Tareas de trastienda
La irracionalidad y la ceguera est¨¢n calando en la sociedad. Los ciudadanos m¨¢s expuestos a las alteraciones del cambio clim¨¢tico votan masivamente a los demagogos que lo niegan
La trastienda protectora, la arri¨¨re-boutique a la que Montaigne nos anima a retirarnos de vez en cuando, no tiene por qu¨¦ ser una habitaci¨®n solitaria, ni un espacio cerrado. El propio Montaigne, a pesar de ese retiro de los asuntos mundanos que eligi¨® a los treinta y tantos a?os, sigui¨® muy viajero y activo el resto de su vida, hasta que lo mat¨® un feroz c¨®lico nefr¨ªtico. Viaj¨® principescamente a caballo por Italia, particip¨® en asuntos p¨²blicos y en diplomacias cortesanas secretas, anduvo de un lado a otro con su familia y sus sirvientes queriendo huir del azote de las guerras de religi¨®n y de la peste. Y cuando se quedaba en su castillo, no estaba siempre encerrado con libros y papeles en la torre circular en la que hab¨ªa instalado su biblioteca. Como se?or que era, no escrib¨ªa ¨¦l mismo a mano, sino que dictaba a un secretario. Desde las ventanas de su torre pod¨ªa observar la vida en los patios y las galer¨ªas del castillo, y vigilar los vi?edos y los bosques de sus posesiones, siempre con la alerta de que por aquellos caminos trazados sobre la tierra f¨¦rtil pudieran aparecer partidas a caballo de bandidos o de matarifes de las diversas variantes de la fe. Aunque la forma de los ensayos es el mon¨®logo, casi la corriente de conciencia, su instinto no era de ensimismamiento, sino de conversaci¨®n. Dec¨ªa que escribir para ¨¦l era como ponerse a hablar con un desconocido por la calle. Y en el origen de todas sus cavilaciones y sus ocurrencias hab¨ªa un prop¨®sito de conversaci¨®n frustrado, pues lo que Montaigne quiso siempre fue seguir hablando con su gran amor y amigo del alma ?tienne de la Bo¨¦tie, que se le hab¨ªa muerto cuando los dos era muy j¨®venes, y en el que hab¨ªa encontrado, como dice Adolfo Bioy Casares refiri¨¦ndose a otra amistad, ¡°la patria de su alma¡±.
Montaigne no cultiv¨® la tolerancia, la libertad de esp¨ªritu, la burla de los dogmas, en una atm¨®sfera cultural favorable a esos valores: lo hizo a contracorriente de la terrible marea de los tiempos, cuando protestantes y cat¨®licos se masacraban entre s¨ª con una furia id¨¦ntica y el destino seguro de cualquier disidencia era la tortura y la hoguera. El defensor y propagandista de los libros, felizmente multiplicados por la imprenta, que devolv¨ªan al mundo la sabidur¨ªa y la belleza de los autores griegos y latinos, vio c¨®mo ard¨ªan libros condenados en las mismas llamas en las que se quemaba a sus autores. Y vio tambi¨¦n c¨®mo hab¨ªa otros libros que propagaban no el conocimiento, sino el oscurantismo, que envenenaban las conciencias y alentaban al exterminio y le daban justificaciones teol¨®gicas. Crudas estampas grabadas en madera representaban a los enemigos como can¨ªbales, como ratas, como brujas ensartadas en tridentes de demonios, como criaturas excremenciales con h¨¢bitos de frailes y monjas saliendo del culo elefanti¨¢sico del Papa.
La trastienda, por desgracia, no es una elecci¨®n, sino un privilegio, y tambi¨¦n un azar favorable. No hay trastienda posible para la pobre gente martirizada de Gaza, ahora sometida a un cerco de hambre adem¨¢s de al terror de las bombas, ni la hubo hace dos semanas para esa muchedumbre de personas que en el plazo de unas horas, en la provincia de Valencia, vieron sus vidas arrasadas por un diluvio universal que no era solo de agua, sino de cieno y basura y coches aplastados como en monta?as de juguetes irrisorios. Los antiguos conoc¨ªan los golpes s¨²bitos de crueldad impersonal de la naturaleza, y si no ten¨ªan m¨¢s recurso intelectual que atribuirlos a la malevolencia de los dioses, al menos hab¨ªan ido atesorando a lo largo de los siglos las sabidur¨ªas necesarias para amortiguar la destrucci¨®n, despejando cauces de torrentes, trazando calles y construyendo edificios que en vez de barreras o trampas mortales pudieran ser aliviaderos del derrumbe de las aguas, respetando dunas, marismas, especies vegetales, entornos resistentes y a la vez flexibles para las invasiones del mar. Necesitamos una trastienda, pero somos tan vulnerables a las sinrazones de los poderosos como a los desastres de la naturaleza, y cada vez nos damos m¨¢s cuenta de que los unos son tan peligrosos como los otros, en una temible escalada que no sabemos a d¨®nde conduce.
