidos por el hecho de haber tomado parte en lo que sarc¨¢sticamente denominaban "auxilio a la rebeli¨®n". Incluso un criminal de guerra, como Himmler, en una visita a nuestro pa¨ªs, qued¨® impresionado por la ferocidad de la represi¨®n y aconsej¨® un poco m¨¢s de templanza. En la historia contempor¨¢nea no se conoce un genocidio con formas legales de mayor entidad y n¨²mero de v¨ªctimas. Los historiadores han tenido la oportunidad de examinar las causas penales y su lectura creo que ilustra, mucho m¨¢s que cualquier desahogo literario, la arbitrariedad con la que se persigui¨® a los vencidos cuando ya se hab¨ªa alcanzado el fin de la Guerra Civil.
Para los nost¨¢lgicos del franquismo que idealizan la figura de una de las personas m¨¢s sanguinarias e insensibles ante la tragedia de la muerte, convendr¨ªa recomendarles su lectura. Si las cartas de la historia se hubieran barajado de distinta forma no hay duda de que el sitio del dictador hubiera sido el banquillo de un N¨²remberg espa?ol. Si esos asesinatos masivos se hubieran ejecutado en nuestros d¨ªas su destino hubiera sido la Corte Penal Internacional.
Las cosas y las sendas de la historia contribuyeron a mantenerlo en el poder como baluarte contra el comunismo, sin importarles a sus vergonzantes aliados los cr¨ªmenes contra la democracia que se hab¨ªan cometido y continuaban ahora a menor ritmo e intensidad. Enrocado en el poder personal su megaloman¨ªa fue un obst¨¢culo insuperable para dar paso a un cambio mon¨¢rquico-liberal, que habr¨ªa llevado a Espa?a a formar parte del embri¨®n de la actual Uni¨®n Europea que se estaba gestando. Un m¨ªnimo gesto de grandeza le hubiera permitido facilitar la entrada de las libertades que s¨®lo pudimos disfrutar despu¨¦s de su muerte. D¨ªas antes se despidi¨® de este mundo ordenando cinco ejecuciones con el mismo tenebroso ritual de los tiempos iniciales. Perdimos casi veinte a?os que nos habr¨ªan permitido haber avanzado en desarrollo industrial, tecnolog¨ªa e infraestructuras.
En su prepotencia e impunidad realizaron la m¨¢s asombrosa pirueta jur¨ªdica que recuerdan los siglos. Se autoamnistiaron en el Decreto de 23 de septiembre de 1939 declarando que los asesinatos cometidos entre el 14 de abril de 1931 y el 18 de julio de 1936 por "afinidad con la ideolog¨ªa del Movimiento Nacional", no eran delictivos.
La Iglesia Cat¨®lica asisti¨® impasible y sin una sola cr¨ªtica al fusilamiento de miles de compatriotas, alguno incluso de profundas convicciones religiosas. Se puso, sin dudarlo, del lado de los vencedores. Las campanas doblaron s¨®lo por sus muertos y colocaron sus nombres en las fachadas de las iglesias. Para los vencidos s¨®lo quedaba el servicio de asistencia in art¨ªculo mortis antes de comparecer ante los pelotones de ejecuci¨®n. Nunca han pedido perd¨®n, ni realizaron la m¨¢s m¨ªnima condena, individual o colectiva, contra la masacre a la que asist¨ªan imp¨¢vidos y reconfortados por los auxilios espirituales que prestaban.
Ahora, algunos pocos supervivientes y los familiares de los muertos reclaman, de manera serena y sin el menor esp¨ªritu de venganza, que les dejen enterrar a sus muertos y se restablezcan sus derechos. Si nadie ha tenido el valor de pedir perd¨®n habr¨ªa que recordarles las palabras de Manuel Aza?a ante la tragedia que se estaba produciendo: paz, piedad y perd¨®n. El discurso del pol¨ªtico republicano, al que la derecha de este pa¨ªs ha rendido tributo, pronunciado el 18 de julio de 1938, deber¨ªa ser difundido en los centros escolares. Su materializaci¨®n en el momento presente debe hacerse en el seno de la representaci¨®n popular de todos los espa?oles. Una ley que anule todos los consejos de guerra sumar¨ªsimos como incompatibles con una sociedad civilizada y como tributo a los que sufrieron la muerte sin tener la m¨¢s m¨ªnima posibilidad de defenderse, cerrar¨ªa definitivamente las heridas del pasado. Los jueces del Tribunal de N¨²remberg dijeron claramente que, los pa¨ªses que asumen los valores universales de la paz, la justicia y el reconocimiento de la dignidad del ser humano, no pueden permanecer impasibles ante los actos de barbarie. Los familiares tienen derecho a este reconocimiento y deben contar con la ayuda del Estado para encontrar a los muertos desaparecidos. Las sombras de su recuerdo necesitan encarnarse en los restos enterrados en la tierra com¨²n de todos los espa?oles.
