Un coraz¨®n aventurero
En 1936, Ernst J¨¹nger evoc¨® en Juegos africanos su paso juvenil por la Legi¨®n Extranjera. Un libro que recupera las ra¨ªces del pensamiento del autor alem¨¢n y el ambiente de los a?os anteriores a la Primera Guerra Mundial.
En el oto?o de 1913, apenas cumplidos los 18 a?os, Ernst J¨¹nger abandon¨® furtivamente el hogar familar -en Rehburg, cerca de Hannover-, cruz¨® la frontera con Francia y, una vez en Verdun, se alist¨® en la Legi¨®n Extranjera. Enviado en tren a Marsella, embarc¨® rumbo a Or¨¢n y a continuaci¨®n fue destinado a un acuartelamiento en la ciudad de Sidi Bel-Abb¨¦s, de donde, al poco de llegar, J¨¹nger intent¨® fugarse junto con uno de sus compa?eros. Descubierto a las pocas horas, fue encerrado en un calabozo, y sacado de all¨ª por intercesi¨®n de su padre, quien entretanto hab¨ªa movido cielo y tierra hasta dar con su hijo y conseguir su repatriaci¨®n. La aventura dur¨® un par de meses en total, y se sald¨® con un pacto entre padre e hijo: Ernst concluir¨ªa sus estudios de bachillerato y a cambio su padre le buscar¨ªa una plaza en una expedici¨®n al Kilimanjaro. Pero antes de que nada de eso pudiera tener lugar estall¨® la Gran Guerra y en agosto de 1914 J¨¹nger se alist¨® en el ej¨¦rcito como voluntario. A los "juegos africanos" iban a suceder las "tempestades de acero". Y de la escapada adolescente s¨®lo quedar¨ªan el aprendizaje del desenga?o y el aroma ex¨®tico de una experiencia que enseguida se revelar¨ªa anacr¨®nica, correspondiente a un orden -el de la vieja pax burguesa, carcomida por su propio tedio- que estaba a punto mismo de sucumbir.
JUEGOS AFRICANOS
Ernst J¨¹nger
Traducci¨®n de Enrique Oca?a
Tusquets. Barcelona, 2004
224 p¨¢ginas. 14 euros
El libro tiene ecos inevitables de la picaresca y la cr¨®nica viajera. Fundamental para el dibujo de su compleja personalidad
Veinte a?os despu¨¦s, Ernst J¨¹nger rememor¨® este episodio de su vida en Juegos africanos, que se public¨® por vez primera en 1936. Lo hizo maquillando s¨®lo muy ligeramente sus propios recuerdos, narrados en primera persona por Herbert Berger, trasunto inequ¨ªvoco del autor. El libro se nutre de los modelos cl¨¢sicos de los relatos de iniciaci¨®n, de salida al mundo, de aventura en el camino, con ecos inevitables de la picaresca y de las cr¨®nicas viajeras. Se trata de un libro hermos¨ªsimo, y fundamental para el dibujo de la compleja personalidad de J¨¹nger, que lo escribi¨® a partir de las anotaciones del diario que ya por aquella ¨¦poca llevaba. De ah¨ª la nitidez y la vivacidad de las impresiones consignadas, de los portentosos personajes con que el narrador topa, de sus andanzas y conversaciones.
En el centro del relato, desta-
can los perfiles de dos figuras principales: el muy conradiano doctor Goupil, que en Marsella trata in¨²tilmente de disuadir a Herbert de su insensata determinaci¨®n ("es usted a¨²n demasiado joven para saber que vive en un mundo del que no hay escape. Quiere descubrir en ?frica las mil maravillas, pero no hallar¨¢ m¨¢s que un hast¨ªo mortal. Hoy predomina la explotaci¨®n, y para quien se desv¨ªa de la norma se han inventado formas singulares de explotar su heterodoxia. La explotaci¨®n es la verdadera forma, el gran asunto de nuestro siglo... Las colonias son tambi¨¦n Europa, peque?as provincias europeas, donde se comercia con un poco m¨¢s de descaro y menos escr¨²pulos"...), y Charles Benoit, el aventurero nato que encandila a Herbert con el relato proceloso de sus experiencias, insufl¨¢ndole la fascinaci¨®n por el opio ("tal vez a toda persona se le aparezca una vez en la vida el forastero de los cuentos fant¨¢sticos y la encante con sus artes m¨¢gicas. Benoit respiraba ese carisma de los magos que, sin recurrir a la charlataner¨ªa, atraen a los clientes hasta el umbral de sus barracas de feria... Su lenguaje abr¨ªa ventanas. Por algunas de sus frases pude ver unas ruinas iluminadas de modo artificial, por otras, cre¨ª atisbar las sinuosidades de la serpiente"...).
