La ciudad redimida
Hay medallas de oro que proyectan sombras y hay cenizas de las que se puede sacar la luz, como podr¨ªa ocurrir con las de la central el¨¦ctrica que ardi¨® hace poco en Atocha, entre las calles Almad¨¦n y Alameda, si de verdad el Ayuntamiento decide convertir el solar que le ha cedido Uni¨®n Fenosa en una nueva zona verde para la capital. ?Ser¨¢ cierto? Ojal¨¢, porque si hay algo que necesite la ciudad de Madrid son nuevos pulmones, m¨¢s ¨¢rboles que hagan de escudo contra los pu?ales envenenados de la contaminaci¨®n.
La ciudad de Madrid. Quiz¨¢s a estas alturas muchos hayan olvidado ya que la palabra ciudad es la primera parte de la palabra ciudadano, porque ahora parece m¨¢s f¨¢cil relacionar las ciudades con las carreteras, con el cemento y los grandes almacenes, las luces de ne¨®n, las estaciones de metro o los coches que con las personas. Y sin embargo, la raz¨®n b¨¢sica de la existencia de las ciudades es la de crear espacios comunes donde la gente viva mejor, m¨¢s cerca y m¨¢s c¨®moda. ?Es eso lo que sucede? No mucho, por lo general, y de hecho las personas hasta parecen sobrar, en ocasiones; parecen ser un escollo que deben salvar las inmobiliarias y un problema inc¨®modo cuando algunas de ellas insisten, por ejemplo, en habitar el centro de las ciudades, un lugar codiciado por las empresas, los comercios y las oficinas.
?Hay quien no conozca a alguien a quien los especuladores hayan forzado a dejar su casa de toda la vida? Seguro que no. Pero resulta que la ocupaci¨®n del centro de las ciudades por empresas de toda ¨ªndole y su consiguiente abandono por parte de los ciudadanos plantea un grave problema: se acaba la jornada laboral y toda la zona se convierte en un lugar fantasmag¨®rico que s¨®lo puede estar o vac¨ªo o lleno de elementos poco recomendables. Eso ocurre en todas partes y, especialmente, en Estados Unidos, donde es un aut¨¦ntico suicidio aventurarse a dar un paseo por el centro de la mayor parte de las ciudades en cuanto cae la tarde: de pronto, te sientes como un filete rodeado de cocodrilos.
En algunos lugares que hace no mucho eran terribles, como Chicago, han solucionado el problema, sin embargo, de un modo muy sencillo: con una ley que obliga a que un tanto por ciento de cada edificio se dedique a viviendas particulares. Hoy d¨ªa, uno puede pasear de madrugada por Chicago, junto al hermoso r¨ªo donde se reflejan las ventanas encendidas de los rascacielos, y encontrarse con cientos de personas que pasean a sus perros, han salido por provisiones a un establecimiento nocturno o, simplemente, quieren dar una vuelta antes de irse a dormir.
Lo mismo pretende lograr, sin duda, el plan para el centro de Madrid que anunci¨® hace poco el alcalde, Alberto Ruiz-Gallard¨®n, y al que se ha sumado ahora la ministra de Vivienda, Mar¨ªa Antonia Trujillo, que explica con claridad su idea del problema y de la soluci¨®n al problema: "Hay que intentar evitar ciudades en las que la gente s¨®lo vaya al centro a trabajar. Para ello es necesario recuperar espacios para vivienda".
Durante muchos a?os, muchos madrile?os han sido tentados con la huida de la ciudad, y su horizonte se ha llenado de peque?os hoteles, chalets adosados y pareados, urbanizaciones que negaban la ciudad y promet¨ªan una vida sana y feliz, llena de jardines y piscinas, bosques y aire limpio. La consecuencia del ¨¦xodo ha sido doble y las dos veces mala: por una parte, la ciudad se ha ido quedando en muchos puntos sin vida real y, por otra, los para¨ªsos artificiales han tardado poco en convertirse en una sucursal del infierno. No hay m¨¢s que darse una vuelta por lo que queda de Las Rozas, donde acaba de anunciarse la construcci¨®n de otras treinta mil viviendas. Su actual alcalde ha destruido el pueblo palmo a palmo, pero los votantes que viven c¨®modamente en las urbanizaciones que llenan de dinero las cuentas corrientes municipales lo han vuelto a elegir. Est¨¢n en su derecho, como otros est¨¢n en su derecho de denunciar el exterminio de lo que fue, hace no mucho, un lugar pac¨ªfico y real y ahora no es nada o, a¨²n peor, es una triste sucesi¨®n de nadas. Nada por aqu¨ª, nada por all¨¢. Pura magia especulativa.
Esperemos que las palabras se conviertan en hechos y los planes de regeneraci¨®n del centro de Madrid empiecen a ser muy pronto realidad. Se trata, ni m¨¢s ni menos, de volver a unir la palabra ciudad con la palabra ciudadano. Un triunfo.
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