Algunos han intentado rescatar su memoria acudiendo a los tribunales para que revisen y anulen los procesos que les llevaron ante el pelot¨®n de ejecuci¨®n.
La respuesta que han recibido no puede ser m¨¢s desalentadora. El Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional, escud¨¢ndose en un descarnado formalismo legalista, les han contestado que, al fin y al cabo hab¨ªan sido ejecutados "con sujeci¨®n al procedimiento que, en aquel momento, el ordenamiento jur¨ªdico ten¨ªa establecido". M¨¢s recientemente el Tribunal Constitucional en relaci¨®n con los consejos de guerra, d¨ªas antes de la muerte de Franco, rechaza el amparo, y declara que no puede revisar una "dram¨¢tica condena a muerte" que fue un acto del "poder p¨²blico" anterior a la entrada en vigor de la Constituci¨®n. La frase final es lapidaria: "La dura realidad de la Historia no puede soslayarse en lo jur¨ªdico con procesos de revisi¨®n indefinida".
El positivismo jur¨ªdico proporcion¨® a Hitler las bases te¨®ricas de un "derecho" acorde con su proyecto de muerte. Prestigiosos juristas alemanes que consiguieron soslayar los juicios de N¨²remberg llegaron a sostener, sin rubor y sin rectificar, que entre los fines de la pena estaba "la eliminaci¨®n de los elementos da?inos al pueblo y a la raza".
En la legislatura pasada y la presente se han puesto en marcha "proposiciones no de ley", que tienen el prop¨®sito de condenar un golpe de Estado liberticida y promover las condiciones para restaurar a las v¨ªctimas en sus derechos expoliados.
Al morir el dictador las fuerzas pol¨ªticas alcanzaron un pacto ejemplar y alumbraron una Constituci¨®n que, lo admitan o no los nost¨¢lgicos del franquismo, supone el aniquilamiento pol¨ªtico del entramado seudolegal del r¨¦gimen. Parad¨®jicamente el sistema democr¨¢tico de la Segunda Rep¨²blica, que hab¨ªan derrocado por las armas, reaparece casi literalmente en muchos art¨ªculos de la Constituci¨®n de 1978. Los cautivos y desarmados de 1939 hab¨ªan hecho renacer la democracia.
Los consejos de guerra sumar¨ªsimos, celebrados durante la Guerra Civil y una vez terminada ¨¦sta, est¨¢n al margen de cualquier sistema jur¨ªdico y carecen de la m¨¢s m¨ªnima legitimidad. Su ilegitimidad resulta insubsanable al igual que toda la legislaci¨®n nazi que consagr¨® la eliminaci¨®n de sectores de la poblaci¨®n alemana.
La f¨®rmula derogatoria que anula todo el entramado "jur¨ªdico" del r¨¦gimen franquista y su extensi¨®n anal¨®gica a cuantas disposiciones se opongan a la Constituci¨®n permiten dar este paso.
El derecho como encarnaci¨®n de la justicia no puede soportar la convivencia con leyes aberrantes. John Rawls (Teor¨ªa de la Justicia) nos recuerda que un tirano puede cambiar las leyes sin previo aviso y castigar a sus s¨²bditos con las leyes que le plazcan, pero nunca podr¨¢ construir un sistema jur¨ªdico respetable para las conciencias de los ciudadanos. Si las leyes son injustas deben ser abolidas.
Recobrada la soberan¨ªa estamos en condiciones de anular las leyes dictadas por quien la secuestr¨® durante cuarenta a?os.
Hugh Thomas, uno de los hispanistas que m¨¢s ha estudiado la Guerra y la pos-Guerra Civil espa?ola, nos advierte en una entrevista reciente que: "Quien olvida el pasado se enfrenta con un porvenir incierto".
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado del Tribunal Supremo.
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