Historia de una venganza
Esta ma?ana, Rudolph Giuliani ha vuelto a evocar una vez m¨¢s el 11-S no muy lejos de aqu¨ª. Las cat¨¢strofes exigen valor, toma de decisiones r¨¢pidas, pero tambi¨¦n dan lugar a errores, ha dicho el antiguo alcalde de Nueva York. No permit¨¢is que olvidemos que los responsables de esos errores no somos nosotros, sino los terroristas. Los miembros de la comisi¨®n investigadora del 11-S abordan con sumo tiento la jornada m¨¢s fr¨¢gil de la historia estadounidense. Deber¨ªan presionar a Giuliani, pero empiezan expres¨¢ndole su agradecimiento antes de hacerle cualquier pregunta.
Un par de horas despu¨¦s, Joseph Wilson llega a Nueva York para presentar su libro. Se titula Pol¨ªtica de la verdad. Wilson ha sido diplom¨¢tico durante muchos a?os, pero en este momento ya nadie lo dir¨ªa.
Wilson cerr¨® la Embajada en Irak, sac¨® a sus empleados del pa¨ªs y, una vez en Washington, fue recibido por el entonces presidente Bush como "verdadero h¨¦roe estadounidense"
En febrero de 2002, Wilson regresa a ?frica para investigar, por encargo de Dick Cheney y de la CIA, si Nigeria estaba exportando uranio a Irak. No detect¨® el menor indicio de este comercio
La doble identidad que Valerie Plame se hab¨ªa construido a lo largo de los a?os hab¨ªa quedado destruida. Era evidente que se trataba de una venganza
Fuera, delante de los escaparates de la librer¨ªa Barnes & Noble, cuelga una bandera estadounidense, inm¨®vil en esta tibia tarde de comienzos del verano. Sin embargo, Wilson irrumpe como un hurac¨¢n. Acaba de llegar de Niza. Ha estado en Cannes invitado al festival de cine, donde se ha proyectado Uncovered, un documental sobre el belicoso Gobierno de Bush en el que Wilson ha intervenido. Un hombre orondo, de cabello plateado, sube de un brinco al estrado. Lleva aflojado el nudo de su corbata de Herm¨¨s; sonr¨ªe.
"Antes de nada quisiera decirles que la pel¨ªcula de Michael Moore, Fahrenheit 9/11, ha cosechado un enorme ¨¦xito en Cannes".
Los 300 espectadores aplauden. Un poquito de Europa inunda la sala. A Wilson le agrada, pero sin pasarse. Es estadounidense. Le gusta estar en Nueva York aunque es de California. Ha sido surfista y trabaj¨® un par de a?os como carpintero antes de solicitar el ingreso en el cuerpo diplom¨¢tico. A finales de los a?os noventa, cuando llevaba m¨¢s de 20 a?os al servicio de Estados Unidos, fund¨® una empresa asesora dedicada a las relaciones entre EE UU y ?frica. Actualmente vive con su mujer y dos de sus hijos en Washington.
"Este pa¨ªs ha sido fundado sobre los principios de hombres sabios", comenta Wilson. "Los ciudadanos de este pa¨ªs tienen derecho a controlar al Gobierno, a pedirle cuentas, a atacarle. Yo no he hecho otra cosa que ejercer ese derecho. Lo que el Gobierno ha hecho despu¨¦s conmigo y con mi familia es simple y llanamente antiestadounidense", comenta Wilson.
Acaricia el libro que tiene sobre la mesa. Pol¨ªtica de la verdad cuenta, a lo largo de m¨¢s de 400 p¨¢ginas, la historia de un diplom¨¢tico estadounidense que decide prescindir de la discreci¨®n.
La trampa de Sadam
En la primera parte, Wilson describe sus a?os en ?frica, donde trabaj¨® en las embajadas estadounidenses de Nigeria, Burundi, el Congo y Gab¨®n. Describe a los elefantes y a Idi Am¨ªn, la arena del desierto, guerras civiles y el nacimiento de sus primeros hijos. Habla de su trabajo en la embajada de Bagdad, que dirig¨ªa cuando comenz¨® la primera guerra del Golfo, en 1991. Wilson fue el ¨²ltimo diplom¨¢tico estadounidense que se reuni¨® con Sadam Husein. Describe c¨®mo evit¨® la famosa trampa del apret¨®n de manos de Sadam: normalmente, al saludar, Sadam tend¨ªa la mano tan baja que luego, en las fotos de protocolo, sus invitados parec¨ªan inclinarse ante ¨¦l. Wilson cerr¨® la embajada en Irak, sac¨® a sus empleados del pa¨ªs y, una vez en Washington, fue recibido por el entonces presidente George Bush como "verdadero h¨¦roe estadounidense". M¨¢s tarde march¨® a Ruanda por encargo del presidente Clinton. Trabaj¨® en Kosovo, en Angola, en Bruselas, siempre all¨ª donde estuviera pasando algo.
