Clinton: su vida
Ning¨²n libro que no sea una novela hab¨ªa vendido casi medio mill¨®n de ejemplares el primer d¨ªa de su publicaci¨®n, como ha ocurrido con My Life, la autobiograf¨ªa de Bill Clinton. En Estados Unidos, Clinton sigue siendo el ex presidente m¨¢s entra?able, aunque Ronald Reagan haya sido el m¨¢s popular. A diferencia de Reagan, que estaba incapacitado para sostener relaciones personales, Clinton hizo de su vida p¨²blica una saga emocional. Su autobiograf¨ªa lo revela como el animal pol¨ªtico que fue desde ni?o: su vida es una candidatura permanente, y este mamotreto de 957 p¨¢ginas, casi un buz¨®n de votos recontados. Hasta cuando se encuentra con el Papa le impresiona que sepa "hacerse de un p¨²blico", y a?ade, en broma, que "odiar¨ªa tener que competir con ¨¦l en unas elecciones". Al final, redimido y elegido, anuncia que sigue trabajando en "la lista de objetivos" que se prometi¨® de joven. Uno cierra el libro con la sospecha de que ha a?adido otro voto.
Como los verdaderos pol¨ªticos, Clinton no se sinti¨® llamado por una causa ideol¨®gica ni por un dictamen moral, sino por la ins¨®lita vocaci¨®n cl¨¢sica del poder, cuya versi¨®n moderna es la de programar el bien com¨²n. Esa posible articulaci¨®n entre el poder y el hacer, entre la representaci¨®n y la fe en el cambio, es la legitimidad liberal de la democracia populista, el discurso pol¨ªtico que sostiene la buena conciencia del optimismo norteamericano. Lo notable es que Clinton hizo de su vida un temprano proyecto pol¨ªtico. Cuando sus padres instalan el primer televisor en casa, el ni?o queda fascinado por la fanfarria de una convenci¨®n electoral. La esfera p¨²blica (el debate y las comunicaciones) ser¨¢ su escenario, y empieza pronto la campa?a que nunca dej¨® de ganar, incluso las que perd¨ªa. Hasta cuando tiene que batirse a los pu?os con otro muchacho termina sum¨¢ndolo a su causa.
Reagan tuvo una relaci¨®n tan abstracta con la gente que a veces no reconoc¨ªa a sus propios hijos: sonre¨ªa siempre, estrechaba las manos, pero ten¨ªa la mirada vac¨ªa. Cuando Clinton, ya presidente, supo que su padre, que muri¨® en un accidente pocos meses antes de que ¨¦l naciera, hab¨ªa estado casado dos veces antes de desposar a su madre, de inmediato quiso conocer a sus nuevos parientes. Era capaz de largas relaciones, amanec¨ªa en tertulias imposibles y com¨ªa cualquier cosa. Ley¨® a los cl¨¢sicos como si todos fueran grandes oradores; su discurso era concreto, elocuente y emotivo. Aunque estudi¨® en Yale y en Oxford nunca abandon¨®, quiz¨¢ cultiv¨®, su blando acento sure?o, no tan del Sur que sonase folcl¨®rico, pero suficientemente del Sur como para gustar de las cadencias del drama y la intimidad excesiva. Clinton ha sido capaz de abrazar a las familias de luto, llorar en c¨¢maras y confesar que de Elvis Presley le gusta hasta las pel¨ªculas. Es el ¨²nico presidente norteamericano que le ha dado la mano a Fidel Castro. No ha de extra?ar, por lo tanto, que su autobiograf¨ªa sea la de una generaci¨®n, porque los hechos que minuciosamente recuenta son parte de la vida cotidiana de un pa¨ªs que, sin darse cuenta, de pronto se encontr¨® casi sin enemigos (lo que pudo haber derivado en una p¨¦rdida de identidad) y con un super¨¢vit econ¨®mico que no supo c¨®mo invertir (y que Bush ha dilapidado en los costos de la guerra). La nostalgia por el pasado es tan urgente en la cultura norteamericana, que siendo un pa¨ªs de historia reciente ya no queda pasado por recuperar, y la nostalgia acelerada est¨¢ consumiendo el futuro. Estamos, dicen, echando de menos 2010, aunque las estad¨ªsticas llegan a 2025, y usamos las nuevas computadoras como chatarra inminente. Las memorias de Clinton son la historia de su vida, pero adelantan las nostalgias del futuro, donde la realidad es una consulta popular.
