Pasi¨®n por las misas
Me gustan las misas, sobre todo cuando no son cat¨®licas, porque me recuerdan mi infancia en el Sal¨®n del Reino y me siento rejuvecer. Tanto rejuvenezco que a veces -¨¦sa es la parte mala- hasta me sale un grano purulento (en adelante for¨²nculo), como cuando, seg¨²n una impagable expresi¨®n de la ¨¦poca que no s¨¦ si se sigue utilizando, estaba haciendo el cambio.
Gracias a mi pasi¨®n por las misas, el otro d¨ªa logr¨¦ permanecer en mi butaca durante todo el debate que sirvi¨® de original introducci¨®n al montaje que ha hecho Peter Sellars de The children of Herakles, de Eur¨ªpides. Como la obra versa sobre la tragedia de unos refugiados, el debate tambi¨¦n trataba de los problemas de integraci¨®n que tienen los inmigrantes cuando llegan aqu¨ª. La verdad es que no me arrepiento de haberme quedado porque la gran ventaja de las misas es que, cuando acaban, te sientes m¨¢s buena que el pan y est¨¢s encantada de haberte conocido. Y la misa, perd¨®n, el debate del otro d¨ªa, con inmigrantes m¨¢s integrados que yo haciendo nuestra hagiograf¨ªa (la cr¨ªtica m¨¢s acerba estrib¨® en que los catalanes somos taca?os y cerrados), parec¨ªa concebido para que los catalanes y los barceloneses nos sintamos el mejor pa¨ªs de acogida y la mejor ciudad de acogida respectivamente del mundo mundial. Y para que una vez m¨¢s nos demos cuenta de que estamos a la cabeza de la Organizaci¨®n de Pa¨ªses Exportadores de Buen Rollito (en adelante OPEBR). Que de vez en cuando a los inmigrantes les d¨¦ por encerrarse en las iglesias es un detalle insignificante al que no vamos a permitirle que nos amargue nuestro intenso romance con nosotros mismos.
En cierto momento del debate, moderado por Mercedes Mil¨¢, se produjo una discusi¨®n en torno a lo fea que suena la palabra inmigrante y c¨®mo les gustar¨ªa a ellos que los llam¨¢ramos. Mientras ten¨ªa lugar esta crucial discusi¨®n y se barajaban expresiones como "nuevos vecinos" y "nuevos ciudadanos", advert¨ª que un tipo que se sentaba muy cerca rebull¨ªa en su asiento y rezongaba furioso, aunque en voz bajita, que aquello (y todo lo precedente, se entiende) era un rosario de t¨®picos. Y que lo que ten¨ªan que hacer es dejarse de chorradas, palabras textuales, y pasarse por los institutos donde la mitad del alumnado est¨¢ formado por inmigrantes (en adelante nuevos vecinos) y ver las mil y una virguer¨ªas que tienen que hacer los profesores no s¨®lo para ense?arles algo a esos ni?os, y a los otros, de paso. Que lo que hace falta no son declaraciones de nobles intenciones ni debates donde se pretende debatir aquello de lo que todos estamos de antemano convencidos, sino m¨¢s medios econ¨®micos para, entre otras cosas, ense?ar catal¨¢n a los ni?os y contratar el personal de refuerzo que la complej¨ªsima situaci¨®n que se da en la mayor parte de los centros de ense?anza p¨²blica requerir¨ªa. Como deduje que el tipo era un profesor, no dej¨¦ que sus palabras me amargaran la misa. Al fin y al cabo, ya se sabe que los profesores son todos unos exaltados que cada dos por tres est¨¢n pidiendo aumento de sueldo y encima se quejan de que tienen poqu¨ªsimas vacaciones y de que desempe?an un trabajo de lo m¨¢s estresante que tiene a la mitad del cuerpo docente deprimido (en adelante CDD).
Cuando abandonamos el teatro, me dio por pensar en los cambios que ¨²ltimamente se producen. Puede que la realidad no haya evolucionado tanto, pero el lenguaje adelanta que es una barbaridad. Tanto es as¨ª que incluso decir las cosas m¨¢s sencillas puede ser -¨¦sa es la parte mala- un l¨ªo tremendo. Por ejemplo, acabo de darme cuenta de que antes he cometido la imperdonable felon¨ªa de no poner "nuevos vecinos y vecinas", como ser¨ªa conveniente y ¨®ptimo en una habitante de un pa¨ªs que se halla en la vanguardia de la OPEBR. Eso me recuerda algo que le¨ª en El ausente, de Carlos Tr¨ªas, sobre c¨®mo el hecho de que las ciudades cambien tanto en tan poco tiempo nos convierte incluso a los que vivimos en la ciudad donde nacimos en forasteros a quienes a veces les cuesta mucho reconocer esa ciudad como la suya. ?No ocurrir¨¢ algo parecido con los usos ling¨¹¨ªsticos, que cambian a tal velocidad que nos convierten a todos en extranjeros que cometen una burrada de errores por minuto aunque hablen en una lengua que presuntamente es la suya? Si esto sigue as¨ª, ?seremos capaces de seguir comunic¨¢ndonos o preferiremos callarnos dada la enorme complejidad del hecho comunicativo m¨¢s sencillito?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.