Empuj¨®n democr¨¢tico en el S¨¢hara
Arreglar el problema del S¨¢hara Occidental es, ante todo, m¨¢s que una cuesti¨®n de principios, pensar en el futuro de la poblaci¨®n saharaui y atender a su bienestar, tanto de la que vive en el territorio como de la que vive fuera de ¨¦l, en una transitoriedad prolongada excesivamente. Es tambi¨¦n prestar atenci¨®n a los intereses de otra parte, Marruecos, que reclama derechos sobre el territorio en raz¨®n de v¨ªnculos hist¨®ricos. La historia de esos v¨ªnculos es m¨¢s complicada de lo que se piensa y no se corresponde con la que han escrito los que s¨®lo han querido ver los intentos del trono alau¨ª por sobrevivir tras los a?os dif¨ªciles de los golpes de Estado.
Pero no es la historia, sin embargo, la que va a facilitar ese arreglo, pues en este prolongado tiempo en que la cuesti¨®n saharaui ha permanecido sin encontrar una soluci¨®n, la historia ha seguido escribi¨¦ndose, muchas veces en contra de los intereses de Marruecos por la torpe pol¨ªtica all¨ª seguida, sin lograr captar el afecto de sus poblaciones ni permitir a los oriundos de la zona retornados desde los campos de Tinduf llevar a cabo una pol¨ªtica original en el territorio capaz de movilizar a favor de Marruecos a sus poblaciones.
No es tarea f¨¢cil conciliar las dos posiciones que, seg¨²n la doctrina oficial de Naciones Unidas, resumen las dos opciones entre las que la poblaci¨®n deber¨ªa escoger en un refer¨¦ndum de autodeterminaci¨®n: la independencia o la integraci¨®n en Marruecos. En contra de la doctrina com¨²nmente extendida entre las opiniones p¨²blicas internacionales, ninguna de las dos opciones era necesariamente mejor que la otra. Ambas eran -son- leg¨ªtimas, al margen de que la una viniera avalada por el romanticismo de una idea de libertad de un pueblo y la otra estuviera asociada a un r¨¦gimen caracterizado durante decenios por la corrupci¨®n y la represi¨®n contra sus ciudadanos. La apuesta que un nutrido n¨²cleo de pa¨ªses y buena parte de las opiniones p¨²blicas de los pa¨ªses occidentales hicieron siempre por la causa de la independencia saharaui ten¨ªa mucho que ver con este perverso dilema.
No vamos ahora a argumentar que todo ha cambiado y que las aprensiones de anta?o han dejado de tener sentido porque en el reino de Marruecos se respire hoy con mayor libertad que hace unos a?os. Hay que ser prudentes, pero los razonamientos deben tener en cuenta que el tiempo no ha pasado en balde y que las soluciones que deben encontrarse para concluir con el problema pasan por el coraje de unos l¨ªderes que sepan anteponer los intereses colectivos a los ego¨ªstas o chovinistas. Pero nada hace pensar que sin una sacudida exterior que fuerce el voluntarismo de los dirigentes saharauis o marroqu¨ªes, las cosas van a moverse un ¨¢pice de donde permanecen enquistadas desde hace tiempo. Sacudida o presi¨®n exterior que muestre que la apuesta por el statu quo de ambos lados juega en contra de los propios intereses.
Los dirigentes del Frente Polisario, entre quienes sigue habiendo los que defienden el retorno a las armas, saben bien que el tiempo juega en su contra, pues no hay ya una coyuntura internacional ni interna que permita seguir manteniendo a las poblaciones en los campamentos por un per¨ªodo prolongado de tiempo. Si durante a?os no se manten¨ªa en pie la tesis defendida por Marruecos de que el Polisario ten¨ªa "secuestradas" a las poblaciones en Tinduf, cada d¨ªa que pasa esa tesis puede cobrar verosimilitud, pues no se ven esperanzas de salida en un desierto inh¨®spito, con un entorno cada vez menos solidario y una globalizaci¨®n que ha disparado todas las migraciones por el mundo. Un debate interno se impone a fin de meditar las salidas que las poblaciones, no los pol¨ªticos, esperan.
Tambi¨¦n, por su parte, los dirigentes marroqu¨ªes saben que seguir prolongando el problema no hace sino acumular presi¨®n a la situaci¨®n interna del pa¨ªs, que algunos califican de explosiva, con el horizonte puesto en las pateras o en el irredentismo islamista. El S¨¢hara no es ya un factor de cohesi¨®n que logre la unanimidad nacional -fuera del discurso huero de los partidos o del Majz¨¦n-, y cada d¨ªa hay m¨¢s voces que piden lisa y llanamente desembarazarse de un problema que sigue costando mucho a todo el pa¨ªs y del que se benefician s¨®lo unos pocos.
A todo esto, tampoco debe desconocerse la dimensi¨®n magreb¨ª del problema que hace del S¨¢hara la clave del bloqueo del proceso de integraci¨®n regional. Apostar por el statu quo es defender las fronteras cerradas, la incomunicaci¨®n entre sociedades civiles, la perpetuaci¨®n de una visi¨®n maniquea cerradamente nacionalista y chovinista que parte de la demonizaci¨®n de los vecinos. Sin olvidar el coste econ¨®mico del no-Magreb, del intercambio necesario pero no realizado. Argelia insiste en que el problema est¨¢ entre Marruecos y el Polisario y no le falta raz¨®n, aun cuando es evidente que tiene alguna de las llaves del conflicto, pudiendo colaborar a la soluci¨®n del drama. Pero la soluci¨®n pasa, no hay duda, por el voluntarismo y el esfuerzo negociador de las partes. Es ah¨ª donde el empuj¨®n exterior tiene sentido.
