Schnabel, la tramoya barroca
La exposici¨®n Julian Schnabel: 19782003, con el comisariado de Mar¨ªa Corral, re¨²ne medio centenar de pinturas de este artista estadounidense (Nueva York, 1951) y que ha mantenido una estrecha y fluida relaci¨®n con nuestro pa¨ªs durante los ¨²ltimos veinte a?os. Perteneciente a la generaci¨®n de artistas neoyorquinos, que, a comienzos de la d¨¦cada de 1980, apostaron de nuevo por la pintura, Schnabel se dio a conocer en Espa?a en el oto?o de 1983, en una exposici¨®n colectiva titulada Tendencias en Nueva York, que se exhibi¨® precisamente en el mismo Palacio de Vel¨¢zquez, donde, seg¨²n una selecci¨®n de Carmen Gim¨¦nez, tambi¨¦n estuvieron representados otros artistas, entonces poco o nada conocidos en Europa, como Eric Fischel, Keith Haring, David Salle o Susan Rothenberg, por s¨®lo citar a los que despu¨¦s alcanzaron un predicamento internacional, al menos durante la ¨¦poca en la que estuvo de moda por todo el mundo esta tendencia pict¨®rica entre el neoexpresionismo y el neopop.
JULIAN SCHNABEL: 1978-2003
Palacio de Vel¨¢zquez
Parque del Retiro. Madrid.
Hasta el 13 de septiembre
Entre los citados, algunos siguieron frecuentando nuestras galer¨ªas p¨²blicas y privadas, pero ninguno con la rotundidad e insistencia de Schnabel, que present¨® grandes exposiciones individuales en Sevilla y Barcelona.
Por otra parte, la simpat¨ªa de Schnabel por el mundo hisp¨¢nico no se limit¨® s¨®lo a lo pict¨®rico, que tuvo una pronta revelaci¨®n con sus iniciales homenajes a Gaud¨ª, sino que adquiri¨® connotaciones ¨ªntimas personales, lo que anud¨® de forma muy contundente su relaci¨®n con nuestro pa¨ªs y su cultura.
Apasionado, sensual, rom¨¢ntico, muy barroco y espectacular, Schnabel combina la frescura y el desparpajo de la tradici¨®n moderna americana, heredera del expresionismo abstracto, con una sofisticaci¨®n cultural y un refinamiento pictoricista propios de los maestros hist¨®ricos europeos. En este sentido, para bien o para mal, se ha ubicado, m¨¢s all¨¢ de las circunstanciales modas, en una "tierra de nadie". Todos estos elementos caracter¨ªsticos se pueden apreciar en la presente retrospectiva, que, aprovechando a fondo las muy especiales condiciones escenogr¨¢ficas del Palacio de Vel¨¢zquez, nos nuestra antol¨®gicamente ejemplos del cuarto de siglo que abarca ya su trayectoria.
En efecto, con cuadros de gran formato, que, a veces, roza lo descomunal, Schnabel ha convertido el ya de por s¨ª bastante espectacular palacio del Retiro en un grandioso escenario pict¨®rico del barroco, en la que la pintura se asemeja a los grandes tapices y reposteros de las celebraciones ¨¢ulicas y las entradas triunfales de las fastuosas cortes meridionales del XVII, dej¨¢ndonos la sensaci¨®n de estar envueltos por la teatral magia de una tramoya a lo Rubens. Aunque Schnabel dota, a veces, esta pompa y esplendor decorativos con enrabietados morceaux de bravoure, como sab¨ªa hacerlo el tambi¨¦n rubensiano Delacroix, hurgando en la negra entra?a de la venenosa pasi¨®n, los luminosos oropeles de este radiante espacio acaban difuminando lo m¨¢s primario, convincente y hondo de este grito pict¨®rico, que se ahoga en los ruidosos acordes de la fanfarria orquestal.
Se produce entonces en el visi-
tante de la muestra una sensaci¨®n de desconcertante ambivalencia, que le impide seguir, simult¨¢neamente, de manera integrada, el soterrado acento l¨ªrico y la ensordecedora tempestad del viento y la percusi¨®n que lo tapan, m¨¢s que acompa?arlo, un poco como ocurre con algunas composiciones de Mahler y del tard¨ªo wagnerismo, donde la estupefacci¨®n sonora deja al oyente como en ascuas, pero sin saber por qu¨¦. A estas alturas, parece obvio que este frustrante efecto no debe ser casual y quiz¨¢ revele el verdadero talante de Schnabel, fascinado por la altisonante facundia decorativa de estilo rubensiano, lo cual tampoco me parece necesariamente algo recusable, si bien agosta otra dimensi¨®n m¨¢s honda, bronca y penetrante de su obra anterior, que a m¨ª me emocionaba y convenc¨ªa m¨¢s..., pero, quiz¨¢, por mi personal inclinaci¨®n a buscar ese ascua ardiente de verdad, que diferencia la tragedia rom¨¢ntica del espectacular melodrama burgu¨¦s.
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