La c¨¢mara desenamorada
La tecnolog¨ªa, cada vez con m¨¢s violencia, altera la imagen del mundo, y con ella, el modo en que nos vemos a nosotros mismos. Y en este juego de miradas no hay un invento m¨¢s dram¨¢ticamente transformador que el de la c¨¢mara digital. Este verano, paseando por Madrid, hemos podido ver en manos de los turistas el definitivo imperio del aparato. Sus ventajas son m¨²ltiples: menor tama?o, mayor definici¨®n de la fotograf¨ªa, posibilidad de observar el resultado al instante y, sobre todo, la opci¨®n de hacer cuantas instant¨¢neas se desee sin estar sometido a un gasto ilimitado. Pero todas estas comodidades no s¨®lo han acabado con el procedimiento de los carretes y el revelado, sino con el viejo significado de la fotograf¨ªa y de su contenido.
La foto busca inmortalizar un momento especial, irrepetible, querido y trascendente. Muchas veces a la c¨¢mara anal¨®gica le bastaba fotografiar una escena para dotarla de relevancia. La antigua m¨¢quina de retratar ten¨ªa el fant¨¢stico poder de aquilatar los instantes y los espacios que capturaba. El contado n¨²mero de disparos y el encarecimiento del revelado obligaban a seleccionar los eventos, quedando ¨¦stos bendecidos por el gui?o del diafragma.
La c¨¢mara digital produce el efecto opuesto. Hacer una foto ya no compromete a la inmortalidad. El motivo de una fotograf¨ªa ahora puede ser cualquiera, no importa disparar indiscriminadamente; toda persona, lugar o situaci¨®n son objetos potenciales de una instant¨¢nea. Esa democratizaci¨®n fotogr¨¢fica desvirt¨²a los grandes momentos a los que la c¨¢mara apunta como a tantos otros vac¨ªos.
Por otro lado, la posibilidad de hacer infinitas fotos permite corregir los enfoques y las sonrisas, alterar y repetir un instante que antes era ¨²nico. Ya no hay ning¨²n lugar ni ning¨²n gesto precioso por su unicidad, pues la c¨¢mara digital ofrece mil correcciones regal¨¢ndonos un potencial cat¨¢logo de nosotros mismos que invalida la verdad.
El turista, tras posar junto al oso y el madro?o o en la mediana de la Castellana, corre a conocer el resultado digital de su estampa. Poder observar la instant¨¢nea al segundo siguiente de haberse realizado es igual que ver la cara del ni?o nada m¨¢s engendrarlo. El misterio del l¨ªquido de revelado como una soluci¨®n amni¨®tica dando a luz la ilusi¨®n que durante semanas ha albergado la vieja c¨¢mara anal¨®gica como un ¨²tero, se ha perdido. Ahora las cajas met¨¢licas de las c¨¢maras digitales son compactas, no disponen de un espacio interno donde el feto del carrete aguardaba a darse a conocer a sus creadores.
Al igual que existe un limbo para los ni?os que murieron antes de nacer, debe haberlo para todas esas personas e instantes que fueron borrados segundos despu¨¦s de apresarlos el ojo digital, antes de poder ser materia fotogr¨¢fica. Unos p¨¢rpados ca¨ªdos, un contraluz excesivo, un dedo frente al objetivo ahora son motivos suficientes para desterrar el recuerdo de un instante a un purgatorio gr¨¢ficodigital donde penaremos para siempre.
Antes la c¨¢mara daba la sensaci¨®n de estar viva, produc¨ªa sonidos y vibraciones. Las m¨¢quinas anal¨®gicas parec¨ªan estremecerse ante nuestra pulsi¨®n y la imagen conmovedora que configur¨¢bamos ante ella. Ahora es desconcertante hacer una foto y recibir silencio. La digital se mantiene muda y fr¨ªa como el cristal que nos ofrece al instante el retrato. La nueva m¨¢quina nos hace entender que no ha sentido nada, se muestra inmune a nuestra emoci¨®n y nuestro tacto como una amante desenamorada.
El viejo carrete dispon¨ªa de un n¨²mero concreto de exposiciones a la luz antes de morir. El marcador de la c¨¢mara presentaba una cuenta atr¨¢s a medida que apret¨¢bamos el gatillo rest¨¢ndole al carrete instant¨¢neas como d¨ªas de vida. La c¨¢mara digital, sin embargo, suma. Su contador asciende sin dar la sensaci¨®n de que el aparato est¨¢ a tu servicio, de que poco a poco va entreg¨¢ndote su existencia, sino de lo contrario: eres t¨² quien le suministra entidad y contenido.
Hemos perdido la importancia que las fotos nos conced¨ªan. Aunque sali¨¦semos algo borrosos, desfavorecidos o con dos dedos en forma de cuernos sobre nuestras cabezas, la c¨¢mara estaba para servirnos y respetarnos, para inmortalizarnos sin excusas ni correcciones. Sin embargo, ahora es ella la que manda, nos incita a superarnos en cada pose o encuadre y nos retrata en escenas vanales. Nos ofrece mil recuerdos de que no somos nadie.
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