Neruda cumple cien a?os
Cuando yo era un ni?o de pantal¨®n corto todav¨ªa, all¨¢ en Cochabamba, Bolivia, donde pas¨¦ mis primeros diez a?os de vida, mi madre ten¨ªa en su velador una edici¨®n de tapas azules, con un r¨ªo de estrellas blancas, de los Veinte poemas de amor y una canci¨®n desesperada, de Pablo Neruda, que le¨ªa y rele¨ªa. Yo apenas hab¨ªa aprendido a leer y, seducido por la devoci¨®n de mi madre a aquellas p¨¢ginas, intent¨¦ tambi¨¦n leerlas. Ella me lo hab¨ªa prohibido, explic¨¢ndome que no eran poemas que deb¨ªan leer los ni?os. La prohibici¨®n enriqueci¨® extraordinariamente el atractivo de aquellos versos, coron¨¢ndolos de una aureola inquietante. Los le¨ªa a escondidas, sin entender lo que dec¨ªan, excitado y presintiendo que detr¨¢s de algunas de sus misteriosas exclamaciones ("Mi cuerpo de labriego salvaje te socava / y hace saltar el hijo del fondo de la tierra", "Ah, las rosas del pubis!") anidaba un mundo que ten¨ªa que ver con el pecado.
Neruda fue el primer poeta cuyos versos aprend¨ª de memoria y recit¨¦ de adolescente a las chicas que enamoraba, al que m¨¢s imit¨¦ cuando empec¨¦ a garabatear poes¨ªas, el poeta ¨¦pico y revolucionario que acompa?¨® mis a?os universitarios, mis tomas de conciencia pol¨ªticas, mi militancia en la organizaci¨®n Cahuide durante los a?os siniestros de la dictadura de Odr¨ªa. En las reuniones clandestinas de mi c¨¦lula a veces interrump¨ªamos las lecturas del Qu¨¦ hacer de Lenin o los Siete ensayos de Mari¨¢tegui para recitar, en estado de trance, p¨¢ginas del Canto general y de Espa?a en el coraz¨®n. M¨¢s tarde, cuando era ya un joven de lecturas m¨¢s exclusivas y muy cr¨ªtico de la poes¨ªa de propaganda y ataque, Neruda sigui¨® siendo para m¨ª un autor de cabecera -lo prefer¨ªa incluso al gran C¨¦sar Vallejo, otro ¨ªcono de mis a?os mozos-, pero ya no el Neruda del Canto general, sino el de Residencia en la tierra, un libro que he le¨ªdo y rele¨ªdo tantas veces como s¨®lo lo he hecho con los poemas de G¨®ngora, de Baudelaire y de Rub¨¦n Dar¨ªo, un libro algunos de cuyos poemas -"El tango del viudo", "Caballero solo"- todav¨ªa me electrizan la espalda y me producen ese desasosiego exaltado y ese pasmo feliz en que nos sumen las obras maestras absolutas. En todas las ramas de la creaci¨®n art¨ªstica, la genialidad es una anomal¨ªa inexplicable para las solas armas de la inteligencia y la raz¨®n, pero en la poes¨ªa lo es todav¨ªa mucho m¨¢s, un don extra?o, casi inhumano, para el que parece inevitable recurrir a esos horribles adjetivos tan maltratados: trascendente, milagroso, divino.
Conoc¨ª en persona a Pablo Neruda en Par¨ªs, en los a?os sesenta, en casa de Jorge Edwards. Todav¨ªa recuerdo la emoci¨®n que sent¨ª al estar frente al hombre de carne y hueso que hab¨ªa escrito aquella poes¨ªa que era como un oc¨¦ano de mares diversos e infinitas especies animales y vegetales, de insondable profundidad e ingentes riquezas. La impresi¨®n me cort¨® el habla. Por fin alcanc¨¦ a balbucear unas frases llenas de admiraci¨®n. ?l, que recib¨ªa los halagos con la naturalidad de un consumado soberano, dijo que la noche estaba linda para comernos "esas prietas" (esas morcillas) que nos ten¨ªan preparadas los Edwards. Era gordo, simp¨¢tico, chismoso, engre¨ªdo, goloso ("Matilde, precip¨ªtese hacia esa fuente y res¨¦rveme la mejor presa"), conversador, y hac¨ªa esfuerzos desmedidos para romper el hielo y hacer sentir c¨®modo al interlocutor abrumado por su imponente presencia.
