Cuatro calles sin ley
Unos 1.000 vecinos de Latina malviven en una colonia de cuatro bloques de pisos llena de basura e infestada de delincuencia
El repartidor de Telepizza se niega a entrar a la colonia Los Olivos (Latina). No porque le roben el dinero, sino porque le quitan hasta la moto. A esa colonia, enclavada cerca del paseo de Extremadura, acuden yonquis que preguntan a los ni?os por los traficantes: "Oye, ni?a, ?que d¨®nde se vende?". Y la ni?a no se extra?a y se?ala con el dedo. El martes pasado, la polic¨ªa recibi¨® un aviso de que acababa de producirse un tiroteo nocturno. Tampoco se extra?aron demasiado porque eso ocurre muy a menudo. Hay mujeres que no se atreven a tender la ropa porque desaparece a los cinco minutos. Y nadie abandona su casa y se va de vacaciones m¨¢s de dos tardes porque corre un riesgo cierto de que a la vuelta se encuentre con el piso ocupado por una banda de cacos apostados all¨ª tras revender todos los muebles, la televisi¨®n y la nevera. Y a esos no hay alma humana que los eche.
"Mi hija de seis a?os se fue a casa de los abuelos. Y no quiere volver", dice una vecina
La colonia Los Olivos la componen cuatro bloques de pisos construidos a principios de los a?os cincuenta con materiales de derribo, donde malviven cerca de 1.000 personas. Los edificios se asientan sobre cimientos viejos, "que ya se han vuelto arcilla", seg¨²n un vecino, y las paredes son casi de papel. Las cuatro calles que separan los edificios tienen nombre de santo: San Canuto, San Fulgencio, San Timoteo y San Benigno. Tan s¨®lo 100 metros m¨¢s all¨¢, todo es normal, como en casi cualquier otro punto de Madrid: no hay atracos, ni droga, la gente entra y sale de sus casas, va a sus trabajos, sin miedo a que lo asalten... Pero dentro de estas cuatro calles la vida es una habitaci¨®n del infierno donde atan a los perros a los canalones con cuerdas de persianas, y donde los ni?os se roban los juguetes unos a otros. "Mi hija la mayor, que tiene seis a?os, est¨¢ en Barcelona, en casa de sus abuelos. Se fue hace un mes. Y no quiere volver. Dice que le da miedo. Que le pegan", cuenta Teresa, de 22 a?os. Teresa no se llama Teresa. Pero tambi¨¦n tiene miedo y no da su nombre. "Prefiero no darlo, porque luego ellos vendr¨¢n aqu¨ª, y se pondr¨¢n a preguntarme que qu¨¦ he dicho, que qu¨¦ he contado...". "Ellos" son algunos vecinos que dentro de estas cuatro calles mandan m¨¢s que la polic¨ªa, que los jueces y que el alcalde. Otra vecina, que lleva m¨¢s de 25 a?os en la colonia, y que tampoco quiere identificarse ("ya sabe, ellos..."), a?ade: "A mi hija, cuando volvi¨® del trabajo el otro d¨ªa le apuntaron en el cuello con una pistola para robarla el walk-man. F¨ªjese, el walk-man. Y para eso una pistola. Ahora casi no se atreve a salir de casa".
Fue Evita Per¨®n la que don¨® a principios de los a?os cincuenta el dinero necesario para levantar los edificios, de tres plantas, con tejado a dos aguas y color amarillo, seg¨²n cuentan los m¨¢s viejos del lugar. "A mi padre le dijeron que era provisional", comenta Julio Salinero, de 74 a?os, con un moh¨ªn de viejo resabiado y descre¨ªdo. Ten¨ªa tres cuando lleg¨® a la colonia. Y jam¨¢s ha salido de all¨ª. En los tiempos en que Salinero era un cr¨ªo, a estos edificios les llamaron "albergues para pobres". Ahora tampoco les cuadra demasiado la palabra "casa". A menos que por casa se entienda un agujero de 25 metros cuadrados, cuajado de humedades del tama?o de armarios, en el que a golpe de ingenio y desesperaci¨®n se aprietan familias enteras. Siempre han sido viviendas de titularidad p¨²blica.
Tras depender de un buen n¨²mero de instituciones, han ido a caer en las manos de la Empresa Municipal de la Vivienda (EMV), que, seg¨²n denuncia el PSOE, no se ocupa para nada de ellas. "No hay m¨¢s que ver las casas, las calles, los secarrales que las rodean", explica la concejal socialista Noelia Mart¨ªnez, que ha denunciado el asunto varias veces "sin ¨¦xito".
Los secarrales son descampados en los que no crecen sino malas hierbas, ahora ya muertas, y una ringlera de arbustos tras los que se agachan los drogadictos para pincharse.