A lo largo de las primeras p¨¢ginas se despliega el ascenso rectil¨ªneo de un diplom¨¢tico de carrera.
Pero esta trayectoria desaparece en la segunda parte. En febrero de 2002, Joseph Wilson regresa una vez m¨¢s a ?frica para investigar, por encargo del vicepresidente Dick Cheney y de la CIA, si Nigeria estaba exportando uranio a Irak. Wilson no detect¨® el menor indicio de la existencia de comercio de uranio e inform¨® a su Gobierno. Sin embargo, un a?o m¨¢s tarde, el presidente Bush dijo la siguiente frase en su discurso sobre el estado de la Uni¨®n con el que argument¨® el porqu¨¦ de la guerra contra Irak: "El Gobierno brit¨¢nico ha descubierto que recientemente Sadam quiso importar cantidades considerables de uranio procedente de ?frica".
Dieciocho palabras de un discurso del presidente que irrumpieron en la vida de Wilson como un avispero. Este hombre, cuyo trabajo hab¨ªa consistido hasta ahora en no llamar la atenci¨®n, se convirti¨® de repente en el foco de atenci¨®n de todo un esc¨¢ndalo pol¨ªtico.
?sa es la parte que interesa a la gente que est¨¢ en la sala.
"Cuando escuch¨¦ el discurso de Bush pens¨¦: 'no puede estar hablando de Nigeria", dice Wilson.
Pero, de hecho, Bush se refer¨ªa a Nigeria.
Cuando el Organismo Internacional para la Energ¨ªa At¨®mica calific¨® este contrabando de uranio de falsa informaci¨®n, un portavoz de Asuntos Exteriores declar¨®: "Desgraciadamente, nos hemos dejado enga?ar". Poco despu¨¦s, Rice, la asesora en materia de seguridad, dijo que quiz¨¢ en las entra?as de la CIA se hab¨ªa tenido noticia de que el asunto del comercio de uranio no era m¨¢s que un farol, pero desde luego no era as¨ª en los c¨ªrculos en que ella se mov¨ªa.
Por aquel entonces ya hab¨ªa ca¨ªdo Bagdad.
Wilson no daba cr¨¦dito. ?l hab¨ªa viajado a Nigeria por encargo de Dick Cheney, el vicepresidente de Estados Unidos.
Wilson empez¨® a hablar de su viaje en los ambientes pol¨ªticos de Washington. Rond¨® como una aparici¨®n por diversos reportajes period¨ªsticos en calidad de emisario estadounidense an¨®nimo hasta que en julio de 2003 public¨® un art¨ªculo en The New York Times: Lo que no encontr¨¦ en ?frica.
El art¨ªculo que cambi¨® su vida
Ya nada volvi¨® a ser como antes. Wilson dej¨® de ser un diplom¨¢tico, ya no actuaba en la sombra. No est¨¢ claro si era realmente consciente de las consecuencias que iba a tener su decisi¨®n. Ni siquiera est¨¢ claro si sab¨ªa exactamente qu¨¦ es lo que estaba haciendo. Ni lo que realmente deseaba lograr.
Una semana m¨¢s tarde apareci¨® en el Washington Post una columna del periodista conservador Robert Novak. Seg¨²n ¨¦l, en su excursi¨®n a Nigeria, Wilson s¨®lo se hab¨ªa dedicado a tomar el t¨¦ con viejos conocidos en lugar de investigar. Y adem¨¢s, en realidad hab¨ªa recibido ese encargo porque su mujer, Valerie Plame, hab¨ªa hablado a su favor en la CIA. Y es que, como se comentaba en las altas esferas del Gobierno, Plame trabajaba como agente de la CIA. De nuevo una semana m¨¢s tarde, un periodista del canal de televisi¨®n MSNBC revela a Wilson que acaba de hablar por tel¨¦fono con Karl Rove, asesor de Bush, y que ¨¦ste le ha dicho: "Se ha levantado la veda contra la mujer de Wilson".
