Del mandil a Disneylandia
Nada escapa a la perspicaz mirada de los muchachos que, en Castillejos, rondan una de las entradas del mercado La Marcha Verde, quiz¨¢ un nombre de resonancias excesivamente ¨¦picas para el hormigueo humano que se produce en el interior. Los chicos haraganean en torno a este laberinto de pasadizos, una especie de colmena de varias plantas por la que hay que descender en busca de las tiendas, y calibran el valor de los desconocidos que acaban de aparcar frente a ellos su coche alquilado. Una r¨¢pida evaluaci¨®n de nuestras ropas, nuestro autom¨®vil, incluso de nuestro talante. Rachid, que es de aqu¨ª, sabe qu¨¦ decirles para infundirles confianza. Rachid habla espa?ol con el dulce acento ceut¨ª: pronuncia Castilleho, y dispone de los mejores contactos en la zona -gracias a ¨¦l, un d¨ªa de estos entrevistar¨¦ a un traficante de seres humanos-, as¨ª como de un curioso repertorio de chistes pol¨ªticos. Como es l¨®gico, he tomado la precauci¨®n de ocultar su nombre real, as¨ª como la de no repetir sus chistes.
Debajo de chilabas y mandiles aparecen las mercanc¨ªas: alimentos, productos de limpieza...
"Aqu¨ª la mano de obra es barata y agradecida, si se les ense?a, las cosas salen de calidad"
En Fnideq -que es el nombre ¨¢rabe que la ciudad toma del r¨ªo junto al que desemboca-, los espa?oles del protectorado hemos dejado unas cuantas construcciones pomposas y arruinadas, como los b¨²nkeres que bordean la costa, frente al cercano islote de Leila/Perejil/Statu Quo, que esta cronista tuvo ocasi¨®n de apreciar una ma?ana mientras las cabras mordisqueaban la hierba casi en posici¨®n vertical, domadas por el fuerte viento.
Pero ning¨²n edificio posee el tufo a realidad que el mercado La Marcha Verde. Lo primero que se ve, al entrar, es un desastrado pasillo, con el piso lleno de pl¨¢sticos, que las mujeres utilizan para desembarazarse de los productos escondidos bajo sus amplias prendas. Debajo de chilabas y mandiles aparecen las mercanc¨ªas: alimentos, ¨²tiles de limpieza, ropa de casa, neceseres. Sin embargo, este contrabando que se practica en la frontera con Ceuta est¨¢ en decadencia. "Demasiada vigilancia", dicen. "Hay mucha crisis, porque las autoridades hacen ver que controlan esto para contentar a Espa?a, pero el gran contrabando, el de los contenedores, ¨¦se sigue en Casablanca".
Opini¨®n que confirma Emilio de la Guardia, delegado general para Marruecos y Norte de ?frica de la Compa?¨ªa Espa?ola de Financiaci¨®n del Desarrollo (Cofides), sin dejar de destacar el da?o que el contrabando-hormiga todav¨ªa produce a las empresas espa?olas y africanas. Seg¨²n datos oficiales, en 2001 dicha actividad introdujo en Marruecos productos por valor de 500.000 millones de dirhams. Nadie dir¨ªa que semejante cifra se mantenga hoy en d¨ªa observando el des¨¢nimo de los vendedores del mercado La Marcha Verde. "Estamos vendiendo nuestras ¨²ltimas mercanc¨ªas, apenas pasa nada", dice el due?o de una tienda que utiliza, por piedad, a un joven sordomudo que se encarga de traerle algo de g¨¦nero. "Los mejores d¨ªas se saca 50 dirhams", dice el patr¨®n en nombre del muchacho.
Don Emilio de la Guardia, que tiene su oficina en Casablanca -junto a la martirizada Casa de Espa?a, que el 16 de mayo de 2003 sufri¨® uno de los brutales ataques integristas- no cree que, para Espa?a, Marruecos se haya convertido ¨²ltimamente en un pa¨ªs-estrella, tal como parece desprenderse de los acercamientos que han tenido lugar desde que Rodr¨ªguez Zapatero lleg¨® al Gobierno espa?ol. "Por un lado van las declaraciones gubernamentales, y por otro, los intereses de los empresarios, que est¨¢n deslumbrados con el crecimiento potencial chino, pero en realidad no sabes qu¨¦ vas a poder colocarles una vez metidos los chupa-chups y las fregonas. China, eso s¨ª que es un pa¨ªs estrella. Marruecos es prioritario, pero todas nuestras inversiones aqu¨ª no representan m¨¢s que el 0,14% de la inversi¨®n directa espa?ola en el extranjero. Mira que coger aviones para hacerse 5.000 kil¨®metros y hablar con gente que no se nos parece, ?y negarse a cruzar el Estrecho!".