"Alguna vez he salido con un pedazo de palo para darles de hostias y mandarles a que se pinchen lejos de all¨ª, que yo tengo tres criaturas", exclama Antonio, un guardia de seguridad de etnia gitana que est¨¢ deseando "que alguien llegue y arregle esto".
No entra el de Telepizza, ni hasta hace poco el cartero, ni muchas veces los m¨¦dicos, ni los camiones de reparto a domicilio. Todos tienen miedo a que les atraquen. Pero tampoco entran, sin que nadie sepa por qu¨¦, los barrenderos, ni los operarios del gas, ni los de la electricidad. Hace unos d¨ªas unos yonquis que se pinchaban en un cuarto de contadores causaron un incendio. Desde entonces ning¨²n portal tiene luz. Por cierto: los bomberos tampoco encontraron agua en los hidrantes, cegados hace meses. As¨ª que se toparon con m¨¢s problemas de los debidos para sofocar el incendio.
Como faltan los barrenderos las esquinas son verdaderos vertederos de muebles viejos, colchones y restos de comida. Las ratas han encontrado en esta esquina miserable de la ciudad un aut¨¦ntico fil¨®n y ya no hay quien las contenga en la calle y se cuelan en las casas. Las cucarachas prefieren descolgarse desde el patio. El arquitecto que dise?¨® estos bloques de viviendas dot¨® a cada piso de un minipatio de dos metros cuadrados. Pero dise?¨® el inmueble de tal manera que no hay forma de limpiar la parte alta de las paredes de dicho patio. As¨ª que acumula suciedad y polvo de decenas de a?os. A las paredes les ha salido una barba blanca: nubes de polvo del tama?o de tuber¨ªas grandes que sirven de nido a las cucarachas.
Sonia tiene 23 a?os, un marido que trabaja de pintor de coches y tres hijos de un mes, de tres a?os y de siete. Naturalmente, ella no se llama Sonia. Y naturalmente, s¨®lo logra concebir un sue?o noche tras noche: largarse de all¨ª. Lo va a conseguir cuando el Ayuntamiento la realoje, junto a su familia, en el nuevo barrio de Carabanchel. Se lo han prometido, asegura. Ha entrado en una lista. Cuando dice eso -"Carabanchel", "lista"- se le iluminan los ojos como si pronunciara El Dorado, Bali o Malib¨². Desde aqu¨ª dentro, cualquier sitio es un para¨ªso. Incluso la calle que est¨¢ a 100 metros.
Hace unos meses, los vecinos pidieron al Ayuntamiento que les colocara badenes, porque los yonquis pasaban a toda velocidad con los coches. Nadie les hizo caso. Han acabado poni¨¦ndolos ellos mismos, con ladrillos de obra.
Hay quien vive aqu¨ª desde los tiempos de Eva Per¨®n y paga a la EMV un alquiler de c¨¦ntimos de euro. Hay quien ha heredado la casucha y paga un poco m¨¢s, pero puede acreditar que la vivienda est¨¢ arrendada a su nombre. Hay quien vive de forma completamente ilegal, sin pagar alquiler al Ayuntamiento, con la luz pinchada ilegalmente, despu¨¦s de haber comprado el piso a un tercero. "Me cost¨® tres millones. Ya s¨¦ que es ilegal, pero qu¨¦ pod¨ªa hacer...", dice una chica de 25 a?os con un ni?o en brazos. Y hay quien ha echado a su inquilino, o se ha colado y regenta la casucha como expendedur¨ªa de papelinas.
"Esto empez¨® a ponerse mal hace dos a?os. Pero ahora no hay quien lo aguante. No te atreves ni a salir de casa", explica una mujer de m¨¢s de 70 a?os que hace unos d¨ªas discuti¨® con una vecina porque su hijo se hab¨ªa llevado la pelota de su nieto. "Hace a?os, aqu¨ª ¨¦ramos todos pobres, pero nos trat¨¢bamos unos a otros como hermanos. Ahora no conozco a la gente que vive aqu¨ª. Y tengo miedo de mi propio barrio", a?ade. "Esto es como si Las Barranqillas hubieran venido a posarse encima de nosotros", a?ade otra vecina. "Y todo esto no es nada. De noche es mucho peor", relata una tercera.
De noche es cuando llega el pelot¨®n de drogadictos que acude a comprar y que se pinchan despu¨¦s en el secarral cercano o en los portales sin luz. De noche es cuando los coches de no se sabe qui¨¦n pasan por las calles que a¨²n no tienen badenes a toda velocidad. De noche el ruido de los casetes y de las radios colocadas en los maleteros de los autom¨®viles suena a todo trapo hasta el amanecer. "Un d¨ªa le dije a uno que bajara la radio, que ten¨ªa una ni?a de un mes, y me contest¨® que as¨ª se acostumbraba", dice Sonia. A?ade que se ech¨® a dormir, tratando de olvidarse del estruendo del radiocasete y de las risas y de los gritos de las reyertas. Y que se puso a so?ar con Carabanchel.
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