Haydn en El Escorial
El Real Coliseo Carlos III celebra con la m¨²sica del gran compositor los 25 a?os de su restauraci¨®n.
A quien se le haya ocurrido este miniciclo de tres conciertos con m¨²sica de Haydn para conmemorar el cuarto de siglo desde que se restaur¨® el Real Coliseo Carlos III de El Escorial hay que darle la enhorabuena. Qu¨¦ mejor cosa que traer al Haydn que tanto trabaj¨® para la corte austroh¨²ngara de Esterh¨¢zy a este precioso teatro, cortesano tambi¨¦n y erigido, por cierto, en los mismos a?os en los que se escrib¨ªan las obras que se han programado para la ocasi¨®n. Y, adem¨¢s, a cargo de un experto como Frans Br¨¹ggen y su Orquesta del Siglo XVIII. No es de extra?ar el lleno absoluto del domingo, y hay que recordar que todav¨ªa queda la oportunidad -no s¨¦ si las entradas- de acudir esta tarde al final de este triduo haydiano en la sierra de Madrid.
La verdad es que haciendo abstracci¨®n de camisolas y sandalias veraniegas, mirando al techo o al infinito, el oyente pod¨ªa hacerse una idea de c¨®mo sonar¨ªa esta m¨²sica en el momento de su creaci¨®n: instrumentos originales y teatro original, todo de su tiempo y en la calle Floridablanca. Br¨¹ggen, Harnoncourt, Gardiner, Hodwood y unos cuantos m¨¢s han establecido unas pautas interpretativas que, en su af¨¢n de recuperaci¨®n de los modos del pasado, se nos han convertido en canon. Ya no sorprenden, por fortuna, m¨¢s que si lo hacen especialmente bien -o mal- y tampoco los p¨²blicos pasan ya por alto defectos que antes se atribu¨ªan a la dificultad de todo intento pionero. El concierto result¨® de un inter¨¦s general m¨¢s que elevado, pero tambi¨¦n pec¨® de una cierta irregularidad, como si las cosas no siempre casaran del todo bien. Curiosamente, lo mejor fue la propina: el Finale de la Sinfon¨ªa 104, rotundo, con su rusticidad de buena ley y ofreciendo, al fin, el sonido pleno que anduvimos buscando toda la tarde. En las dos sinfon¨ªas del programa -la 59 y la 103- hubo momentos excelentes, pero tambi¨¦n una cierta uniformidad expositiva, la falta del ¨²ltimo punto de expresividad que acabara de destacar los acentos, los gui?os, las genialidades de un Haydn que las regala por docenas.
Demasiado grave la 103, sin sacarle todo el partido al contraste entre el Adagio -introducido por toda una cadenza del timbal- y el Allegro con spirito. Es una opci¨®n ¨¦sta de Br¨¹ggen que marca quiz¨¢ con exceso la diferencia con cl¨¢sicos como Solti o Bernstein, cuya lectura, hoy minusvalorada por algunos, acercaba m¨¢s esta m¨²sica a su inmediato futuro, a Schubert por ejemplo. La mezzosoprano Wilke te Brummelstroete puso m¨¢s acci¨®n que verdadera voz en las tres arias que completaban el programa y que fueron acompa?adas muy bien por Br¨¹ggen.
Muy interesante concierto no tanto por sus resultados, notables, sino porque, en cierta manera, volvi¨® a poner de manifiesto, frente a la perfecci¨®n de concepto y traducci¨®n de otras veces, los riesgos -en este teatro se oye absolutamente todo-, la grandeza y los l¨ªmites de la propuesta historicista. A estas alturas.
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