Cien a?os sin la verdad
Desde octubre de 2002 y hasta mayo de 2003 no hice otra cosa m¨¢s que traducir del ingl¨¦s al castellano el libro de cuentos La muerte de Matusal¨¦n, de Isaac Bashevis Singer -quien siendo el m¨¢s grande de mis maestros, tiene la suerte de no saber que soy su alumno-, publicado en estos d¨ªas por la editorial Norma. Luego de estos siete meses de espiritismo mudo y obsesi¨®n sorda, me sobrevino una de las mayores depresiones de mi vida adulta. En su autobiograf¨ªa, Amor y exilio, Singer le pide a la Providencia que, o bien le revele la verdad, o bien lo deje perecer. Tal parece que la verdad nunca nos ser¨¢ revelada, pero a todos nos es permitido morir. Y por eso hoy celebramos los cien a?os de un hombre que existe sin estar vivo. Pero nada hab¨ªa dicho Singer acerca de que encontrar la verdad en sus escritos pod¨ªa llevarnos al vac¨ªo.
Sean los jud¨ªos de izquierda y el estalinismo o el amor despu¨¦s de la Shoa, cualquier tema vale en sus manos
El libro que traduje comienza con una nota de autor que podr¨ªa ser un libro en s¨ª misma, por su inusual parcela de esperanza y consistente sabidur¨ªa; un p¨¢rrafo reza: "El arte no debe ser s¨®lo rebeli¨®n y resentimiento; puede incluir, tambi¨¦n, el potencial de la construcci¨®n y la correcci¨®n. El arte puede, en su discreto modo, intentar enmendar los errores del Eterno Constructor a cuya imagen el hombre fue creado".
Pero este mismo libro, que me rob¨® el coraz¨®n y el alma y me los reintegr¨® s¨®lo despu¨¦s de otros siete meses, se cierra con una verdad demoledora. Se refiere al t¨ªtulo del libro, la muerte de Matusal¨¦n, situada por Singer en las v¨ªsperas del Diluvio, y dictamina: "...finalmente ?l prometer¨ªa por medio del Arco Iris entre las nubes nunca m¨¢s lanzar un Diluvio para destruir toda carne. Result¨® claro para el Todopoderoso que cualquier castigo era vano, pues carne y corrupci¨®n eran lo mismo desde el origen y continuar¨ªan siendo siempre la escoria de la Creaci¨®n, el exacto opuesto de la sabidur¨ªa divina, de su misericordia y esplendor. Dios hab¨ªa dotado a los hijos de Ad¨¢n con un exceso de amor propio, el precario don de la raz¨®n, como as¨ª tambi¨¦n con la ilusi¨®n del tiempo y del espacio; pero sin ning¨²n sentido de prop¨®sito o justicia. El hombre pod¨ªa arrastrarse de un modo u otro, por la superficie de la Tierra, avanzando y retrocediendo, hasta que el Pacto establecido entre Dios y ¨¦l finalizara, y su nombre fuera borrado para siempre del libro de la vida".
De entre las mujeres que conozco, la que m¨¢s sabe de literatura vive en Barcelona, y como soy un caballero no pienso revelar su nombre, pero s¨ª una verdad que una vez me dijo y yo no olvid¨¦: "La literatura consiste en el punto de vista del autor". El propio Singer podr¨ªa refrendar sus palabras con su trilog¨ªa de mandamientos sobre lo que un autor debe poseer para serlo: a) El autor debe poseer una historia que valga la pena contar. b) El autor debe sentir un deseo apasionado de escribirla. c) Ha de tener la convicci¨®n, o al menos la ilusi¨®n, de que es el ¨²nico capacitado para abordar este tema concreto.
Lo cierto es que con Singer ocurre, en el lector, una sensaci¨®n inversa: cualquier tema que aborde, pareciera que ¨¦l es el m¨¢s capacitado para abordarlo: ya sea la relaci¨®n entre los jud¨ªos de izquierda y el estalinismo, la salida de los jud¨ªos religiosos al siglo XX laico o el amor despu¨¦s de la Shoa. En mi siempre falible opini¨®n, Singer es el m¨¢s grande de los escritores jud¨ªos de los siglos XIX, XX y XXI, aunque s¨®lo haya vivido en uno de ellos. El modo en que lidia con el amor, el suspenso que logra imprimirle a los m¨¢s imperceptibles sucesos y su ritmo inimitable lo vuelven el narrador que, junto al fuego, convierte a los humanos en una tribu hambrienta de historias que no se sabe si son inventadas o reales.
Maestro, en su primer centenario, le escribo desde este siglo en desconcierto, para decirle que yo tengo para usted un reclamo menos exigente que el que usted elev¨® a la Providencia: si no puedo encontrar la verdad, al menos d¨¦jeme vivir.
Marcelo Birmajer (Buenos Aires, 1966) es autor de Tres mosqueteros (Debate) y ?ltimas historias de hombres casados (Alfaguara); y coautor del gui¨®n de la pel¨ªcula El abrazo partido.
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