El lugar de la experiencia
La biolog¨ªa contempor¨¢nea ha contribuido a despojar de cargas m¨ªticas e ideol¨®gicas el pensamiento sobre la conflictividad social. Por supuesto, ha situado a la humanidad ante la realidad de su contingencia, que, como dec¨ªa Monod, "tan desesperadamente ha negado". Pero adem¨¢s ha confirmado tres principios b¨¢sicos para no extraviarnos en falsas ilusiones (que casi siempre comportan grandes frustraciones). Los denominar¨¦ principio de no armon¨ªa, principio de imperfecci¨®n y principio de emotividad.
El principio de no armon¨ªa desmitifica una de las ideas que la humanidad arrastra, inasequible al desaliento, desde Plat¨®n: la armon¨ªa entre verdad y bien. Ahora sabemos que la puerta que nos abre la verdad, a menudo, conduce al caos. Y que la verdad es algo tan precario como Popper describi¨® con su principio de falsaci¨®n. La verdad nos puede hacer sabios, pero no forzosamente bondadosos. No es por la verdad por lo que hay salvaci¨®n. De la verdad no surge forzosamente ni la cooperaci¨®n, ni la paz.
Ninguna disciplina puede pretender preferencia sobre las cuestiones que afectan a los comportamientos humanos
El principio de imperfecci¨®n constata que hay soportes neuronales para la agresividad y el enfrentamiento con el otro. Desmitifica de esta forma el pernicioso principio de que el hombre es bueno por naturaleza y son las relaciones sociales las que le pervierten. Un principio que ha sido una puerta abierta a la irresponsabilidad: siempre hay una circunstancia social exculpatoria. La maldad est¨¢ en la naturaleza humana, lo cual no significa que se abra otra puerta a la irresponsabilidad: la maldad como predeterminaci¨®n biol¨®gica contra la que el hombre poco puede hacer. Al contrario, el aprendizaje aumenta enormemente la capacidad adaptativa. De modo que el individuo puede ser educado tanto para la agresividad como para la cooperaci¨®n. El cerebro no es ¨¦tico. Lo que es ¨¦tico es el comportamiento humano.
El principio de emotividad constata el peso de la compleja econom¨ªa del deseo en el comportamiento humano. Una de las manifestaciones de la emotividad es la empat¨ªa con el entorno inmediato -la tribu-, factor muy importante para explicar determinadas formas de conflictividad. El principio de emotividad desmitifica la idea simplificadora -tan extendida en el terreno de las ciencias humanas- de que el comportamiento de los hombres responde siempre a criterios de optimizaci¨®n racional: lo mejor para ¨¦l, medido en intereses contables. La emotividad tambi¨¦n cuenta y, a menudo, conduce a actuaciones catastr¨®ficas para el inter¨¦s puro y duro del individuo.
Me parece que estos tres principios que me he permitido formular definen un marco referencial para un an¨¢lisis de los conflictos que supera absurdas presunciones de propiedad. Ninguna disciplina puede pretender derechos preferenciales sobre las cuestiones que tienen que ver con los comportamientos humanos. Y todas pueden aprender de las dem¨¢s. Puede que alg¨²n d¨ªa tuviera sentido creer que las humanidades se ocupaban del alma y las ciencias del cuerpo; pero una vez que sabemos que la distinci¨®n alma-cuerpo no es m¨¢s que una met¨¢fora, la resistencia s¨®lo podr¨ªa significar miedo a saber la verdad sobre el alma.
Al fin y al cabo, ciencias y humanidades tienen un territorio com¨²n que es el humanismo. La revoluci¨®n racionalista, base del pensamiento moderno, que otorga al hombre la plenitud como sujeto de conocimiento -dejando en el ¨¢mbito m¨¢gico las verdades aristocr¨¢ticas de la revelaci¨®n y del or¨¢culo-, concierne por igual a ambas, y a partir de ella la interrelaci¨®n crece de modo inevitable. La importancia del m¨¦todo cient¨ªfico en el desencanto del mundo ha provocado un cierto complejo de inferioridad en las disciplinas human¨ªsticas, que demasiado a menudo se han puesto obsesivamente a remolque de un modo excesivamente servil, como si tuvieran culpabilidad de sentirse disciplinas en falta de capacitaci¨®n para la verdad. Las enormes potencialidades de la tecnolog¨ªa -hija directa de la ciencia- han acabado de sembrar de dudas el campo de las humanidades. Y sin embargo, creo con Sloterdijk que el papel de la filosof¨ªa y de las disciplinas human¨ªsticas en general es central en el debate sobre las consecuencias ¨¦ticas del desarrollo tecnol¨®gico, porque, como dice el fil¨®sofo alem¨¢n, cuando los expertos ya han pensado, nos toca pensar a los dem¨¢s. Confrontados con la necesidad de tomar decisiones que antes ten¨ªamos delegadas en los dioses, es l¨®gico que cunda el p¨¢nico.
Si, como dice John Gray, el humanismo moderno es la creencia en el progreso, aqu¨ª tenemos, ciencias y humanidades, un terreno com¨²n para una discusi¨®n decisiva. ?Hay progreso? ?Qu¨¦ es el progreso? La evidencia de los avances t¨¦cnico-cient¨ªficos no se corresponde con la realidad social, pol¨ªtica y moral. ?Debemos entender que el progreso moral no existe? ?C¨®mo se mide el progreso moral? ?Y el progreso jur¨ªdico? ?La pervivencia de la especie es un valor primero, superior a cualquier otro?
La ciencia confirma las bases biol¨®gicas compartidas de la humanidad, que nos permiten hablar de ella como un todo. Y por tanto, en medio de las presiones multiculturalistas, su aportaci¨®n debe ayudar a plantear la cuesti¨®n de la ¨¦tica universal, m¨¢s all¨¢ de una declinaci¨®n burocr¨¢tica de los derechos humanos, pero protegi¨¦ndose siempre de la falacia de deducir autom¨¢ticamente consecuencias pr¨¢ctica -¨¦ticas- de los principios de las ciencias naturales. Desde Montaigne, sabemos que la experiencia es el lugar propio del hombre. Y ¨¦sta se da en la relaci¨®n exterior del cerebro y en la realidad compartida de una especie condenada a la vida social. Unos y otros debemos meditar estas palabras de Thomas S. Elliot, que Pere Llu¨ªs Font cit¨® en la espl¨¦ndida clase en la que puso fin a 40 a?os de docencia: "?D¨®nde est¨¢ la sabidur¨ªa que hemos perdido en el conocimiento? ?D¨®nde est¨¢ el conocimiento que hemos perdido en la informaci¨®n?".
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