Sali¨® a la luz que tambi¨¦n se hab¨ªa hecho llegar a otros periodistas de Washington esta misma informaci¨®n sobre la mujer de Wilson. La doble identidad que Valerie Plame se hab¨ªa construido a lo largo de los a?os hab¨ªa quedado destruida. Era evidente que se trataba de una venganza procedente de las m¨¢s altas esferas del Gobierno.
En septiembre de 2003, el Ministerio de Justicia inici¨® el proceso de investigaci¨®n en el caso Valerie Plame. En octubre, el presidente Bush dijo: "Llegaremos al fondo del asunto".
Las pesquisas todav¨ªa contin¨²an, y hoy por hoy no se sabe con certeza cu¨¢les fueron las altas esferas del Gobierno que revelaron la identidad camuflada de la agente de la CIA.
"S¨®lo hay un par de personas que se mueven en el punto de intersecci¨®n entre pol¨ªtica y servicios secretos", explica Wilson. "Bush s¨®lo tiene que convocarlas y preguntarles qui¨¦n fue. As¨ª que o no hablaba tan en serio, o no tiene a su gente bajo control, o bien est¨¢n intentando ocultar algo", razona Wilson.
Dice que Karl Rove es un cabr¨®n y que est¨¢ esperando que llegue el d¨ªa en que "lo saquen esposado de la Casa Blanca".
Hace poco, en el programa de entrevistas Meet the press, preguntaron a Wilson si hab¨ªa llamado al vicepresidente Dick Cheney, en Iowa, "mentiroso hijo de puta". El entrevistador emple¨® la abreviatura de son of a bitch porque el programa se emit¨ªa un domingo a mediod¨ªa. As¨ª que dijo "SOB".
"Mentiroso hijo de puta es poco m¨¢s o menos lo m¨¢s agradable que se me viene a la cabeza cuando pienso en Cheney", respondi¨® Wilson. "Cheney ha enga?ado al pueblo estadounidense como nunca nadie lo hab¨ªa hecho hasta ahora. Sobre las armas de destrucci¨®n masiva en Irak, sobre las conexiones entre Sadam y Al Qaeda, sobre la pol¨ªtica medioambiental. Encarna todo lo que hay de horrible en esta Administraci¨®n".
"Y todav¨ªa no hemos dado su merecido a Novak, ese granuja sin escr¨²pulos", grita a su p¨²blico al finalizar la presentaci¨®n.
A continuaci¨®n, Wilson firma ejemplares de su libro. Su tutor de la editorial contempla la cola que avanza hacia el autor.
"Ya hemos vendido 20.000 ejemplares", nos comenta. "Estamos en la lista de ¨¦xitos de ventas del Times, pero la cosa no parece que vaya a quedarse ah¨ª. Joe sigue estando en boca de todos. Va a hablar en la convenci¨®n del Partido Dem¨®crata".
Wilson firma el ¨²ltimo libro. La mujer lo toma en sus manos y se marcha, pero, antes de desaparecer, se vuelve una vez m¨¢s.
"?Qu¨¦ pasar¨¢ en las elecciones?", pregunta.
"Los republicanos lo perder¨¢n todo. El Gobierno y el Senado. Ser¨¢ un aut¨¦ntico corrimiento de tierras".
La mujer sonr¨ªe al abandonar la sala. Menuda premonici¨®n. Fuera ya ha oscurecido. Wilson parece cansado, ya no le queda energ¨ªa, su p¨²blico se ha marchado.
Fuera le aguarda una limusina que le llevar¨¢ al hotel. El editor le recuerda que pasar¨¢n a recogerle ma?ana a las cinco de la ma?ana.
Wilson asiente y sube al coche.
A¨²n sigue teniendo su peque?a empresa en Washington destinada a allanar el camino a los negocios entre socios africanos y estadounidenses, pero pr¨¢cticamente est¨¢ inactiva desde que escribi¨® el art¨ªculo para The New York Times. No resulta tan apetecible hacer negocios con ex diplom¨¢ticos enfurecidos como con estadounidenses tranquilos.
?Y de qu¨¦ vive? "Bueno, mi editor me ha asegurado que me har¨¦ riqu¨ªsimo con el libro", dice.
