Sobre la lengua y el 's¨ª'
Los argumentos de no catal¨¢n a Europa siguen consiguiendo adeptos. El argumento m¨¢s redundante es el del agravio comparativo, siempre tan eficaz: ?cuatro malteses van a tener m¨¢s peso que 10 millones de catalanohablantes? Nadie se detiene a observar el relativo peso que pueda tener en la actualidad, para una lengua como la nuestra, un estatus eurocr¨¢tico de oficialidad. Sin ir m¨¢s lejos, ah¨ª est¨¢ el caso del ga¨¦lico, que ha salido estos d¨ªas precisamente a colaci¨®n. Ser la oficial del Estado irland¨¦s no ha impedido su desaparici¨®n como lengua de uso corriente. Nunca se evoca entre nosotros el fracaso ling¨¹¨ªstico irland¨¦s (a pesar de que, en su momento, la independencia de Irlanda tuvo cierto impacto ejemplarizante sobre los nacionalismos catal¨¢n y vasco). Una vez m¨¢s, estamos ante una batalla de s¨ªmbolos. No niego la importancia de los s¨ªmbolos; pero, puesto que forman parte del ¨¢mbito de las fantas¨ªas, deben de ser cuando menos confrontados con los datos de la realidad. Cuando hablamos de la lengua catalana, en efecto, habr¨ªa que precisar hasta qu¨¦ punto la lengua interesa en s¨ª misma, en cuanto instrumento de comunicaci¨®n, o si nos interesa como instrumento de combate. No es f¨¢cil, ciertamente, desgajar la lengua de la pol¨ªtica, puesto que reiteradamente (y en algunos momentos con gran premeditaci¨®n y crueldad), desde el siglo XVII, esta lengua nuestra ha sido perseguida y maltratada por los Estados espa?ol y franc¨¦s. Las persecuciones no deber¨ªan ocultar, sin embargo, que existen otras causas de su devenir hist¨®rico. Los factores econ¨®micos y demogr¨¢ficos pueden haber sido determinantes. A los comediantes que en el siglo XVI entraban en nuestra pen¨ªnsula procedentes de Italia nadie les obligaba a usar el castellano en sus representaciones, as¨ª lo decid¨ªan por razones de mercado. Tampoco obligaba nadie a los mercaderes catalanes que establecieron negocios en Sevilla en el siglo anterior a redactar los documentos en castellano a pesar de que el patr¨®n monetario usado fuera el catal¨¢n. Nadie obligaba a la editorial europea m¨¢s antigua todav¨ªa vigente, la del monasterio de Montserrat, a publicar tantos libros en castellano en los siglos anteriores a la prohibici¨®n pol¨ªtica. Estos ejemplos se entienden mejor con unos escuetos datos demogr¨¢ficos: cuando los Reyes Cat¨®licos confederaron sus Estados a finales del siglo XV, Castilla contaba con unos 7,5 millones de habitantes, mientras que el Principado apenas llegaba a los 225.000. Sumados a los 300.000 del reino de Valencia y los 50.000 del de Mallorca, dan la medida exacta del milagro: el catal¨¢n pervivi¨® cuando, por razones puramente demogr¨¢ficas, lo m¨¢s natural es que hubiera desaparecido.
Es b¨¢sico realizar el diagn¨®stico con exactitud si uno quiere encontrar la soluci¨®n de un mal. Todav¨ªa hoy el discurso sobre la lengua catalana depende de una f¨®rmula (llengua = p¨¤tria) que, acu?ada por Aribau, enraiz¨® cuando la burgues¨ªa catalana empez¨® a sentirse con fuerzas para emprender cualquier aventura. Era la ¨¦poca del gozoso atrevimiento de Gaud¨ª, del optimismo del paseo de Gracia.
En aquel mismo momento, los sectores que dominaban el Estado destilaban pesimismo y desconcierto por la p¨¦rdida de las ¨²ltimas colonias (un pesimismo que traduce la generaci¨®n del 98). En aquel momento, la ecuaci¨®n lengua = patria tuvo sentido. Es decir: fue innegablemente ¨²til a la lengua catalana, que recuper¨® el prestigio cultural perdido. Pero no lo es ahora, cuando el patriotismo catal¨¢n pasa por una fase de redefinici¨®n y alguna de sus versiones m¨¢s conspicuas responde con resquemor y pesimismo al desconcierto que produce la realidad, y cuando la expansi¨®n internacional del castellano insufla tal optimismo que las industrias culturales hisp¨¢nicas creen poder disputarles cierto terreno a las inglesas. Habi¨¦ndose invertido por completo la situaci¨®n de 1898, seguir vinculando el destino de la lengua al de la patria es temerario y puede que funesto. Servir¨¢, sin duda, para mantener al rojo vivo las brasas del nacionalismo, es decir, para instrumentalizar la lengua a favor de la patria. Pero si de lo que hablamos es de salvar la lengua como instrumento de comunicaci¨®n, lo que ahora convendr¨ªa es despolitizarla y conseguir un gran consenso social interno a fin de favorecer que estos casi 10 millones que dicen conocerla no dejen de usarla.
Entrar en batalla contra los molinos de viento de Europa es l¨ªcito, naturalmente. All¨¢ cada cual con su verdad, no faltar¨ªa m¨¢s (lo digo porque uno de los argumentos m¨¢s usados entre los partidarios intelectuales del no es la defensa de la libertad de pensamiento y de acci¨®n). Aunque yo soy partidario de no usar en vano las grandes palabras. Hay mil razones para oponerse a Europa: ling¨¹¨ªsticas, econ¨®micas, pol¨ªticas, militares, de todo tipo. El ideal de la ciudadan¨ªa europea no est¨¢ para nada garantizado en esta Constituci¨®n. Y sin embargo, ?habr¨¢ que recordar de nuevo que Europa no se ha construido desde el ideal, sino para evitar el mal mayor de la guerra entre hermanos? En Europa se avanza pasito a pasito, con los est¨®magos confederados. Basta con que existan pasillos en la Constituci¨®n desde los que ensanchar el camino. El euroescepticismo se ha configurado como un dique de contenci¨®n. Qui¨¦rase o no, ponerse de este bando equivale a reforzar los frenos de Europa. Es lo que tienen los referendos. Nunca me han parecido un instrumento democr¨¢tico (no por casualidad los tiranos recurren a ellos).
Lo que la lengua catalana necesita de Europa es, m¨¢s que reconocimiento pol¨ªtico, excepci¨®n cultural, promoci¨®n. Y la mejor manera de obtenerlo es creando complicidades, no dando portazos. Y hablando de pol¨ªtica europea, lo que est¨¢ efectivamente en manos catalanas es la creaci¨®n de un espacio civil europeo, la eurorregi¨®n. Sin romper un solo plato institucional, servir¨ªa para borrar por abajo las fronteras entre Espa?a y Francia. Con una intencionada pol¨ªtica liderada desde Barcelona, buscando los intercambios econ¨®micos, culturales y civiles entre ciudadanos de Perpi?¨¢n, Teruel, Gand¨ªa, Manacor, Reus y Narbona. Esta idea no enciende brasas en el coraz¨®n. Ni los socialistas parecen tomarla en serio. Y sin embargo, responde a una v¨ªa catalana cl¨¢sica: aprovechar cualquier piedra pol¨ªtica para hacer de ella panes comestibles.
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