?Adi¨®s Madrid!
Se tiene o no se tiene.
Gracias a los Veranos de la Villa tuvimos a tiro de abrazo a una de las m¨¢s hermosas y elegantes abuelas que hemos conocido
El duende, arte, misterio o como se quiera llamar eso que tienen algunos artistas y consiguen transmitir esa rareza que es la emoci¨®n. Lo consigue el premiado con el Pr¨ªncipe de Asturias de las artes, Paco de Luc¨ªa. Y lo tiene su m¨¢s aventajado disc¨ªpulo, su compadre, su hermano, Jos¨¦ Fern¨¢ndez, Tomatito, que no es del olimpo de los pr¨ªncipes de Asturias, pero que es laureado por la Universidad de su ciudad, Almer¨ªa. Un gitano, cuarter¨®n, querido en su pueblo, fuera de ¨¦l y reconocido por la Universidad, buenos tiempos para el flamenco. Tomatito, hijo de un m¨²sico de la banda del Ayuntamiento almeriense, con ¨¢ngeles y demonios en los dedos, universitario sin escolarizar, genio cercano, compa?ero del alma del dios de los flamencos que se llam¨® Camar¨®n, amigo de los artistas, emocionado en las aulas y vecino ilustre de Aguadulce. Sus dedos le han llevado a tener una de las mejores casas de ese lado del Mediterr¨¢neo, con un jard¨ªn que parece un zool¨®gico, con los olores y los ruidos propios de las peque?as selvas. ?Y los vecinos, qu¨¦ dicen? Encantados con su vecino, su familia y sus animales.
Con los sonidos de Tomatito volv¨ª a Madrid, al mismo infierno de todos los veranos. Ya no es verdad aquello que repet¨ªa el recordado Eugenio Domingo, lo malo de Madrid en verano es que refresca por las noches. Eso ser¨ªa en sus a?os mozos, en aquellos a?os en que el peque?o Eugenio Domingo era un actor infantil, uno de los pastorcitos de Nuestra se?ora de F¨¢tima. Era un poco exagerado. Le gustaba contar que perdi¨® la inocencia con la virgen de F¨¢tima, es decir, con la actriz que la interpretaba. Por lo que Eugenio contaba, era poco virgen y muy lanzada cuando no ten¨ªa que interpretar.
Esto no es Baden-Baden, ni Cercedilla-Cercedilla, ni teniendo algo de dinero para flanear. Antes de decir adi¨®s Madrid, volvimos a estar cerca de una de nuestras musas, una de esas que acompa?aron nuestros erotismos desde lejanas adolescencias, Jane Birkin. Gracias a los Veranos de la Villa, a Ruiz- Gallard¨®n, a Alicia Moreno o a quien corresponda, tuvimos a tiro de abrazo a una de las m¨¢s hermosas, seductoras, sonrientes y elegantes abuelas que hemos conocido. Jane Birkin, con m¨¢s a?os que kilos, sigue pareciendo una jovencita, con pantalones anchos una cuarta por debajo de su ombligo, con las arrugas sin disimular, con el mismo vestuario de juvenil sobriedad en negro y el traje rojo abierto para mostrar su blancura andr¨®gina por delante, sus relieves traseros.
All¨ª, en una noche de luna creciente, en los patios del impresionante cuartel del Conde Duque, Birkin, con su voz que sabe encontrar el lugar del susurro, de la emoci¨®n, de la perversa sensaci¨®n de lo maldito. Inglesa, parisiense, suavemente libertina como para leer por las tardes los cantos de Lautremont y por las noches escaparse en compa?¨ªa de sus amigos ¨¢rabes, brindar por aquel maestro, marido, amante, gran m¨²sico y maestro de la provocaci¨®n que fue Serge Gainsbourg.
Despu¨¦s de Jane Birkin, adi¨®s Madrid. Buscando los caminos gallegos, con parada y fonda en un querido molino de Astorga, y esperando ganar el jacobeo civil pasando por Laciana, cerca de Babia, cerca de Eduardo Arroyo, en compa?¨ªa de m¨²sicos, ahora s¨ª, ahora es el tiempo de ver la vida desde fuera de casa.
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