Aunque llegamos a ser bastante amigos, creo que es el ¨²nico escritor con el que nunca me sent¨ª de igual a igual, frente al cual, pese a su actitud cari?osa y a su generosidad para conmigo, siempre terminaba adoptando una actitud entre intimidada y reverencial. El personaje me intrigaba y fascinaba casi tanto como su poes¨ªa. Posaba de ser un anti-intelectual, desde?oso de las teor¨ªas y de las complicadas interpretaciones de los cr¨ªticos. Cuando, delante de ¨¦l, alguien suscitaba un tema abstracto, general, un di¨¢logo de ideas -asuntos en los que un Octavio Paz fosforec¨ªa y deslumbraba-, la cara de Neruda se entristec¨ªa y de inmediato se las arreglaba para que la conversaci¨®n descendiera a ras de suelo, a la an¨¦cdota y el comentario prosaicos. Se empe?aba en mostrarse sencillo, directo, terrenal a m¨¢s no poder y furiosamente alejado de esos escritores librescos que prefer¨ªan los libros a la vida y pod¨ªan decir, como Borges, "Muchas cosas he le¨ªdo y pocas he vivido". ?l quer¨ªa hacer creer a todo el mundo que hab¨ªa vivido mucho y le¨ªdo poco, pues era rar¨ªsimo que en su conversaci¨®n asomaran referencias o entusiasmos literarios. Incluso cuando mostraba, y con qu¨¦ satisfacci¨®n lo hac¨ªa, las primeras ediciones y los maravillosos manuscritos que lleg¨® a coleccionar en su formidable biblioteca, evitaba las valoraciones literarias y se concentraba en el aspecto puramente material de aquellos preciosos objetos llenos de palabras. Su anti-intelectualismo era una pose, desde luego, porque nadie que no hubiera le¨ªdo mucho y asimilado muy bien la mejor literatura, y reflexionado intensamente, hubiera revolucionado la palabra po¨¦tica en lengua espa?ola como ¨¦l lo hizo, ni hubiera escrito una poes¨ªa tan diversa y esencial como la suya. Parec¨ªa considerar el mayor riesgo para un poeta el confinarse en un mundo de abstracciones y de ideas, como si esto pudiera cegar la vitalidad de la palabra y apartar a la poes¨ªa de la plaza p¨²blica y condenarla a la catacumba.
Lo que no era pose en ¨¦l era su amor a la materia, a las cosas, a los objetos que se pueden palpar, ver, oler, y, eventualmente, beber y comer. Todas las casas de Neruda, pero sobre todo la de Isla Negra, fueron unas creaciones tan poderosas y personales como sus mejores poemas. Coleccionaba todo, desde mascarones de proa hasta barquitos construidos con palillos de f¨®sforos dentro de botellas, desde mariposas a caracolas marinas, desde artesan¨ªas hasta incunables, y en sus casas uno se sent¨ªa envuelto en una atm¨®sfera de fantas¨ªa y de inmensa sensualidad. Ten¨ªa un ojo infalible para detectar lo inusitado y lo excepcional y cuando algo le gustaba se volv¨ªa un ni?o caprichoso y enloquecido que no paraba hasta poseer lo que quer¨ªa. Recuerdo una maravillosa carta que le escribi¨® a Jorge Edwards, rog¨¢ndole que fuera a Londres a comprarle un par de tambores que hab¨ªa visto en una tienda, a su paso por la capital inglesa. La vida es invivible, le dec¨ªa,sin un tambor. En las ma?anas de Isla Negra tocaba la trompeta y, tocado con una gorra marinera, izaba en el m¨¢stil de la playa su bandera, que era un pez.
Verlo comer era un hermoso espect¨¢culo. Aquella vez que lo conoc¨ª, en Par¨ªs, lo entrevist¨¦ para la Radio-Televisi¨®n Francesa. Le ped¨ª que leyera un poema de Residencia en la tierra que me encanta: "El joven monarca". Acept¨®, pero, al llegar a la p¨¢gina indicada, exclam¨®, sorprendido: "?Ah, pero si es un poema en prosa!". Yo sent¨ª una pu?alada en el coraz¨®n: ?c¨®mo hab¨ªa podido olvidar una de las m¨¢s perfectas composiciones salidas de la pluma de un poeta? Despu¨¦s de la entrevista, quiso ir a comer comida ¨¢rabe. En el restaurante marroqu¨ª de la Rue de l'Harpe devolvi¨® el tenedor y pidi¨® una segunda cuchara. Com¨ªa con concentraci¨®n y felicidad, blandiendo una cuchara en cada mano, como un alquimista que manipula las retortas y est¨¢ a punto de alcanzar la aleaci¨®n definitiva. Viendo comer a Neruda uno ten¨ªa la impresi¨®n de que la vida val¨ªa la pena de ser vivida, de que la dicha era posible y que su secreto chisporroteaba en una sart¨¦n.
