El valor de un vicepresidente
Kerry conf¨ªa en Edwards para subir en las encuestas, pero no siempre los candidatos a la vicepresidencia ayudan al jefe de filas
A finales del siglo XVIII, John Adams, vicepresidente con George Washington, se preguntaba para qu¨¦ serv¨ªa su cargo. Casi 150 a?os despu¨¦s, Harry Truman se quejaba de que su ¨²nica funci¨®n, como segundo de Franklin D. Roosevelt, era deshacer los empates del Senado como presidente de la C¨¢mara alta. Sin embargo, a pesar de su escepticismo, la historia les dio la respuesta. Adams y Truman se unieron a los otros 12 vicepresidentes que, por distintas causas -asesinato, fallecimiento o victoria electoral-, sucedieron en la Casa Blanca a sus presidentes en los 228 a?os de historia de la Uni¨®n.
Antecedentes hist¨®ricos aparte, y quiz¨¢ con una excepci¨®n, los vicepresidentes han ayudado, pero nunca han decidido el resultado de una elecci¨®n. La excepci¨®n fue Lyndon Johnson, sin cuya inclusi¨®n en la candidatura dem¨®crata dif¨ªcilmente hubiera podido John F. Kennedy ganar Tejas, Estado natal de Johnson, para batir a Richard Nixon a escala nacional por 18.000 votos. Pero, cuando los estadounidenses acuden a las urnas cada cuatro a?os el primer martes despu¨¦s del primer lunes de noviembre, su voto lo decide el aspirante a la presidencia y no el n¨²mero dos.
Lo que los aspirantes a la Casa Blanca buscan en sus segundos es un equilibrio o contrapeso que les sirva para compensar sus posibles carencias pol¨ªticas o su falta de peso espec¨ªfico en zonas clave de este vasto pa¨ªs. Con la designaci¨®n del sure?o John Edwards como candidato dem¨®crata a la vicepresidencia, John Kerry ha seguido el ejemplo de Kennedy con Johnson, en un intento de recuperar alguno de los 11 Estados de la antigua Confederaci¨®n donde Bush aventaja a los dem¨®cratas por 17 puntos. Naturalmente, la inclusi¨®n de un sure?o como Edwards no es suficiente garant¨ªa para asegurar la victoria, como le ocurri¨® a Clinton con Al Gore. Pero, lo que la presencia de Edwards asegura es la posibilidad de intentar la batalla, algo imposible de conseguir s¨®lo con Kerry, que re¨²ne todas las caracter¨ªsticas consideradas anatema en el sur. Es yanqui, liberal, cat¨®lico, hijo de diplom¨¢tico, patricio de Nueva Inglaterra y producto de los internados y universidades privadas de la costa este. Kennedy lo era tambi¨¦n, pero no hay que olvidar que en los sesenta todav¨ªa no se hab¨ªa producido el vuelco hacia los republicanos de un sur tradicionalmente conservador, pero dem¨®crata en la mejor tradici¨®n jeffersoniana, que se registra a partir de Richard Nixon y Ronald Reagan.
Edwards es el reverso de la moneda. Hijo de un obrero metal¨²rgico y de una madre trabajadora, el candidato dem¨®crata a la vicepresidencia, nacido en Carolina del Sur y criado en Carolina del Norte, ha sido el primer universitario de su familia. Abogado especializado en la defensa de los consumidores y de las personas que han sufrido minusval¨ªas por errores m¨¦dicos, Edwards se convirti¨® en una bestia negra para las compa?¨ªas de seguros y los hospitales, pero en un h¨¦roe para sus defendidos, la mayor¨ªa de ellos sin recursos. Los que le conocen afirman que, m¨¢s que el triunfo en el foro, siempre pretendi¨® el triunfo de la justicia.
En torno a esa preocupaci¨®n por los temas sociales, Edwards construy¨® su mensaje de "las dos Am¨¦ricas, la de los que tienen y la de los que no tienen", que tantos ¨¦xitos le cosech¨® en los Estados afectados por la crisis industrial durante su apuesta por la nominaci¨®n dem¨®crata en las primarias del pasado invierno. Y que piensa seguir explotando durante toda la campa?a como se pudo comprobar esta semana cuando, tras su designaci¨®n, compareci¨® junto a Kerry en los Estados industriales de Pensilvania y Ohio. Su capacidad de convencimiento ante los jurados le ha convertido en el pol¨ªtico que m¨¢s conecta con la multitud, una virtud que compensa el estilo oratorio plomizo y profesoral de Kerry. Su optimismo y confianza en el futuro, "representado por Kerry", como repite desde su designaci¨®n el martes, ha llegado a contagiar a su jefe y candidato a la presidencia, que, desde que aparece junto a Edwards, ha comenzado a mejorar su oratoria y a levantar mayor entusiasmo en los m¨ªtines.
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