El calor derrota al 'blues'

Como era de temer, las altas temperaturas se impusieron y los madrile?os apenas coparon la mitad de los tendidos de la plaza de toros de Las Ventas, y casi todas las sillas de pista, los asientos m¨¢s caros, para ver en una de sus ¨²ltimas giras al Rey del Blues. B. B. King actu¨® ante alrededor de 5.000 espectadores, en la decimotercera edici¨®n del festival tem¨¢tico que lleva el nombre del legendario m¨²sico norteamericano de 78 a?os. En el mismo festival actuaban tambi¨¦n la cantante Shemekian Copeland, el pianista Dr. John y, como estrella invitada de B. B. King, el espa?ol Raimundo Amador.

A eso de las nueve de la noche los term¨®metros marcaban en el exterior de la plaza de toros m¨¢s de 30 grados. Una exigua cola de espectadores se aproximaba al interior de este recinto taurino, que esta temporada se ha convertido en la sala de conciertos m¨¢s grande de la capital espa?ola. Como alguien lo explicaba, "la gente se est¨¢ gastando este a?o en conciertos la misma pasta que antes se dejaba en los discos. Claro, como los conciertos no se pueden piratear...". Sin embargo, el blues, con ser una m¨²sica de ra¨ªz igual que el flamenco, no parece tener las mismas virtudes que la rumba; es decir, no es m¨²sica para chiringuito veraniego. Tampoco es como lo que hacen El Canto del Loco, Estopa o Mago de Oz, grupos que act¨²an este a?o en el mismo sitio y que tienen pr¨¢cticamente asegurado el colocar el cartel de "no hay billetes". El p¨²blico del blues no es tan mayoritario y adem¨¢s es sensiblemente mayor en edad. Tampoco parecen la t¨ªpica gente guapa, que asiste a los conciertos de Las Ventas exhibiendo el contraste entre el oscuro bronceado y la claridad de su ropa de verano de marca. Los asistentes al concierto de B. B. King, generalizando, por supuesto, parec¨ªan tener menos glamour y, a juzgar por la afluencia, menos dinero: las entradas costaban de 26 a 39 euros.

La presencia del venerable m¨²sico hace que vuelva a reinar la tranquilidad

A eso de las nueve de la noche los term¨®metros marcaban en el exterior 30 grados

A los primeros teloneros en actuar, Funk on me, pr¨¢cticamente les vieron los trabajadores de la plaza y los primeros espectadores que acced¨ªan al coso. Entre ellos se destacaban Cinta -que no Cynthia- quien al menor atisbo de m¨²sica negra entraba en trance y se pon¨ªa a bailar como si estuviera en Woodstock a finales de los sesenta. A lo largo de la noche, varias veces estar¨ªa en el mismo sitio y sin cambiar un ¨¢pice de la coreograf¨ªa ni desfallecer por el calor.

Todav¨ªa con la luz del sol en todo lo alto, sale a escena Shemekian Copeland, una robusta cantante de soul. La se?orita Copeland es negra, va vestida de blanco, sonr¨ªe con contundencia y presenta uno de sus temas diciendo que es para que todas las "se?oritas" les digan de vez en cuando a los "se?ores" Not tonight baby. Mientras la cantante se emplea a fondo con un repertorio que entretiene a los espectadores, en los camerinos Raimundo Amador, que est¨¢ con su se?ora, hijos y dos nietas, le echa un pulso r¨ªtmico al bater¨ªa de Dr. John, un negro de dos metros que alucina al ver que los ni?os gitanos que tiene delante llevan el comp¨¢s de la buler¨ªa mejor que ¨¦l.

Termina Shemekia y, mientras se prepara el escenario para la irrupci¨®n de Dr. John y su banda, la gente se encamina a los puestos de merchandising que, la verdad, est¨¢n bastante pobretones: apenas un par de camisetas recordatorias del evento, los CD de los artistas que act¨²an y, lo m¨¢s llamativo, un libro en cuyas tapas figura el t¨ªtulo La historia del blues.

Ya de noche, aparece en escena el Dr. John, pianista de Nueva Orleans, de edad indeterminada -alguno de los asistentes sugiere que es unos a?os m¨¢s joven que B. B. King-, una barba aparente y bast¨®n. Situ¨¢ndose en el centro del escenario, este m¨²sico que ha tocado todas las suertes de la m¨²sica negra al piano presenta los temas de su ¨²ltimo disco, N'Awlinz Dis Dat or D'Udda. Mientras tanto los fot¨®grafos mantienen un contencioso con el m¨¢nager de B. B. King, un extranjero bastante maleducado que trata de impedirles, con malos modos, que est¨¦n presentes en el momento en el que la leyenda descienda del coche Mercedes que le trae. La raz¨®n de esta prohibici¨®n estriba en el hecho de que a eso de las once, cuando B. B. King llega a la plaza, uno de los miembros del equipo va a recogerle con una silla de ruedas. Se produce esa llegada y ahora ya pasa de las doce. En ese momento se apagan las luces y la banda que acompa?a al m¨¢s famoso guitarrista de blues del mundo, entra en el escenario para hacer dos temas instrumentales, con los que prueban el sonido. Mientras esto ocurre, muchos espectadores se han bajado desde las gradas y se colocan justo delante de la valla que est¨¢ frente al escenario, tapando la visibilidad de los espectadores que est¨¢n a pie de pista, aquellos que han pagado la entrada m¨¢s cara. El servicio de seguridad recurre al ingenioso sistema de apartar a todos estos fans que se niegan a abandonar el lugar privilegiado al que han accedido, empuj¨¢ndoles con vallas de seguridad, tal y como si fueran rastrillos. Pero la presencia del venerable B. B. King hace que la tranquilidad vuelva a reinar en la calurosa noche madrile?a.

Por fin aparece, se sienta en la boca del escenario y, acompa?ado de su legendaria guitarra Lucille, se dispone a ofrecer su actuaci¨®n a base de blues bien conocido.