La historia en trance
La funci¨®n de la Historia como disciplina es justamente la de disciplinar la historia, es decir organizar el pasado de forma pertinente y significativa, seleccionando determinados episodios y omitiendo la inmensidad de los restantes, encadenando luego los elegidos hasta generar una cierta verdad narrativa. Lo que resulta es -o ha de ser- un relato dotado de las cualidades de linealidad y congruencia que le resultan indispensables en tanto que cuento moral, cuyo destino es ser repetido como fuente de una determinada ejemplaridad. Es por ello que en la producci¨®n de la historia -o en la historia como producci¨®n- se elude cualquier elemento que pueda suscitar ruido o distorsi¨®n, cualquier factor que chirr¨ªe al ser incorporado a la l¨®gica unidireccional y mod¨¦lica atribuida a los acontecimientos.
Las obras de Romero y Horta invitan a hacer balance acerca de cu¨¢l es el papel que otorgamos en nuestras visiones de lo hist¨®rico a lo inorg¨¢nico y lo informulable
La funci¨®n de la Historia es organizar el pasado de forma pertinente y significativa, seleccionando unos episodios y omitiendo los restantes
Dos realizaciones recientes muestran c¨®mo la historia oficial -es decir la producida por historiadores debidamente autorizados en cada momento- ha soslayado la presencia de ciertos actores hist¨®ricos a los que se ha considerado inadecuado llamar a declarar. De un lado el Museo Comarcal de la Garrotxa presentaba la excelente exposici¨®n Lo nuevo y lo viejo. ?Qu¨¦ hay de nuevo viejo?, del artista sevillano Pedro G. Romero, de cuyo Archivo F. X. sobre las destrucciones sacr¨ªlegas en la Espa?a contempor¨¢nea ya supimos algo hace un par de a?os a trav¨¦s del Centro de Arte Santa M¨°nica de Barcelona. En este caso, el trabajo de interpretaci¨®n de Romero -siempre en torno a los l¨ªmites y el fin del arte- especula formalmente con 30 casos de agresiones iconoclastas en Olot y su comarca, episodios en los que agentes nunca del todo identificados -turbas, destacamentos de forasteros desconocidos, incontrolados- se abandonaron a una tarea de martirio o escarnio de personas y objetos santificados que sorprende por su escrupulosidad casi lit¨²rgica.
Magn¨ªfica oportunidad la que nos brinda Pedro G. Romero de volvernos a preguntar por el enigma no resuelto de la recurrente destrucci¨®n sistem¨¢tica de lo santo en Espa?a, de la eliminaci¨®n de oficiantes y sitios rituales, del sacrificio de obras de arte de valor extraordinario, en explosiones de furor iconoclasta cuyo ¨²ltimo episodio se produjo en una ¨¦poca de la que muchos todav¨ªa pueden acordarse. A pesar de su proximidad en el tiempo y en el espacio, no se quieren recordar los templos en llamas, los crucifijos machacados, las im¨¢genes de santos o de v¨ªrgenes vejados por las calles, las tumbas profanadas, las muertes de sacerdotes ejecutados con protocolos hechos de espanto y de exceso. Todo eso no pas¨® porque no debi¨® haber pasado. ?Qu¨¦ pod¨ªa hacer la historia institucional -que es la historia de las instituciones- con ese pavoroso juego en que se mezclaron la adoraci¨®n y la inquina, en un universo simb¨®lico en que se quiso desenmascarar el lado profano de lo sagrado, al mismo tiempo que se desvelaba la dimensi¨®n sacramental de lo obsceno, lo atroz y lo cruel?
La otra novedad es editorial y remite al ¨²ltimo libro de Gerard Horta, Cos i revoluci¨®. L'espiritisme catal¨¤ o les paradoxes de la modernitat (Edicions de 1984), que contin¨²a y redondea su premiado De la m¨ªstica a les barricades (Proa). En su trabajo, Horta -que no por casualidad es uno de los autores del cat¨¢logo de la exposici¨®n de Romero en la capital de la Garrotxa-, profundiza todav¨ªa m¨¢s -en datos y en interpretaci¨®n- en la intensa vinculaci¨®n que existiera entre seguidores del movimiento esp¨ªrita y otras corrientes librepensadoras y cercanas al anarquismo en la Catalu?a de finales del siglo XIX y principios del XX.
El fen¨®meno espiritista y su articulaci¨®n con corrientes comprometidas en la transformaci¨®n de la sociedad ilustran a la perfecci¨®n un fen¨®meno cultural bien generalizado. Se trata de la aparici¨®n sobre el escenario de los conflictos sociales de formas de impugnaci¨®n de la realidad que emplean el cuerpo como soporte y como met¨¢fora. Grupos sociales en pugna por una revocaci¨®n de las condiciones de su presente experimentan por adelantado, por as¨ª decirlo, y en la piel de sus miembros las mismas convulsiones que el mundo deber¨¢ conocer para que sobrevengan los cambios ansiados. Los despose¨ªdos pasan ser los pose¨ªdos. La agitaci¨®n medi¨²mica somatiza una efervescencia que ya es o ser¨¢ pronto colectiva, advierte de la existencia de otras realidades para las que la propia carne es puente y puerta, anuncia la evidencia oculta de que, ciertamente, otro mundo es posible. ?se es el gran m¨¦rito de Horta, haber invitado a tomar la palabra a quienes vivieron en su esqueleto el temblor de las sociedades, la lucha como espasmo, el trance como lenguaje hist¨®rico.
Por un azar que no deber¨ªa antoj¨¢rsenos arbitrario, las portadas del cat¨¢logo de la exposici¨®n de Pedro G. Romero y del libro de Gerard Horta son id¨¦nticas: grandes letras negras sobre un desnudo fondo rojo. Evocaci¨®n seguramente expl¨ªcita de una ¨¦pica, de una ¨¦tica y de una est¨¦tica que se resumen en esos dos colores: el rojo y el negro. Memoria libertaria que deber¨ªa emplazarnos a hacer balance acerca de cu¨¢l es el papel que otorgamos en nuestras visiones de los procesos hist¨®ricos a lo inorg¨¢nico, lo magm¨¢tico, lo informulable. ?Qu¨¦ hacer con quienes -como lo incendiarios de iglesias o los espiritistas librepensadores catalanes- no caben en ese amansamiento del pasado al que llamamos historia, porque encarnan lo incalculable y lo desmesurado de que est¨¢n hechas en secreto las sociedades? He ah¨ª el l¨²cido delirio de quienes destru¨ªan im¨¢genes santas o conversaban con los muertos, esplendor de ¨¦xtasis individuales o colectivos en que se concretaba la exasperaci¨®n de los sometidos, la irritaci¨®n de los impacientes, la rabia de las ciudades, todo aquello a lo que Robert Veneigem llamaba la nueva inocencia: una guarida de fieras, furiosas por su secuestro.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.