La monarqu¨ªa de nuestro tiempo
Recientemente he criticado la idea de monarqu¨ªa tradicional que sostienen algunos sectores de la Iglesia y de la derecha m¨¢s ultramontana, pretendiendo conectar ese concepto con la Monarqu¨ªa espa?ola dise?ada por la Constituci¨®n de 1978. El asunto tiene m¨¢s calado que una simple frivolidad y no es fruto ni de la ignorancia ni de la improvisaci¨®n. Representa una ideolog¨ªa muy asentada en sectores conservadores dentro y fuera de la Iglesia. Est¨¢ en la l¨ªnea de los que pensaban en el siglo XIX que la restauraci¨®n canovista supon¨ªa reanudar la historia de Espa?a desde los c¨¢nones de la tradici¨®n y de la realidad natural. En esta l¨ªnea, el principio mon¨¢rquico de la monarqu¨ªa tradicional y el principio religioso, desde una Iglesia cat¨®lica, can¨®nica y juridicista, la de la contrarreforma y de la uni¨®n Iglesia-Estado, eran como la vuelta a los or¨ªgenes de Espa?a, donde la unidad pol¨ªtica exig¨ªa la unidad de la fe. La Historia de Espa?a ha sufrido de esa simbiosis donde se han sido gestando las etapas de nuestra decadencia. Desde la expulsi¨®n de los jud¨ªos y los moriscos, la persecuci¨®n de los erasmistas y dem¨¢s heterodoxos, con la libre acci¨®n de la Inquisici¨®n y la imposibilidad del establecimiento de los protestantismos en Espa?a hasta la larga ausencia de la cultura europea con el rechazo de las libertades intelectuales y los intentos de someter a la universidad y a sus profesores hemos ido sentado las bases de un casticismo destructivo que encarn¨® intelectualmente Men¨¦ndez y Pelayo.
Esa idea de Espa?a, zaragatera y triste, como dec¨ªa Antonio Machado, es una de las causas de que otras culturas con hechos diferenciales propios como la catalana se alejaran de la idea de Espa?a, del indigno "que inventen ellos" y del horrible "lejos de nosotros la funesta man¨ªa de pensar". La otra Espa?a, la Espa?a civil sobreviv¨ªa con el Siglo de Oro, con el padre Feijoo, con los ilustrados, con Larra, con la Instituci¨®n Libre de Ense?anza de Giner de los R¨ªos, con Gumersindo de Azc¨¢rate, con Moret o con Clar¨ªn. Todos esos y algunos m¨¢s hicieron posible la superaci¨®n de la Monarqu¨ªa canovista. C¨¢novas reflejaba esa mentalidad cuando afirmaba en las Cortes Constituyentes de 1869: "La libertad, la religi¨®n y la monarqu¨ªa, preciso es estar ciego para no verlo, son los tres grandes y fundamentales sentimientos de los que est¨¢ pose¨ªda la naci¨®n espa?ola". Por eso, enemigo del sufragio universal, en su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Jur¨ªdicas, clamaba contra ese indispensable instrumento democr¨¢tico, aconsejando, si llegaba, que se vaciase de contenido si no quer¨ªamos llegar inexorablemente al comunismo.
La Segunda Rep¨²blica fue un periodo donde emergi¨® la Espa?a civil, la sociedad abierta del patriotismo constitucional. Pereci¨® v¨ªctima de sus errores y de la influencia profunda de esa ideolog¨ªa de la unidad Iglesia-Estado y del militarismo antidemocr¨¢tico. La Iglesia bendijo como cruzada aquel golpe de Estado y se instal¨® c¨®modamente con el r¨¦gimen de Franco, colaborando en la restauraci¨®n de la constituci¨®n natural que basaba su seudorrepresentatividad en la familia, el municipio y el sindicato vertical y que rechazaba el sufragio universal, el Parlamento, los partidos pol¨ªticos y las libertades. Los obispos formaban parte del Parlamento org¨¢nico, las llamadas Cortes Espa?olas, y el rey tradicional fue sustituido por el caudillo. Rememoraron lo peor del sue?o canovista porque ¨¦ste, al fin y al cabo un liberal, no hubiera aprobado la deriva de su idea de Espa?a. En los a?os sesenta, la Iglesia pueblo de Dios se revolvi¨® contra las estructuras del r¨¦gimen y, apoyada en esa corriente de aire limpio y fresco que invadi¨® la Iglesia con el Concilio Vaticano II y los maravillosos Juan XXIII y Pablo VI, plant¨® cara al r¨¦gimen y apoy¨® a una nueva generaci¨®n de obispos que encarn¨® fielmente el cardenal Taranc¨®n, entre otros. Ese sector de la Iglesia, bien en los franquistas reformistas pero sobre todo en la oposici¨®n democr¨¢tica, contribuy¨® decisivamente al fin del r¨¦gimen, a la transici¨®n y a la Constituci¨®n de 1978. Esa Iglesia merece todo reconocimiento y respeto porque fue capaz de comprender y apoyar a la Espa?a civil, que es la ¨²nica garant¨ªa de nuestro progreso humano y del rescate de la dignidad de todos los espa?oles. Es la misma Iglesia que cree en el Evangelio y en Jesucristo, la que cuida a los enfermos y a los mayores, la que se ocupa de los marginados y de los pobres en Espa?a y en el Tercer Mundo, la que quiere evangelizar desde la dignificaci¨®n humana de todos.