Ahora bien, nadie tiene por qu¨¦ servir de v¨ªctima propiciatoria en este problema. Desde luego, en ning¨²n caso la poblaci¨®n saharaui, ni la de fuera ni la de dentro. Aunque esta poblaci¨®n no tendr¨ªa por qu¨¦ vivir mejor en r¨¦gimen de independencia que de autonom¨ªa, si se atiende a sus necesidades, se le permite gestionar sus asuntos de manera democr¨¢tica y se le garantiza una fuerte dosis de autogobierno sobre sus recursos. Al menos es lo que se argumenta en Espa?a de cara a los vascos...
El Plan Baker, que surgi¨® de la voluntad de encontrar una salida favorable a Marruecos, concibe una amplia autonom¨ªa que habr¨ªa que definir en una negociaci¨®n entre las partes hasta hacerla admisible para garantizar y conciliar los intereses de ambas. Pero esa negociaci¨®n encuentra un escollo fundamental: no es concebible una autonom¨ªa para el S¨¢hara que no contamine a las otras regiones de ese pa¨ªs plural que es Marruecos, lo que supone abrir la puerta a una democracia plena, cosa que asusta a quienes detentan los privilegios en este pa¨ªs. Autonom¨ªa quiere decir libertad para escoger a quienes deben dirigir la regi¨®n, sin tutelas de ninguna clase, algo nunca visto hasta ahora en Marruecos, donde los ayuntamientos y hasta los parlamentos han visto recortadas sus competencias, sometidos siempre a la tutela del Ministerio del Interior y donde hasta el Gobierno ha carecido de plena responsabilidad sobre los asuntos del Estado, en manos de la suprema y decisiva autoridad real.
Ser¨ªa comprensible que el Polisario expresase sus dudas sobre una autonom¨ªa a¨²n por ensayar en un marco estatal de esta naturaleza. Para aceptar la v¨ªa de la autonom¨ªa es obligatorio obtener garant¨ªas de que Marruecos es capaz de abordar un proceso de reestructuraci¨®n que implicar¨ªa una casi refundaci¨®n de las estructuras centralistas de la monarqu¨ªa. Y sin embargo, por parad¨®jico que resulte, hace un a?o que acept¨®, consciente tal vez de que poner a Marruecos contra las cuerdas de la descentralizaci¨®n acerca la soluci¨®n del problema.
En Marruecos, s¨®lo el poder real puede afrontar, como en la transici¨®n espa?ola se hizo, el desmantelamiento de las estructuras centralistas y autoritarias, aunque ello presupone el cuestionamiento del actual modo de gobernar. La gran diferencia es que en Espa?a hab¨ªa multiplicidad de partidos que presionaban a favor de dicho desmontaje, mientras en Marruecos apenas si encontramos defendiendo un proceso similar a un peque?o grupo de min¨²sculos partidos, empe?adas todas las dem¨¢s fuerzas pol¨ªticas del pa¨ªs en apuntalar al viejo Marruecos centralista. Ni siquiera el cada vez m¨¢s poderoso partido islamista PJD est¨¢ por esa labor de cambio, pues su empe?o va en otra direcci¨®n, que no es la de dar m¨¢s libertad a la sociedad, sino la de constre?irla en nombre de unos valores comunitarios y religiosos de otro tiempo, que poco tienen en cuenta las especificidades regionales, los particularismos culturales o ling¨¹¨ªsticos o las libertades individuales. Si Espa?a quiere contribuir a dar un empuj¨®n a la cuesti¨®n, debe ayudar a convencer al monarca de que ese cambio es posible.
Encontrar una soluci¨®n a la cuesti¨®n del S¨¢hara es, pues, inseparable de un debate por el modelo de Marruecos que se pretende. En uno de esos modelos, descentralizado y libre, cabe el S¨¢hara. Pero ese modelo exige, en primer lugar, ser debatido y clarificado por los propios marroqu¨ªes, para ser despu¨¦s defendido e impuesto frente a las poderosas resistencias que se opondr¨¢n a ¨¦l desde los sectores que detentan los privilegios y desde los que pretenden retrotraer el pa¨ªs a otros tiempos. Es un proceso lento que habr¨ªa de ligarse al horizonte de las elecciones del 2007 en Marruecos, que deber¨ªan convertirse en momento refundador de un nuevo Marruecos. Pensar, por el contrario, que la soluci¨®n est¨¢ al alcance de la mano podr¨ªa ser una ingenuidad que se pague cara.
Para el Frente Polisario, apostar por esta v¨ªa, por dif¨ªcil que parezca y siempre que obtenga garant¨ªas, no podr¨ªa m¨¢s que reportarle ventajas, contribuyendo adem¨¢s a la estabilidad de la regi¨®n, una regi¨®n entendida en sentido amplio, pues incluir¨ªa a todo el Mediterr¨¢neo occidental. Todos los momentos de regeneraci¨®n en la historia de Marruecos han venido siempre del sur, del S¨¢hara, y sin duda ¨¦sa ser¨ªa la mejor raz¨®n de haber existido para un movimiento pol¨ªtico que lucha por los intereses de su gente sin olvidar en qu¨¦ contexto vive. Mucho mejor que no ver m¨¢s all¨¢ de la utop¨ªa de un peque?o Estado a la merced siempre de las ambiciones de vecinos enfrentados.
Bernab¨¦ L¨®pez Garc¨ªa es catedr¨¢tico de Historia del Islam Contempor¨¢neo en la Universidad Aut¨®noma e Madrid.
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