Como lleg¨® a ser tan famoso, y a tener tanto ¨¦xito en el mundo entero, y a vivir con tanta prosperidad, despert¨® envidias, resentimientos y odios que lo persiguieron por doquier y, en algunos periodos, le hicieron la vida imposible. Recuerdo una vez, en Londres, en que le mostr¨¦, indignado, un recorte de un peri¨®dico de Lima donde me atacaban. Me mir¨® como a un ni?o que cree todav¨ªa que los beb¨¦s vienen de Par¨ªs. "Tengo ba¨²les llenos de recortes as¨ª", me dijo. "Creo que no hay una sola maldad, perversidad o vileza de la que no haya sido acusado alguna vez". La verdad es que, llegado el caso, sab¨ªa defenderse y que, en algunos momentos de su vida, sus poemas se impregnaron de dicterios y diatribas estent¨®reas y feroces contra sus enemigos. Pero, curiosamente, no recuerdo haberle o¨ªdo hablar nunca mal de nadie ni haberle visto practicar nunca en mi presencia ese deporte favorito entre escritores que es despedazar verbalmente a los colegas ausentes. Una noche, en Isla Negra, despu¨¦s de una cena copiosa, entornando sus ojos de tortuga so?olienta, cont¨® que de su ¨²ltimo libro reci¨¦n publicado hab¨ªa enviado, dedicados, cinco ejemplares a cinco poetas j¨®venes chilenos. "Y ni uno s¨®lo siquiera me acus¨® recibo", se quej¨®, con melancol¨ªa.
Era ya la ¨²ltima ¨¦poca de su vida, una ¨¦poca en la que quer¨ªa que todos lo quisieran, pues ¨¦l se hab¨ªa olvidado de las viejas enemistades y rencillas y hecho las paces con todo el mundo. Para entonces, se hab¨ªan apagado algo las convicciones ideol¨®gicas inamovibles de su juventud y madurez. Aunque fue siempre leal al Partido Comunista, y por esa lealtad lleg¨® en ciertos periodos a cantar a Stalin y a defender posiciones dogm¨¢ticas, en su vejez, un esp¨ªritu cr¨ªtico se fue abriendo en ¨¦l respecto a lo que hab¨ªa ocurrido en el mundo comunista, y ello se transparentaba en una actitud mucho m¨¢s tolerante y abierta, y en una poes¨ªa liberada de toda pugnacidad, beligerancia o rencor, llena m¨¢s bien de serenidad, alegr¨ªa y comprensi¨®n por las cosas y los seres de este mundo.
No hay en lengua espa?ola una obra po¨¦tica tan exuberante y multitudinaria como la de Neruda, una poes¨ªa que haya tocado tantos mundos diferentes e irrigado vocaciones y talentos tan varios. El ¨²nico caso comparable que conozco en otras lenguas es el de Victor Hugo. Como la del gran rom¨¢ntico franc¨¦s, la inmensa obra que Neruda escribi¨® es desigual y, en ella, al mismo tiempo que una poes¨ªa intensa y sorprendente, de originalidad fulgurante, hay una poes¨ªa f¨¢cil y convencional, a veces de mera circunstancia. Pero, no hay duda, su obra perdurar¨¢ y seguir¨¢ hechizando a los lectores de las generaciones futuras como lo hizo con la nuestra.
Hab¨ªa en ¨¦l algo de ni?o, con sus man¨ªas y apetitos que exhib¨ªa ante el mundo sin la menor hipocres¨ªa, con la buena salud y el entusiasmo de un adolescente travieso. Detr¨¢s de su apariencia bonachona y materialista se agazapaba un astuto observador de la realidad y en ciertas excepcionales ocasiones, en un grupo reducido, luego de una comida bien rociada, pod¨ªa de pronto dejar entrever una intimidad desgarrada. Aparec¨ªa entonces, detr¨¢s de esa figura ol¨ªmpica, consagrada en todas las lenguas, el muchachito provinciano de Parral, lleno de ilusiones y estupefacci¨®n ante las maravillas del mundo, que nunca dej¨® de ser.
? Mario Vargas Llosa, 2004. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2004.
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