El carterista amable
Una tarde, en el aeropuerto de Vigo, Carlos Casares me cont¨® una historia que le hab¨ªa sucedido en uno de sus viajes a Madrid. Conduce aburrido su coche, y se detiene a recoger a un autoestopista. Resulta ser un hombre sumamente cordial, con el que inicia una amena conversaci¨®n. El viaje transcurre con ligereza hasta que un guardia de tr¨¢fico les da el alto para decirles que han sobrepasado la velocidad permitida y les tiene que poner una multa. Carlos Casares trata de evitarla, recurriendo a todos sus recursos de seducci¨®n, pero el guardia se muestra insensible y formaliza su terrible amenaza. Reanudan el viaje, s¨®lo que se ha roto el encanto de su conversaci¨®n y apenas vuelven a hablar. Cuando llegan Madrid, Carlos Casares detiene su coche y sale a despedirse de su acompa?ante. ?ste le agradece su generosidad y le entrega una tarjeta en que, junto a su nombre, y en el lugar destinado a la profesi¨®n, aparece la palabra Carterista. Carlos Casares no puede evitar llevarse la mano a su costado para comprobar si su cartera contin¨²a en el bolsillo de su chaqueta. S¨ª que contin¨²a, pero el gesto no pasa desapercibido a su compa?ero. Carlos Casares se da cuenta y trata de disculparse, pero ¨¦ste le dice que no tiene importancia. Es ciertamente un carterista, como reza la tarjeta, pero jam¨¢s habr¨ªa empleado sus habilidades con alguien como ¨¦l. Le ha recogido en su coche, le ha llevado amablemente hasta su casa, y las leyes de esa reci¨¦n estrenada amistad hacen imposible que aproveche la ocasi¨®n para robarle. Es m¨¢s, a?ade, para demostrar que es cierto lo que le dice, quiere hacerle un regalo. Entonces se mete la mano en el bolso y le entrega a Carlos Casares, para su sorpresa, la libreta en que el guardia ha anotado sus datos para ponerle la multa.
Todo el mundo que conoci¨® a Carlos Casares recuerda sus habilidades como narrador, pero tal vez sea interesante preguntarnos qu¨¦ queremos destacar cuando decimos que alguien cuenta bien las historias. ?Se trata de una habilidad comparable, por ejemplo, a la del mago que hace juegos de cartas o a la del fun¨¢mbulo que camina sobre un alambre? Tambi¨¦n en estos casos habr¨ªamos destacado el asombro que nos causaba estar a su lado y verles actuar, ?pero estar¨ªamos refiri¨¦ndonos a lo mismo? En cierto sentido, s¨ª, pues que todas esas actividades tienen que ver con lo sorprendente. El fun¨¢mbulo camina por un alambre con la ligereza con que nosotros lo hacemos por el pasillo de nuestra casa, y el mago consigue con las cartas lo que nuestras torpes manos no lograr¨¢n jam¨¢s. Ambos, en definitiva, act¨²an no para desautorizar o condenar el mundo real, sino para ampliar el campo de lo posible. Y en esto no son distintos al narrador. Pero creo que en ¨¦ste hay otra cosa, ya que mientras el fun¨¢mbulo o el mago se comportan como si hubieran renunciado al sentido, de ah¨ª su maravillosa y loca libertad, lo que mueve al narrador de historias es el deseo de dar un significado a la existencia.
Supongo que es ¨¦sa la raz¨®n por la que nunca nos cansamos de escucharles. A¨²n m¨¢s, puede que nunca hayan sido tan necesarios como lo son ahora. Vivimos en el mundo de la informaci¨®n y todos los d¨ªas nos enfrentamos a peri¨®dicos y revistas que supuestamente nos ponen al tanto de todo cuanto ha sucedido en el mundo. Los peri¨®dicos est¨¢n llenos de acontecimientos, muchos de ellos espectaculares, pero es rara la noticia que no est¨¢ cargada de explicaciones. Lo que beneficia a la informaci¨®n y no a la narraci¨®n. Walter Benjamin insiste en esa idea, para afirmar que la narraci¨®n siempre ven¨ªa de lejos, y se le conced¨ªa una autoridad, aunque no fuera enteramente verificable, mientras que la informaci¨®n suele venir de lo pr¨®ximo.
Vivimos en un mundo cargado de informaci¨®n, pero pobre en historias memorables, sigue diciendo Benjamin. La historia del carterista lo es, y por eso la recordamos. Puede que tenga que ver con el hecho de que su protagonista sea precisamente un carterista, es decir, alguien al margen de la ley, que pertenece a un mundo diferente a aquel en que estamos nosotros. Alguien que viene de alguna lejan¨ªa, due?o de habilidades extra?as que le permiten desplazarse por ese reino de los tejados y los tr¨¢nsitos inesperados que es el reino de la literatura. Y que act¨²a, no s¨®lo en su nombre y en su solo beneficio, sino en nombre de todos. Que es generoso y agradecido, y en el que a¨²n late, por tanto, la idea de una comunidad entre los hombres.