Clinton no ser¨ªa quien es sin su madre, una mujer llena de vida, que le dedic¨® una atenci¨®n afectiva extraordinaria. Y de su padrastro, un vendedor de autom¨®viles que sucumb¨ªa al alcohol y la violencia, y contra quien se enfrent¨® m¨¢s de una vez en defensa de su madre. El ni?o creci¨® en un hogar quebrado, pero adopt¨®, por decisi¨®n propia, el apellido del padrastro. En su biograf¨ªa lo cuenta todo con horror y tacto, y llega a la conclusi¨®n de que haber separado su vida privada de su vida p¨²blica (al d¨ªa siguiente iba a la escuela como si nada ocurriese en casa) le llev¨® a tener una vida secreta y al esc¨¢ndalo de Monica Lewinsky, que puso en peligro su presidencia y su matrimonio. Aunque varios cr¨ªticos leen esa explicaci¨®n como exculpatoria, lo cierto es que no s¨®lo asume toda la gravedad de sus culpas, sino que reitera arrepentimiento y excusas. No deja, eso s¨ª, de culpar a la derecha encarnizada del esc¨¢ndalo judicial que se mont¨® para destituirlo, lo que califica de un "golpe de Estado"; y a veces sugiere que sus pecados son poca cosa frente al abuso de sus acusadores, que estaban violando la Constituci¨®n. La Biblia y la Constituci¨®n, jura ¨¦l, son los textos sagrados. Se podr¨ªa transgredir uno, drama moral y personal, pero no el otro, crimen p¨²blico. Clinton se burla del psicoan¨¢lisis porque le basta con el discurso reparador que domina la vida norteamericana: la "ayuda profesional" de los "consejeros matrimoniales", adem¨¢s del consuelo de los "gu¨ªas espirituales". Ese culto de la terapia (ocho horas seguidas una vez por semana en el caso de los Clinton) es el recetario an¨ªmico que termina salvando su matrimonio y afirmando el romance nacional. Toni Morrison ha sugerido que Clinton es el primer presidente afro-americano de los Estados Unidos: viene de un hogar pobre y violento, tiene problemas con las mujeres y es f¨¢cil perdonarle casi todo.
En un momento de patetismo, Clinton se compara con la Magdalena: que tire la primera piedra quien est¨¦ libre de culpa, cita. Pero no menos elocuente es que haga la cita completa; Jes¨²s exime a la pecadora: yo tampoco te condeno, le dice. La terapia es el remedio del orden: la Biblia permite redimir tanto la vida privada como la p¨²blica. Los abogados, y las encuestas de opini¨®n, siempre favorables, se encargan de la Constituci¨®n.
Claro que la expiaci¨®n del pecador y la inocencia restaurada como lecci¨®n requieren de todo el repertorio confesional. Al final, se trata de las virtudes de esa gran ret¨®rica: la confesi¨®n demanda la autoflagelaci¨®n. En el tribunal de este libro, Clinton cita como sus abogados a Marco Aurelio y San Pablo, a la sabidur¨ªa y la fe. Toda su defensa estuvo armada como un gran debate tanto en las tribunas del Congreso como en los programas de televisi¨®n. Su libro es la ¨²ltima piedra de ese oratorio. O, tal vez, la primera del pr¨®ximo, y ya previsible: la campa?a presidencial de Hillary Clinton.
En una pausa de vacaciones, Clinton escribe: "La tarde m¨¢s memorable para m¨ª fue una cena en casa de Bill y Rose Styron, donde los invitados de honor fueron el espl¨¦ndido escritor mexicano Carlos Fuentes y mi h¨¦roe literario, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez... Garc¨ªa M¨¢rquez se opon¨ªa al embargo norteamericano de Cuba y trat¨® de persuadirme de que lo dejara de lado. Le dije que no levantar¨ªa el embargo, pero que apoyar¨ªa el Acuerdo por la Democracia Cubana, que daba al presidente autoridad para mejorar las relaciones con Cuba a cambio de mayores cambios hacia la libertad y la democracia en ese pa¨ªs... Castro me ha costado ya una elecci¨®n, le dije, no puede llevarse dos". Aunque Clinton siempre est¨¢ leyendo alg¨²n libro, s¨®lo una vez habla de una novela. Cuando estudiaba en Yale, cuenta, el curso sobre el c¨®digo de impuestos era tan aburrido que pasaba las clases leyendo Cien a?os de soledad. Al final de una clase, el profesor le pregunt¨® qu¨¦ estaba leyendo con tanto inter¨¦s. "Le mostr¨¦ el libro y le dije que era la m¨¢s grande novela escrita en cualquier lengua desde la muerte de William Faulkner. Y todav¨ªa pienso as¨ª". Debe haberse imaginado ganando las primeras elecciones de Macondo.
L¨¢stima que no diga nada m¨¢s de Faulkner. Aunque Mi vida no deja de estar animada por el mayor modelo narrativo norteamericano: la vida contada en primera persona como una aventura colectiva. Resuenan esas voces, no sin promesas de gran cuento, desde la primera l¨ªnea: "Temprano en la ma?ana del 19 de agosto de 1946, nac¨ª bajo un cielo claro despu¨¦s de una feroz tormenta de verano, de una madre viuda, en el hospital Chester, en Hope...".
Julio Ortega es profesor de Estudios Hisp¨¢nicos en la Universidad de Brown, Providence, EE UU.
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