Gervi, yo tambi¨¦n te quiero
Han pasado ya 15 a?os desde aquel d¨ªa en que me presentaron a un ni?o con largos rizos, mirada simp¨¢tica y unas fuertes piernas para su edad. Ocho a?itos ten¨ªa aquel ni?o al que todos llamaban cari?osamente Gervi. ?se era Gervasio Deferr.
?La cantidad de cosas que han pasado durante estos 15 a?os! Cosas malas, cosas buenas y cosas extraordinarias. Y nuestra relaci¨®n tambi¨¦n ha pasado por momentos buenos y momentos no tan buenos.
El promedio de horas de entrenamiento de un gimnasta es de seis por d¨ªa, seis d¨ªas por semana, trescientos d¨ªas por a?o. Estas cifras suponen que los gimnastas pasan muchas m¨¢s horas con su entrenador que con sus propios padres, y m¨¢s si viven en un Centro de Alto Rendimiento.
Durante 15 a?os nos hemos enfadado, gritado y odiado, pero tambi¨¦n hemos jugado y re¨ªdo
De esta forma, los entrenadores nos convertimos en unos segundos padres, estableci¨¦ndose un tipo de relaci¨®n muy especial marcada muchas veces por la consecuci¨®n o no de resultados deportivos. Esa relaci¨®n es para el gimnasta, en algunas ocasiones, de amor-odio, como indica Gervasio.
La relaci¨®n Gervi-Alfredo puede que haya sido la misma que tiene un padre con su hijo. Para el gimnasta, los primeros a?os, su entrenador es casi como un dios: le ense?a, le ayuda a realizar los elementos gimn¨¢sticos y le salva de los accidentes, pues est¨¢ ah¨ª para poder cogerlo antes de que llegue al suelo y se estampe. Para el entrenador, el gimnasta es obediente, tiene ilusi¨®n y se obtienen buenos resultados.
Por aquel tiempo nos ilusionamos con los Juegos de Barcelona, en nuestra ciudad, en nuestro pa¨ªs. Y aquellos gimnastas rusos, chinos, americanos..., que eran nuestro ¨ªdolos, se entrenaban en nuestro gimnasio y los pod¨ªamos casi tocar con nuestras manos. Esa ilusi¨®n nos llev¨® al convencimiento de que alg¨²n d¨ªa ir¨ªamos a unos Juegos y ganar¨ªamos una medalla.
Despu¨¦s, el despertar a la vida, la adolescencia. Para el gimnasta, el entrenador empieza a dejar de ser un dios para convertirse, tal vez, en la persona m¨¢s odiada: le obliga a realizar una repetici¨®n m¨¢s cuando est¨¢ cansado, le controla si sale o no sale de fiesta, le abronca porque no estudia..., y no entiende que ¨¦l, adem¨¢s de ser un deportista, es un chaval que quiere divertirse, tener amigos y salir con chicas. Para el entrenador, el gimnasta se vuelve insolente, contesta de forma desconsiderada, pone en duda los sistemas de entrenamiento, no estudia y no lleva el tipo de vida que ¨¦l piensa que es el mejor para un deportista, pero, a pesar de todo, sigue pensando que su gimnasta puede ser el mejor en sus aparatos, pues los resultados internacionales as¨ª parecen indicarlo.
Las primeras competiciones internacionales, los primeros ¨¦xitos y los primeros fracasos. Momentos dif¨ªciles en la relaci¨®n en los que, cuando el gimnasta se pon¨ªa terco, el entrenador resolv¨ªa con la siguiente frase: "Cuando seas campe¨®n ol¨ªmpico, haz lo que quieras, pero hasta ese momento calla y trabaja". Y, como en el cuento, trabaj¨®, trabaj¨® y los Juegos Ol¨ªmpicos gan¨®.
Juventud, divino tesoro. El gimnasta se siente que es el mejor, que ha conseguido lo que un d¨ªa se hab¨ªa propuesto conseguir y que es tiempo de resta?ar las heridas sufridas en el combate de la gimnasia y, por qu¨¦ no, disfrutar un poco de la vida, de esa vida tan poco disfrutada. El entrenador, exhausto de tanto tirar de ese carro, piensa que posiblemente ha llegado el momento de que su gimnasta vuele por s¨ª mismo y tome sus propias decisiones sobre su propia vida.
Tiempos duros, tiempos dif¨ªciles para el gimnasta y el entrenador. Horas de quir¨®fano para el gimnasta, horas de sala de espera para el entrenador, recuperaciones que no acaban de funcionar y la vida que sigue para ambos. Noches sin dormir para los dos por culpa del humo de ese maldito porro fumado en un mal momento. Y los que antes te adulaban ahora te giran la cara.
El entrenador intenta tirar otra vez del carro, pero al gimnasta le cuesta. Los golpes que ha recibido son demasiado duros. Pero, poco a poco, el carro se va moviendo, aunque la espalda no responde y hay que volver a parar y queda muy poco tiempo para los Juegos.
El entrenador piensa que lo mejor para el gimnasta es que cambie de aires y deje atr¨¢s su entorno, ese entorno que le llev¨® por tan mal camino. Pero la vida no trata en ese periodo demasiado bien al entrenador y ¨¦ste no puede acompa?arlo esta vez como en todas las anteriores ocasiones, por lo que el gimnasta debe preparar una competici¨®n sin su entrenador por primera vez en su vida. La distancia hace que la relaci¨®n se estreche y que ambos se a?oren mutuamente.
Han sido 15 a?os en los que nos hemos enfadado, en los que nos hemos gritado, en los que nos hemos odiado, pero tambi¨¦n en los que hemos jugado, en los que hemos re¨ªdo, en los que hemos llorado y en los que nos hemos querido.
Y, como en toda familia, las relaciones entre los hermanos las sufren los padres y las relaciones de padres e hijos las sufren los otros hermanos. Los compa?eros de Gervi han sido tambi¨¦n part¨ªcipes de esta relaci¨®n y en muchas ocasiones sufridores de la misma, por lo que el entrenador debe agradecer su comprensi¨®n y ayuda al resto del equipo, especialmente al querido Mini.
Este entrenador, que tambi¨¦n es padre de dos hijos, desear¨ªa que ¨¦stos le enviasen un mensaje el d¨ªa que sean mayores como el que Gervi me envi¨® cinco minutos antes de la final: "Voy p'alante con todo. Esto tambi¨¦n es tuyo. Un abrazo. Te quiero".
Gracias, Gervi; yo tambi¨¦n te quiero.
Alfredo Hueto es entrenador personal de Gervasio Deferr
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