Devoto de Marruecos y de su gente, que conoce desde hace diez a?os aunque s¨®lo lleve tres viviendo aqu¨ª, De la Guardia pone su vitalista vozarr¨®n al servicio de su amor por el pa¨ªs y de su sentido pr¨¢ctico: "Nosotros tenemos ra¨ªces culturales cercanas a los marroqu¨ªes, proximidad geogr¨¢fica y, lo m¨¢s interesante, proximidad temporal. Me refiero a que en Espa?a tenemos un pasado de haber sido, primero, pobres; segundo, emigrantes, y tercero, hemos pasado por 40 a?os de dictadura. Como aqu¨ª han pasado por una dictadura mon¨¢rquica. Este pa¨ªs va a m¨¢s. Yo conoc¨ª Marruecos por primera vez en julio del 94, y de entonces a ahora hay una grand¨ªsima diferencia: ahora hay gente que trabaja por la ma?ana y no lo hace por la tarde. Otra cosa es el campo y su peso en la econom¨ªa marroqu¨ª: all¨ª, cuando llueve la gente est¨¢ contenta porque habr¨¢ cosecha".
Cofides se dedica a financiar proyectos de empresas espa?olas que vienen a instalarse a Marruecos en muchos sectores. "Tenemos un director buen¨ªsimo, que cogi¨® una compa?¨ªa con 20 empleados y unos recursos muy peque?os. Ahora tenemos 50 empleados y cuatro delegaciones en el mundo. Y unos recursos del Fondo de Bienestar de Gesti¨®n que permiten a las empresas espa?olas que invierten en el extranjero poder diversificar su riesgo. Ten en cuenta que aqu¨ª los bancos son muy conservadores, piden garant¨ªas reales, patrimoniales, personales y, adem¨¢s, como es una empresa extranjera, un aval bancario. ?Encima de que vienen a crear puestos de trabajo!".
Las comunidades aut¨®nomas que m¨¢s invierten son la valenciana y la catalana. Luego viene la vasca. La andaluza, estando tan cerca, invierte muy poco. "Tienes industria met¨¢lica, calzado, sector farmac¨¦utico. Ahora hay mucho inter¨¦s en la industria auxiliar del autom¨®vil. Y la pesca. Al no existir un acuerdo de pesca entre la Uni¨®n Europea y Marruecos, evidentemente las empresas espa?olas que est¨¢n suministrando a las grandes superficies tienen que asegurarse la materia prima, y est¨¢n llegando a constituir sociedades conjuntas con empresas marroqu¨ªes; el marroqu¨ª pesca y los espa?oles procesan las conservas en sus naves, y las venden a sus clientes".
"Aqu¨ª, la mano de obra es barata y agradecida", prosigue," porque si se les ense?a a hacer algo, lo hacen bien; hay que tener control, hay que estar encima de ellos, pero las cosas salen de calidad. Porque el marroqu¨ª es alguien que trabaja y se ilusiona con el trabajo en cuanto se le da un poco de autonom¨ªa. Y cuando se le corrigen los errores, si se hace sin autoritarismo ni desprecio... Porque esta pobre gente ha sufrido mucho".
Como es l¨®gico, el delegado de Cofides afirma no conocer casos de explotaci¨®n por parte de empresas espa?olas. Se extra?a cuando le recuerdo el tema de los talleres ilegales en donde m¨¢s de 30.000 personas trabajaban el a?o pasado para marcas de ropa espa?olas. La periodista espa?ola Carla Fibla escribi¨® un excelente reportaje para La Vanguardia denunci¨¢ndolo. Hoy las condiciones no han cambiado gran cosa, pues el grado de exigencia de algunas firmas especializadas en vender bonito, barato y reponiendo el g¨¦nero con rapidez, exigen de la subcontrataci¨®n externa e incontrolable.
-Yo en esos sitios s¨®lo he estado en las tiendas, donde hay unas depedientas mon¨ªsimas. Pero no, en los talleres no he estado. De todas formas, quiero creer que, trat¨¢ndose de firmas de solvencia...