En la Constituci¨®n de 1978, la Monarqu¨ªa se dibuja como el supremo ¨®rgano del Estado, que encarna su unidad y permanencia, que no tiene prerrogativa, no es ni legislativo, ni ejecutivo ni judicial, porque representa el referente formal que transmite solemnemente las decisiones de los poderes p¨²blicos y de manera eminente la dignidad del Estado. Muchas veces he dicho que el rey don Juan Carlos y la reina do?a Sof¨ªa y el resto de la Familia Real, y de manera muy preeminente el pr¨ªncipe de Asturias, han representado con lealtad e inteligencia ese nuevo modelo de monarqu¨ªa, por otra parte la ¨²nica posible. Por eso tiene que precaverse contra los cantos de sirena de esos sectores de la Iglesia instituci¨®n y de la derecham¨¢s conservadora, apoyados desde los nuevos vientos de contrarreforma que vienen del Vaticano. Pretenden volver a los tiempos de la constituci¨®n natural, de la Iglesia influyente en lo temporal y de la Monarqu¨ªa tradicional. Esa Iglesia no comprende su nuevo papel, el que desarrollan con dignidad e inteligencia la mayor¨ªa de la iglesias europeas, desde una pretensi¨®n insostenible y antimoderna de protagonismo social preponderante.
La intervenci¨®n del arzobispo de Santiago, monse?or Barrios, ante el Rey y el presidente del Gobierno es una expresi¨®n recalcitrante de un talante impert¨¦rrito ante el signo de los tiempos. Aqu¨ª hay una cierta responsabilidad del Gobierno, de los poderes p¨²blicos que mantienen tradiciones obsoletas que permiten esas salidas de tono y esos argumentos propios de otros tiempos. Es dif¨ªcil que cuando se cree poseer la verdad, y no s¨®lo la religiosa, se rectifique voluntariamente. El Gobierno espa?ol debe ser consciente de que, en este caso la pol¨ªtica de la cortes¨ªa, de las buenas maneras y del statu quo, impulsa el mantenimiento de usos y pr¨¢cticas que deben desaparecer. Es imprescindible para evitar el factor de desestabilizaci¨®n que se abra la modificaci¨®n de los acuerdos con la Santa Sede y de los restos de privilegios que a¨²n permanecen en nuestro sistema jur¨ªdico. Si esto no se aborda, continuar¨¢n los desplantes y las malas formas.
El Partido Popular tiene una responsabilidad importante y debe superar ese alma dividida que a veces confunde el respeto al hecho religioso y a la conciencia de los creyentes con el mantenimiento de privilegios eclesi¨¢sticos no justificados. Espero que el esp¨ªritu liberal del Partido Popular se sobreponga a otras tendencias y contribuya a que la Espa?a civil se consolide en nuestro pa¨ªs. La prudencia de la Corona debe entender tambi¨¦n lo improcedente de implicarse en esos temas, aunque su responsabilidad es la responsabilidad del Gobierno. Espero que estas reflexiones no susciten, como otras veces, respuestas agrias desproporcionadas e incluso insultantes de personas que apoyan esas tesis, y sobre todo que no se tergiversen mis argumentos, que son muy respetuosos con la religi¨®n, con la Iglesia pueblo de Dios y con la instituci¨®n eclesi¨¢stica. No se puede desde una postura hist¨®rica y cultural, basada en una concepci¨®n sobrepasada de la Iglesia, de su puesto en una sociedad libre y bien ordenada, pretender representar la ¨²nica respuesta correcta y revestirse con la autoridad religiosa para defender, para pasar como verdades lo que no son sino posturas de un momento del tiempo pasado. Clar¨ªn dijo muy hermosamente que no se debe confundir la verdadera fe que "... jam¨¢s ha dado un dios nacional (idolatr¨ªa) de la santa idealidad humana en busca de lo divino".
Gregorio Peces-Barba Mart¨ªnez es rector de la Universidad Carlos III.
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