Valor c¨ªvico
?Y alguna vez se ha arrepentido de haber atacado al Gobierno?
"Es mi deber como ciudadano", comenta Wilson. "Lo que estoy haciendo no es cuesti¨®n de valent¨ªa. Fui valiente en 1991 en Bagdad. Entonces la cosa era a vida o muerte. De lo que se trata ahora es de tener valor c¨ªvico. Eso es lo que constituye el rasgo definitorio de este pa¨ªs".
Un t¨ªo abuelo suyo fue alcalde de San Francisco y diputado en el Congreso, sus abuelos lucharon en las dos guerras mundiales, su padre fue piloto de la Marina en la II Guerra Mundial. "Ninguno de ellos fue dem¨®crata", escribe.
?Trata de demostrar que es imparcial?
"Soy un ciudadano estadounidense", explica Wilson. "Me siento orgulloso de serlo. Me siento orgulloso de proceder de una familia que ha servido fielmente a su pa¨ªs desde hace generaciones".
"Tenemos una Constituci¨®n maravillosa, la leo muy a menudo", comenta.
Se aferra a los cimientos m¨¢s inconmovibles. Todo se desintegra, parece que ya no quedan certidumbres. Ha hablado con antiguos colegas. Le han dicho que resulta dif¨ªcil ser diplom¨¢tico estadounidense en los tiempos que corren. Quiz¨¢ su libro se apague como una estrella fugaz entre el resto de los ajustes de cuentas pol¨ªticos de este a?o. Quiz¨¢ nunca se sepa qui¨¦nes fueron los delatores de su mujer.
Wilson ha escrito en su libro el nombre de las dos personas que supone que delataron a su mujer: Lewis Libby, jefe de la oficina de Cheney, y Elliott Abrams, un colaborador del Consejo de Seguridad Nacional que asesora a Bush en calidad de experto en Oriente Pr¨®ximo. Pero Wilson no puede demostrar nada, y Washington calla.
Cuando nos detenemos a las puertas de su hotel, el conductor exclama: "Lo que est¨¢ haciendo me parece estupendo".
"Gracias", responde Wilson.
Sus cr¨ªticos le reprochan haber buscado el esc¨¢ndalo por pura vanidad. A menudo lleva gafas de sol y siempre luce corbatas caras. Le gusta fumar puros cubanos. Se hizo fotografiar junto a su mujer a bordo de su descapotable para un retrato de Vanity Fair, como si fueran una pareja de Hollywood. Wilson atiborra su libro de nombres de personajes importantes siempre que tiene ocasi¨®n. Cuando describe la grave enfermedad de su primera mujer, no olvida mencionar que John Wayne estaba agonizando en el mismo hospital. Con su tercera mujer cen¨® en una ocasi¨®n junto a Annette Benning y Warren Beatty. En su despacho cuelga una carta de felicitaci¨®n del antiguo presidente Bush. Describe amorosamente y con todo lujo de detalles el encuentro personal que tuvo primero con Bush y m¨¢s tarde con Clinton.
Es vanidoso. Pero quiz¨¢ haga falta ser vanidoso para ser capaz de enfrentarse al presidente.
Joseph Wilson se levanta y reescenifica el apret¨®n de manos que dio en 1990 a Sadam Husein. Mir¨® al dictador a los ojos, no a la mano que le tend¨ªa. Simplemente se limit¨® a esperar hasta que sus manos se encontraron. ?se era el truco, explica.
Tres d¨ªas despu¨¦s, Wilson entra en una librer¨ªa de Santa M¨®nica, California. Los Lakers de Los ?ngeles se juegan esa tarde la clasificaci¨®n en la final de la NBA; a¨²n as¨ª, la sala est¨¢ llena.
"Pero, en el fondo, lo que ustedes esperan encontrar siempre es al Wilson embajador", comenta a su p¨²blico.
Es una observaci¨®n bastante triste, pero la gente r¨ªe. Wilson necesita el traje para dejar muy claro cu¨¢l es el camino que tiene a sus espaldas. Pero a las primeras de cambio hace saltar por los aires la figura del embajador. Dice que Condoleezza Rice miente y que Colin Powell ha sido una de las figuras claves de la guerra porque se ha aprovechado de su credibilidad para impulsar este crimen. Powell deber¨¢ rendir cuentas ante la historia. Wilson cuenta de nuevo que, en realidad, Dick Cheney sali¨® bastante bien parado cuando lo calific¨® de mentiroso hijo de perra.
