La impotencia elegida
Seg¨²n la ¨²ltima oleada del Euskobar¨®metro, el 29% de los vascos se muestra insatisfecho con el Estatuto de Autonom¨ªa. El resto dice estar parcial (38%) o plenamente satisfecho (30%). ?Somos las vascas y los vascos particularmente necr¨®filos? Lo digo por lo de mantener relaciones satisfactorias con un Estatuto declarado muerto hace ya media docena de a?os. A m¨ª me parece que no: la mayor¨ªa de la sociedad vasca es, como cantaba Serrat, partidaria de vivir. Y de vivir bien. No nos va eso de habitar junto a un cad¨¢ver momificado, como si del motel de Psicosis se tratara.
Otra cosa es que, parad¨®jicamente, nada sea m¨¢s f¨¢cil que introducir insatisfacci¨®n en las sociedades satisfechas. Es algo que la publicidad viene haciendo con notable ¨¦xito desde hace tiempo. Todos queremos m¨¢s y m¨¢s y m¨¢s y mucho m¨¢s. De lo que sea: de dinero, de ocio, de metros cuadrados de vivienda, de relaciones sexuales o de Estatuto. ?Quiere usted m¨¢s de lo que sea? S¨ª, por qu¨¦ no. Y si desearlo me sale gratis, mejor que mejor. ?Desea usted m¨¢s autogobierno? S¨ª, y dos huevos duros. Alg¨²n d¨ªa tendremos que hablar en serio del proceso de construcci¨®n social de la insatisfacci¨®n para con el Estatuto desarrollado en este pa¨ªs; un proceso pagado con dinero p¨²blico y realizado desde instancias pol¨ªticas cuya ¨²nica legitimidad viene dada por ese mismo Estatuto que se deslegitima. Un proceso que nada tiene que ver con el grado de cumplimiento o de incumplimiento del mismo. Hasta entonces, valga una advertencia: es muy sencillo generar un sentimiento de insatisfacci¨®n, pero muy complicado dar respuesta al mismo.
En todo caso, puestos a querer, ?qu¨¦ tipo de autogobierno queremos los vascos? Hay un 32% que se queda con el r¨¦gimen auton¨®mico, siendo ¨¦sta la opci¨®n (cabe pensar) de quienes se muestran plenamente satisfechos con el Estatuto. Otro 33% opta por la independencia, en coherencia con aquel porcentaje de insatisfacci¨®n con el Estatuto al que ya hemos hecho referencia. ?Y el resto? El 31% escoge el federalismo, elecci¨®n que cabr¨ªa en principio adjudicar a quienes anteriormente se han declarado parcialmente satisfechos con el Estatuto de Autonom¨ªa. Porque lo cierto es que entre el autonomismo y el federalismo hay una diferencia de grado, pero no de naturaleza. Es el independentismo el que introduce una ruptura en el r¨¦gimen de autogobierno de nuestra sociedad. ?Por qu¨¦, entonces, no somos capaces de encontrar un proyecto de autogobierno a largo plazo que permita sumar al mayor n¨²mero de ese 60% largo de vascos que no optan por la independencia? Un proyecto de continuidad con la senda estatutaria que nos ha constituido como comunidad pol¨ªtica. Un proyecto de superaci¨®n, si se quiere, pero de superaci¨®n incluyente. No parece que el plan del lehendakari Ibarretxe sea ese proyecto de encuentro. No lo ha sido hasta el momento, pues a?o y medio despu¨¦s de su presentaci¨®n oficial no ha sumado ni un solo apoyo, a pesar de haber contado con la mejor de las coyunturas posibles: un Aznar tronante gobernando Espa?a desde la grupa del caballo de Santiago y una ETA hibernada.
Ahora las cosas han cambiado. Aznar ha sido derribado del caballo. El 41% de los vascos cree que, en las nuevas circunstancias, Ibarretxe deber¨ªa negociar con el PSOE su plan de nuevo Estatuto pol¨ªtico, frente a un 26% que apuesta por mantenerlo y un 20% que pide su retirada. Lo que hace un a?o era necesario (la reconstrucci¨®n del pacto para el autogobierno) hoy es m¨¢s necesario a¨²n. Tal cosa, que hace un a?o era imposible, hoy es posible; al menos cabe intentarlo. Sin embargo, el Gobierno tripartito ha elegido la impotencia y se ha sometido a la irreversibilidad de un proceso dise?ado en circunstancias muy distintas, confiando en que la providencia modifique la ruta del iceberg o, al menos, en que el Titanic sea efectivamente insumergible.
El lehendakari Ibarretxe y los partidos que lo apoyan han optado por una estrategia que deber¨ªa, seg¨²n ellos, llevarnos de la decisi¨®n al pacto: decidamos que los vascos tenemos derecho a decidir nuestro futuro y luego pactemos cu¨¢l ha de ser ese futuro. Al margen de cu¨¢l sea su verdadera intenci¨®n, se trata de una estrategia irresponsable, pues nos aboca a decidir unos contra otros, haciendo as¨ª imposible cualquier pacto posterior. Lo deseable ser¨ªa que fu¨¦semos capaces de pactar para no tener que decidir. Eso ser¨ªa tambi¨¦n lo necesario. Pero en el puente de mando se muestran insatisfechos. Lo que son las cosas.
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