En v¨ªsperas de la calamidad del 29 de octubre, las principales medidas de pol¨ªtica ambiental del Gobierno valenciano hab¨ªan sido la eliminaci¨®n de todo un organismo regional de emergencias, el recorte de los fondos dedicados a ellas y la autorizaci¨®n de nuevas edificaciones a menos distancia del mar, sin duda con la finalidad pr¨¢ctica de que sean barridas cuanto antes por los temporales, una vez que los constructores hayan tenido tiempo de cobrar sus beneficios y los concejales y altos cargos corruptos se hayan llevado las pertinentes comisiones.
Aqu¨ª, como en todas partes, la irracionalidad y la ceguera parece que van contagiando a una parte grande de la ciudadan¨ªa. Los mismos que m¨¢s se van viendo expuestos a las alteraciones destructivas del cambio clim¨¢tico votan masivamente a los demagogos que lo niegan, azuzados por la chusma macabra de la extrema derecha y financiados por las oligarqu¨ªas del petr¨®leo, ahora en estrecha alianza con los antiguos ap¨®stoles bondadosos de las compa?¨ªas tecnol¨®gicas. En las zonas m¨¢s castigadas por los huracanes del sudeste de Estados Unidos, desde Florida a Carolina del Norte, los vecinos salen con dificultad de sus calles inundadas y sus casas en ruinas para votar por Donald Trump, con el mismo entusiasmo con que los ciudadanos israel¨ªes se disponen a votar en cuanto sea posible por Benjamin Netanyahu y por su cohorte de supremacistas vengativos.
Nos disponemos a poner el telediario y nuestra nieta Leonor, que tiene seis a?os y quiere ver dibujos animados, nos pregunta por qu¨¦. Y cuando le decimos que queremos saber lo que pasa en el mundo se pone seria y declara: ¡°Pues a m¨ª no me gusta lo que pasa en el mundo¡±. A nosotros tampoco. Esperamos con alarma la hora de las noticias, y a veces, durante el desayuno, miramos el peri¨®dico de papel y el digital y escuchamos la radio. Pero el ansia de saber y comprender acarrea consigo el peligro de quedar anegados no ya en las informaciones amenazantes, sino en el barro p¨²trido de los bulos, las calumnias, las mentiras sostenidas con c¨ªnica frialdad por quienes han aprendido a envolver en ellas su propia incompetencia, y a tapar su corrupci¨®n acusando a otros de corruptos. En ese telediario que la ni?a quiere que quitemos cuanto antes veo a Alberto N¨²?ez Feij¨®o decir que la culpa de la tragedia de Valencia la tienen Pedro S¨¢nchez y Teresa Ribera: esa cara de turbio sarcasmo y m¨¢scara de goma me produce un rechazo que tiene todo el desagrado f¨ªsico de un corte de digesti¨®n. Hay grados de vileza que tal vez sorprenden en secreto incluso al que los est¨¢ ejercitando.
As¨ª que habr¨¢ que retirarse a la trastienda, apagar la radio, apagar el televisor, o dejar a las ni?as que vean sus dibujos, acogerse al silencio, salir al campo en la ma?ana de noviembre, examinar con sosiego de bot¨¢nico los vuelos de los ¨²ltimos abejorros sobre las corolas desbaratadas y carnales de las ¨²ltimas dalias, leerles un cuento a las ni?as, o asistirlas en su propia lectura paciente, leer a Montaigne, o a su pariente espiritual Miguel de Cervantes, mandar dinero a la Cruz Roja de Valencia; y tambi¨¦n dejar la trastienda y salir a manifestarse por el aire limpio, la vivienda digna, las ciudades no colonizadas por especuladores ni turistas, la educaci¨®n p¨²blica cr¨ªtica y humanista para todos, la sanidad universal a salvo de los mercaderes, el mundo habitable y justo en el que ojal¨¢ vivan esas ni?as cuando sean mujeres adultas y nosotros ya no estemos.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.