Por eso escuchar su historia nos causa placer. No es poco, ya que la raz¨®n ¨²ltima por la que queremos que nos cuenten historias es para disfrutar con ellas. Isaac Bashevis Singer, en el pr¨®logo a uno de sus libros, dijo algo as¨ª referido a los ni?os. Ellos eran los mejores lectores porque no les gustaban las historias aburridas, cre¨ªan en cosas tan extra?as y maravillosas como los ¨¢ngeles y los demonios, la l¨®gica, los duendes y las brujas, Dios y la familia, y porque adem¨¢s no le¨ªan para librarse de la culpa, ni para calmar su sed de rebeli¨®n, sino s¨®lo por placer, sin ning¨²n respeto por el principio de autoridad.
Claro, que decir que una historia nos causa placer no es decir gran cosa, porque esto nos obliga a preguntarnos por qu¨¦. En primer lugar, porque est¨¢ bien contada, y es interesante; aunque no sea f¨¢cil explicar su significado. No es f¨¢cil explicar, por ejemplo, de qu¨¦ trata exactamente La metamorfosis, pero es sin duda un gran libro. Un cuento aut¨¦ntico debe tener un sinf¨ªn de interpretaciones, de comentarios, de posibles interpretaciones. Los hechos nunca se a?ejan, los comentarios suelen estar a?ejos desde el primer momento. Benjamin dijo que la mitad del arte de narrar radica precisamente en referir una historia libre de explicaciones, lo que no suele hacer el mundo de la informaci¨®n. La literatura necesita de narraciones bien construidas, y la del carterista lo es. Es concisa, imaginativa y tiene un final sorprendente, que nos conmueve y nos hace sonre¨ªr cuando lo escuchamos. Pero adem¨¢s contiene una ense?anza moral, porque postula la necesidad de la justicia. John Berger ha escrito que, en el mundo rural, una vida sin justicia carece sentido. Que se haga justicia, eso es lo que espera el campesino del mundo del relato. No es l¨®gico, por tanto, que quien ha tenido la generosidad de ayudar a un semejante termine pagando por ello. El gesto del carterista reestablece el orden del mundo, y por eso nos complace y nos reconcilia con los dem¨¢s.
Carlos Casares sab¨ªa todo esto. Como a los ni?os y a los campesinos, le preocupaban cosas como la justicia, el sentido de la vida, o la raz¨®n del sufrimiento. No pod¨ªa aceptar que los fuertes se impusieran a los d¨¦biles, y que los buenos actos no tuvieran su recompensa. Hace unos d¨ªas he le¨ªdo unas declaraciones de un escritor, al que por otra parte admiro, afirmando que desea comprobar si es posible escribir m¨¢s all¨¢ de los temas comunes. Me pregunto por qu¨¦ le preocupa algo as¨ª. Si la literatura ha vuelto a esos temas una y otra vez, supongo que es por alguna poderosa raz¨®n. ?stas son algunas de sus preguntas eternas: ?por qu¨¦ existen el dolor y la felicidad?; si el amor puede salvarnos, ?por qu¨¦ tenemos que morir? Es posible que haya muchas otras preguntas, pero no creo que sean ellas las que nos preocupen cuando nos disponemos a escuchar una nueva historia. Carlos Casares lo sab¨ªa, y por eso era un narrador celebrado y querido. La historia del carterista que hoy he tra¨ªdo a colaci¨®n resume su arte de narrar. Nos dice que hay que confiar en los seres humanos, y que la generosidad es siempre recompensada. Puede que no sean cosas muy originales, pero escucharlas nos ayuda a vivir. Recuerdo a Carlos Casares aquella tarde, en el aeropuerto de Vigo, mientras esper¨¢bamos la salida del avi¨®n. Hablamos sin descanso y el tiempo se nos fue sin sentirlo. Est¨¢bamos a punto de embarcar cuando me cont¨® la historia del carterista amable. Desde entonces, yo tambi¨¦n la he contado muchas veces y puedo asegurar que siempre ha producido en sus oyentes el mismo gozo que me produjo escucharla a m¨ª. Cesare Pavese escribi¨® que la literatura serv¨ªa para desquitarse de las afrentas de la vida, y creo que Carlos Casares se habr¨ªa conformado con que nos prestara un poco de compa?¨ªa. Bien mirado, puede que ambas cosas no sean tan distintas.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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