De modo que la deslocalizaci¨®n de las f¨¢bricas se estar¨ªa efectuando por solvencia. ?Estamos en Disneylandia? "No, desde luego. Pero una empresa que viene aqu¨ª no es una empresa cualquiera, tiene un savoir faire y un trato con la gente. Evidentemente, aqu¨ª la legislaci¨®n social no es como en Espa?a, pero est¨¢n tratando de que mejore. El ministro de Trabajo acaba de sacar el nuevo C¨®digo del Trabajo, que llevaba 25 a?os en un caj¨®n del Gobierno marroqu¨ª, y lo ha aprobado este a?o. Es un c¨®digo que regula cosas tan importantes como el derecho a sindicarse, el despido, la maternidad, los periodos de permiso. Se ha aprobado hace pocos meses, hay unos inspectores e imagino que algo controlar¨¢n...".
No hay, seguramente, el menor juicio de intenciones en la palabra "imagino" que el simp¨¢tico Emilio de la Guardia ha deslizado en esta parte de nuestra charla, realizada a t¨ªtulo personal, m¨¢s que como delegado de Cofides. Y, sin embargo, ?por qu¨¦ volver¨¢ a mi cabeza durante no pocas ocasiones a lo largo del viaje?
Por ejemplo, esta ma?ana, en la explanada situada ante la aduana ceut¨ª, observando a esas mujeres falsamente corpulentas -una casi me derrib¨® de un empuj¨®n involuntario: sent¨ª la mercanc¨ªa clavarse en mi costado-, que pasan de largo ante un guardia que, casualmente, en ese momento est¨¢ recibiendo unas monedas del muchacho que las acompa?a. O al comprobar que, en el cerro cercano, un hombre carga con un bid¨®n casi m¨¢s grande que ¨¦l cerca de un polic¨ªa que en ese momento le da la espalda.
Por ejemplo, cada vez que un guardia de tr¨¢fico detiene nuestro autom¨®vil para cobrar una mordida por culpa de una u otra infracci¨®n inexistente. En las carreteras, el uso de las c¨¢maras de control de velocidad m¨¢s parece una ventanilla de cobro en efectivo que un servicio para impedir accidentes. En las ciudades, donde el tr¨¢fico goza de una amable anarqu¨ªa, te paran cuando les apetece.
Por ejemplo, cuando leo en el bolet¨ªn Al Fanar de la web la traducci¨®n de un art¨ªculo publicado en El Alam (del hist¨®rico partido conservador nacionalista Istiqal, que forma parte del Gobierno) en enero pasado. "Los servicios p¨²blicos de la Caja Nacional de la Seguridad Social no son completos porque la protecci¨®n social no incluye a dos elementos de suma importancia para los obreros y funcionarios. Se trata de la cobertura sanitaria y la indemnizaci¨®n por la p¨¦rdida de trabajo. Adem¨¢s del seguro contra accidentes de trabajo, obligatorio desde 2003".
Todo firmado, acuerdos, contratos, compromisos. Pero, ?qui¨¦n vigila? ?Qui¨¦n frena a qui¨¦n?
"?ste es un pa¨ªs en el que pasamos de la Edad Media en el campo al siglo XXI en Casablanca", dice, tambi¨¦n, Emilio de la Guardia.
No hace falta moverse tanto para encontrar ambas ¨¦pocas conviviendo en una cercana geograf¨ªa. La invasi¨®n de Coca-Cola, desde hace unos pocos meses, ha llegado hasta el ¨²ltimo rinc¨®n de Marruecos. En algunos pueblos del sur, en los muros de adobe de las peque?as tiendas, todav¨ªa est¨¢ fresca la roja pintura del anuncio de la bebida. Escrito en ¨¢rabe; tambi¨¦n la publicidad televisiva ha sido pensada especialmente para complacer el gusto local. Y en la ciudad de Marraquech, cumplido el rito de escuchar a los oradores de Yamaa el Fna, una puede acercarse a la gran superficie m¨¢s visitada del momento, Marjane, para ver c¨®mo los marroqu¨ªes pr¨®speros se arremolinan en torno a los ¨²ltimos modelos de electrodom¨¦sticos, valorados como s¨ªmbolos de prestigio social.
Hoy, camino de Castilleho, yendo desde la aduana de Ceuta, hemos acompa?ado a un anciano que esperaba al borde de la carretera. Tiene 72 a?os y cada ma?ana se hace seis viajes, con suerte, cargado cada vez con dos cajas de Red Bull. Las vende en la misma frontera. Parad¨®jicamente exhausto -ni se le ocurrir¨ªa menguar sus beneficios bebi¨¦ndose una lata-, el hombre nos cuenta que tiene a un hijo de 22 a?os que duerme hasta mediod¨ªa. "Yo soy el ¨²nico que trabaja". Saca 4 euros por caja. En el mercado de La Marcha Verde, explica Rachid, cada bote se vende a 1,20 euros.
Edad Media, siglo XXI. Imagino.
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