Inmensa Watling

Dig¨¢moslo de entrada: con su juego de apariencias detr¨¢s de las que se esconden otras cosas (un juego del que participa la entera pel¨ªcula, que se dir¨ªa una comedia si su tema no fuera tan tr¨¢gico, o una tragedia si su tratamiento no fuese tan arteramente ligero), con sus personajes torturados y enloquecidos (esa determinaci¨®n de hero¨ªna rom¨¢ntica de Watling, ese rid¨ªculo autocontrol de Tosar, esa mirada ida de Puigcorb¨¦), con su impecable reconstrucci¨®n hist¨®rica, una de las mejores que haya visto el cine espa?ol en tiempos, Inconscientes es una de las pel¨ªculas formalmente m¨¢s ins¨®litas nacidas de nuestro cine en a?os.

Tienen la culpa de ello tanto el talento esquinado de Oristrell, amante de la paradoja y la sonrisa congelada, como el de sus coguionistas, Teresa de Pelegr¨ª y Dominique Harari. Las andanzas, dignas de una comedia Ealing, de cuatro cient¨ªficos en la Barcelona de 1913 configuran el m¨¢s bien fant¨¢stico, por inhabitual, reparto.

Otra cosa es que toda la carpinter¨ªa se aguante tan bien como sus elementos de partida. El filme hace a veces agua por donde menos deber¨ªa: por la consistencia de la trama, por ejemplo; por ese final, con el tan poco compartible punto de vista (que es el de la narraci¨®n, sin que sea puesto en duda): "La verdad no nos hace libres". Pero toda la peripecia se aguanta sobre el implacable trabajo de sus actores, todos, y en especial Watling, inmensa, y no precisamente por la prominente barriga de nueve meses que arrastra por la trama: el talento de esta mujer para la comedia es uno de los m¨¢s estimulantes motivos por los que acercarse a esta inaudita, impensable pel¨ªcula.