"Se trata del Gobierno m¨¢s antidemocr¨¢tico que hemos tenido jam¨¢s. Reagan y Nixon eran aut¨¦nticos santos comparados con Bush. La ¨²nica buena noticia es que tenemos elecciones en oto?o", clama Wilson.
?sas habr¨ªan sido unas buenas palabras finales. Wilson sonr¨ªe, piensa que dentro de 20 minutos ha quedado a cenar con Robert de Niro. Si sale ahora mismo, todav¨ªa podr¨ªa llegar a tiempo. Una pregunta m¨¢s. Alguien quiere saber si Howard Dean no habr¨ªa sido el mejor candidato dem¨®crata.
No, responde Wilson. Explica por qu¨¦ ha sido un error que Dean votara en el Congreso contra la resoluci¨®n de ir a la guerra y por qu¨¦ ha estado bien que Kerry se mostrara a favor.
"S¨®lo es posible impresionar a un dictador como Sadam Husein con una seria amenaza de empleo de la fuerza", explica.
Sus palabras desatan una catarata de preguntas. Las cosas no son tan sencillas. Wilson ha vivido en un mundo donde las cosas se pueden abordar desde diversos puntos de vista. Venera a Bush padre y desprecia al hijo.
Trayectoria sorprendente
Este personaje tiene una sorprendente trayectoria tras de s¨ª. A comienzos del a?o 2000 don¨® dinero para la campa?a a las elecciones primarias de George W. Bush porque pensaba que era el mejor candidato republicano. Tambi¨¦n don¨® dinero a Al Gore, en cuya oficina hab¨ªa trabajado hac¨ªa ya muchos a?os. En 2002 march¨® a Nigeria por encargo de Dick Cheney. Este mes de enero entr¨® en el equipo de campa?a electoral de John Kerry. Es el asesor de Kerry en materia de pol¨ªtica exterior.
?Ha habido un momento preciso en el que todo se haya dislocado en su vida?
"Creo que fue cuando Richard Perle habl¨® en la reuni¨®n del consejo turco-estadounidense", responde. "Fue en marzo de 2002, un par de semanas despu¨¦s de mi viaje a Nigeria. Perle fue muy franco por lo que concierne a nuestros planes en Irak. Se trataba de objetivos imperiales. Y de alg¨²n modo esa noche llegu¨¦ a la conclusi¨®n de que Perle y sus amigos neoconservadores del Gobierno no se merec¨ªan que se les dejara v¨ªa libre rumbo a Bagdad".
?Ve a menudo a John Kerry?
"Qu¨¦ va, hace semanas que no le veo", responde Wilson. "Pero tampoco tiene tanta importancia. Discutimos l¨ªneas de actuaci¨®n b¨¢sicas, y lo cierto es que tambi¨¦n trabajo para ¨¦l en los actos a los que acudo ahora. No hay otra manera de hacerlo. Yo defiendo ciertas posiciones que son m¨¢s radicales que las suyas. ?l no podr¨ªa asumirlas sin salir perjudicado".
?Nunca ha pensado entrar en el mundo de la pol¨ªtica?
"Por supuesto. Pero tengo gemelos de cuatro a?os y la pol¨ªtica es una profesi¨®n dura que requiere mucho tiempo. Adem¨¢s, mi mujer ha dicho que no quiere llevar una vida p¨²blica. Es dif¨ªcil salir elegido en EE UU si tu mujer no aparece siempre a tu lado. Y yo respeto a mi mujer".
La primera frase del libro de Wilson est¨¢ dedicada a su mujer, Valerie, y la ¨²ltima, tambi¨¦n. Siempre est¨¢ sacando a colaci¨®n a Thomas Jefferson, pero ante todo Wilson ama a su mujer. Y ella no ha tenido nada que ver con lo que ha ocurrido. Quiz¨¢ est¨¦ defendiendo a Estados Unidos, o quiz¨¢, en el fondo, s¨®lo est¨¦ defendiendo a su mujer. O a lo mejor y quiz¨¢ ya no es posible separar una cosa de la otra. Es muy probable que Pol¨ªtica de la verdad sea una carta de amor de m¨¢s de 400 p¨¢ginas.
? Der Spiegel.
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