Por los suelos
Bettini se impone en una prueba en la que Espa?a, v¨ªctima de las ca¨ªdas, acab¨® con un solo corredor
Las pitas de los suvlakis, pringosos, aceite escurri¨¦ndose entre los dedos, por las comisuras de los labios, ard¨ªan en Omonia incluso minutos despu¨¦s de salir de la sart¨¦n. Los bombones helados duraban nada antes de convertirse en chorretones informes. Ferragosto ateniense: 40 grados a la sombra y sin asomo de brisa. Y 140 ciclistas dando vueltas a pleno sol. Entre vallas de agresivas patas, entre cuatro turistas curiosos, entre atenienses indiferentes. Bicicletas an¨®nimas, las marcas tapadas con esparadrapo de forma chapucera y apresurada. Al COI no le gusta m¨¢s publicidad que la suya. Esp¨ªritu ol¨ªmpico. Cuando empez¨® a caer el sol, cuando terminaba la carrera, seis horas comenzadas s¨¢dicamente en pleno mediod¨ªa, ni una sombra -inclemencia-, aumentaron los turistas y disminuyeron los corredores, diezmados.
Entre ellos, entre los ciclistas supervivientes, deber¨ªa haber habido cinco espa?oles, y no de los peores. El tridente, el m¨ªtico tridente de cinco puntas, melladas. Deber¨ªa haber estado Igor Astarloa, el campe¨®n del mundo, imperial en su Willier Triestina con los colores del arcoiris. Y no estaba all¨ª. Estaba desde la primera vuelta en el hospital, cur¨¢ndose un codo golpeado en una ca¨ªda -uno de delante se tropez¨® con la pata de una valla en la calle de Hip¨®crates, se solt¨® de manos, cay¨® en medio del pelot¨®n formando un estropicio, acabando con Astarloa: dur¨® tres kil¨®metros, apenas cinco minutos, su experiencia ol¨ªmpica-. Deber¨ªa haber estado Iv¨¢n Guti¨¦rrez, al que le brillan los ojos y se emociona, y estaba sentado en una silla del box, entre l¨¢grimas, con un antebrazo en carne viva, con una pierna sin piel: tambi¨¦n se hab¨ªa ca¨ªdo cuando Astarloa. Dio vueltas hasta la 12? y se baj¨®. Se baj¨® tambi¨¦n ?scar Freire, el doble campe¨®n del mundo, el ganador de la Mil¨¢n-San Remo, otro ca¨ªdo, en el mismo lugar, en diferente vuelta, en la s¨¦ptima, de la misma manera, con uno solt¨¢ndose de manos en un bache, ¨¦l, y termin¨® la carrera, desde la vuelta 15?, junto a Iv¨¢n, con una bolsa de hielo en la rodilla. Y tampoco termin¨® Igor Galdeano, que se retir¨® despu¨¦s de vaciarse trabajando para el que quedaba.
El que quedaba era Alejandro Valverde, la gran esperanza, el hombre m¨¢s temido, el rayo, el trueno, todas las energ¨ªas posibles concentradas en sus pulmones, su coraz¨®n, sus piernas. Y Valverde estaba, pero no estaba. "El calor ha podido conmigo", dijo Valverde, de Murcia, de all¨ª donde el sol revienta los limones; "he acabado, pero lastrado por los calambres".
Valverde estaba donde hab¨ªa que estar. Estaba cuando hab¨ªa que estar. Pero no pudo estar con quien hab¨ªa que estar. Estaba all¨ª, a tiro de piedra, estaba junto a los grandes, junto a Ullrich, junto a Vinokurov, cuando el incontenible Paolo Bettini, El Grillo -por su escasa estatura, su 1,70 raspado; por su movilidad hiperactiva, por su forma de hacerse notar en cualquier ambiente-, lanz¨® su ataque.
Colina de Licabetos, vuelta 16?, 21 kil¨®metros para la llegada. Bettini, el m¨¢s grande, el m¨¢s fuerte, el m¨¢s decidido, se fue por el oro. Los otros se sentaron, abatidos; se miraron. S¨®lo uno inesperado, s¨®lo un portugu¨¦s at¨ªpico -24 a?os, f¨ªsico grande, clase de contrarrelojista, estilo de gran corredor, gran esperanza tambi¨¦n si no le vence la nostalgia de su tierra- llamado Sergio Paulinho le aguant¨® el arrebato al grillo toscano de f¨ªsico, de nariz, de exuberancia a lo Bartali.
En la ¨²ltima recta, despu¨¦s de haber bordeado la Acr¨®polis como dos buenos amigos, intercambiando relevos, pasados Monastiraki y Plaka, Paulinho y Bettini se jugaron la victoria. Se la jugaron con estilo, con clase, con premura. Con miedo. Hab¨ªan o¨ªdo de la cercan¨ªa de Axel Merckx, del hijo de El Can¨ªbal, que buscaba una medalla ol¨ªmpica, el ¨²nico ¨¦xito que no logr¨® su padre. Se la jugaron en surplace, como dos pistards. Miraban para atr¨¢s y amagaban. Aceleraban. El primero que se lanz¨®, Paulinho, perdi¨®. Gan¨® Bettini, el grillo que ya es de oro.
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