Escrito ya con el timbre sapiencial y los ademanes estatuarios que tan pronto fueron caracter¨ªsticos de J¨¹nger, Juegos africanos constituye, adem¨¢s de una lectura deliciosa, un notable documento sobre el ambiente espiritual en que se fragu¨® el delirio belicista de 1914. Al comienzo mismo de Tempestades de acero (1920), recordaba J¨¹nger el entusiasmo guerrero de su generaci¨®n. Escribe all¨ª: "Crecidos en una era de seguridad, sent¨ªamos todos un anhelo de cosas ins¨®litas, de peligro grande. Y entonces la guerra nos hab¨ªa arrebatado como una borrachera"... La guerra era, en efecto, la consecuencia extrema, demente, de las consignas que emit¨ªan, desde medio siglo atr¨¢s, los grandes poetas de la rebeli¨®n y de la intensidad. Para el mozalbete que se fuga de la casa del padre, "el silbido de las balas" se le antoja "pura m¨²sica de las esferas divinas", y en su profunda "aversi¨®n hacia todo lo ¨²til" imagina "una sociedad de hombres temerarios, cuyo s¨ªmbolo era el fuego de campamento".
Conviene no olvidar en qu¨¦ gran medida todo el horror que estaba por llegar era respuesta a la "llamada de la lejan¨ªa", al "desaf¨ªo de la vida an¨¢rquica" que alentaba en las entra?as mismas del viejo orden burgu¨¦s y que resuena en las p¨¢ginas de Juegos africanos. La fantas¨ªa que impulsa la aventura del joven J¨¹ger se nutre del mismo desasosiego sentimental que ilustra Baudelaire en un poema como El viaje, y conlleva un mismo desenga?o proverbial ("?Saber amargo aquel que se obtiene del viaje!", suspira el poema).
En el turbulento clima de la
Alemania de Hitler, el celebrado autor de Tempestades de acero, cortejado por las autoridades culturales del nacionalsocialismo, esboza en Juegos africanos la arqueolog¨ªa espiritual de aquel libro, y ofrece, no sin iron¨ªa, el destello final de un mundo desaparecido, que aniquilaron los genios demoniacos liberados irresponsablemente por tantos corazones aventureros.
Hac¨ªa mucho que era inencontrable la primera traducci¨®n al espa?ol de Juegos africanos, publicada en 1970 por Ediciones Guadarrama. La nueva y esmerada versi¨®n de Enrique Oca?a recupera por fin esta encantadora narraci¨®n, quiz¨¢ la m¨¢s hermosa de cuantas escribi¨® su autor. La edici¨®n se completa con un breve texto intensamente l¨ªrico y asimismo notable: la Carta a un amigo desaparecido, de 1930, dedicada por J¨¹nger a Charles Benoit (nom de guerre de Karl Rickert), de quien no hab¨ªa vuelto a saber nada desde su partida de Bel-Abb¨¦s. En una de sus muy bien documentadas notas a pie de p¨¢gina, el traductor da noticia de un encuentro muy tard¨ªo de los dos antiguos compa?eros, en los a?os sesenta. Al parecer, y a consecuencia de este encuentro casual, Benoit habr¨ªa escrito a J¨¹nger una larga carta "donde el viejo camarada de aventuras narra los acontecimientos recreados en Juegos africanos desde una perspectiva menos sublimada". Queda la curiosidad por leer alg¨²n d¨ªa esta carta, que se conserva. Entretanto, en este libro resuena una vez m¨¢s el silbido, estremecedor y seductor a la vez, del escritor-salamandra, inmune a todos los fuegos. Una extra?a melod¨ªa que celebra "la osad¨ªa de la vida", el "despiadado amor" que "no se dirige al ser humano, sino a su n¨²cleo imperecedero".
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