Como estaba previsto, Petacchi
El 'sprinter' se impone en una etapa de nervios, enganchones, ca¨ªdas y estr¨¦s
El pelot¨®n, tomado desde arriba, 200 espaldas coloreadas, encerrado en la carretera estrecha ocupada a todo lo ancho, parece un reba?o de ovejas, una masa ordenada de animales guiados por el instinto que s¨®lo ven el suelo que pisan, que sufren los olores de los de delante, que no saben de d¨®nde vienen, a d¨®nde van. Encajonados. Una lata de sardinas que se mueve a 20 kil¨®metros por hora contra el viento de cara sobre una cinta de asfalto ¨¢spero, entre tierras ricas, negras, buen cereal cosechado hace meses. En un desierto. El Moncayo, al Oeste, una presencia oscura, oculta entre brumas y bajas nubes negras. Una f¨¢brica de viento, de nervios, de estr¨¦s, en un pelot¨®n a¨²n espeluznado por el recuerdo del loco del d¨ªa anterior, un brit¨¢nico de 26 a?os, R. W. J. P., con su maillot, su culotte y su mountain bike, cubierto de polvo y sudor, que con una mano tir¨® una piedra de cinco kilos al paso de los corredores y con la otra -seg¨²n algunos testigos, aunque la Guardia Civil no lo confirma-, armada de una c¨¢mara de v¨ªdeo, quiso grabar la cat¨¢strofe que no se produjo.
Bueno, breve, da cuatro pedaladas tremendas que le llevan al podio, a la estad¨ªstica
La imagen es enga?osa. El pelot¨®n no es un reba?o, es un hormiguero. Doscientas hormigas especializadas que organizan y desorganizan decenas de corrientes internas que fluyen de arriba abajo, de abajo arriba, a las que se enganchan, como el padre de Nemo camino de Sidney, los l¨ªderes que quieren colocarse en cabeza, los gregarios que bajan a por agua y suben cargados. Corrientes que, de repente, s¨®lo precedidas de un frenazo, una imprecaci¨®n, se cortan. En el tramo m¨¢s estrecho, en las largas rectas del Jal¨®n, las corrientes se organizan por las cunetas, entre hierbajos, donde es probable el pinchazo, donde es segura la ca¨ªda, el enganch¨®n -se cay¨® Hamilton, se golpe¨® fuerte en el codo, la rodilla, la cadera: ya es m¨¢s peligroso.
En lo ancho, girando hacia la f¨¢brica de Opel, el viento incansable sopla de costado. Eusebio Unzue, el planificador, estaba esperando el momento. La noche anterior recorri¨® el terreno. Pocas horas antes, sus avanzados le hab¨ªan informado. Todo estaba preparado. La corriente se acelera. Los de Unzue, los del Baleares, irrumpen con fuerza por un lateral. Es el momento del abanico. De meter cuneta. De provocar el corte. No. Fue el momento de que Menchov, su l¨ªder, atrapara un bache, rompiera la bicicleta, se quedara tirado. La corriente se reorganiza. La lucha no es por ganar ahora, es por la supervivencia. Nadie para.
Llegando a Zaragoza sopla el viento de cara. Matthew White, que es australiano y, por tanto peculiar, poco apto para un hormiguero, elige la corriente solitaria. Deja la autov¨ªa y se larga por la v¨ªa de servicio. Totalmente solo. Sobreexcitado. Sin nadie que le corte el viento, sin nadie a rueda. El sofoco le dura 500 metros. Un sprint interminable contra un pelot¨®n sin alma que rueda, inalcanzable, paralelo, por su izquierda. Cuando encuentra un hueco en la mediana, un suspiro de alivio, el empuj¨®n, el aplauso y la carcajada del gran Txente Garc¨ªa Costa. El pelot¨®n ya piensa en otra historia.
A Santiago Botero le hab¨ªan prometido los de su equipo, el T-Mobile, que en la Vuelta llevar¨ªa galones, que pensara en la clasificaci¨®n general. Pero all¨ª estaba, a tres kil¨®metros de la llegada, su gran carcasa plant¨¢ndole cara al viento, organizando la corriente final, la que deber¨ªa llegar a su jefe, Zabel, a la victoria. "En cuanto se han enterado de que cambio de equipo
[Botero se ir¨¢ en 2005 al Phonak], me han dicho que a trabajar, que nada de general", dice el colombiano. Despu¨¦s de Botero, que suda un minuto, llegan, impetuosos, organizados, soberbios, los del Fassa Bortolo. Han esperado hasta el final para aparecer, para organizarle el camino real, la v¨ªa imperial a su Petacchi, al que nunca falla, al sprinter que busca su d¨¦cima etapa en la Vuelta, el segundo libro para su biblioteca 2004 -ayer tocaba Graci¨¢n, el de lo bueno y lo breve: descripci¨®n de un sprinter, claro-, su tercera victoria en Zaragoza. Petacchi dice que est¨¢ cansado y que no siente las piernas, pero sus chicos le lanzan igual, le dejan contra el viento, por delante de Zabel y Freire, los que logran remontar una de cada diez veces, y ¨¦l, bueno, breve, da cuatro pedaladas tremendas que le llevan al podio, a la estad¨ªstica.
Las corrientes tambi¨¦n chocan. Detr¨¢s de la meta, Koldo Gil, despistado, choca con Zabel, frustrado, que vuelve a por un maillot. El alem¨¢n, maleducado, le insulta. Espeluznados hasta despu¨¦s de terminar. Pobres ciclistas.
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