Una autobiograf¨ªa sin victimismo
Este libro es un ejemplo de autobiograf¨ªa bien narrada, es decir: un recuento de la memoria real ordenado en forma narrativa. Tiene dos partes bien diferenciadas: en la primera, predomina la historia del conjunto de la familia paterna y materna del autor; en la segunda, la familia propia: padre, madre e hijo. Hay un eje sobre el que gira el libro para dar el paso de la una a la otra: la muerte de la madre. Y sobre esta estructura se sobreimprime una segunda que act¨²a en forma de tirabuz¨®n hacia atr¨¢s y hacia delante en el que se mezclan los tiempos de los hechos y de las emociones seg¨²n las necesidades del relato y que es la que impone el ritmo.
A ello hay que a?adir el minucioso trabajo de reconstrucci¨®n memor¨ªstica -a la que socorrer¨¢ la ficci¨®n para ultimar detalles- que evidencia el deseo de que no se pierda un tiempo ya ido que es no s¨®lo una forma de ver el mundo, el reflejo de una cultura, sino el crisol donde se ha fundido la personalidad, el car¨¢cter y la conciencia del autor.
UNA HISTORIA DE AMOR Y OSCURIDAD
Amos Oz
Traducci¨®n de Raquel Garc¨ªa Lozano
Siruela. Madrid, 2004
644 p¨¢ginas. 25 euros
El ni?o y el adolescente son
la gu¨ªa de este largo relato. La familia del ni?o se bifurca, se ramifica, se aleja y se reanuda y est¨¢ formada por jud¨ªos procedentes del Este de Europa o de Rusia a los que el acoso ha ido empujando a Palestina, a Am¨¦rica, al Holocausto... Hombres y mujeres eur¨®filos a los que la Europa fascista y nacionalista del Este y del Oeste expulsa. En la familia de Amos Oz (Jerusal¨¦n, 1939), autor de obras como El mismo mar o Contra el fanatismo, los hombres son cultos y activos y las mujeres compa?eras y madres. Son los jud¨ªos que el autor llama de la di¨¢spora frente a los nacidos en Israel, los kibutzim, a los que ¨¦l contempla de ni?o como una nueva generaci¨®n de jud¨ªos, guerreros y agricultores a la vez, asc¨¦ticos, tostados por el sol levantino, de costumbres m¨¢s abiertas y m¨¢s toscos en cuando a maneras y cultura.
En realidad, el encontronazo entre estas dos formas de concebir el mundo jud¨ªo es la clave del libro en t¨¦rminos territoriales e hist¨®ricos. La clave n¨²mero dos, que -muy h¨¢bilmente gracias a la estructura r¨ªtmica- se entrelaza perfectamente con la primera, es la introducci¨®n de la primera persona en el relato, la voz del autor que narra y cuestiona. Toda la novela posee la misma voz con dos excepciones: para hablar de la madre utiliza en una parte importante -en concreto, cuando trata de sobreponerse a la impresi¨®n de abandono y odio que sigue a su suicidio- a su t¨ªa Sonia, la hermana menor de la madre, y un poco a Lilia, la amiga. La voz del adulto que recoge al ni?o y al adolescente para entenderse a s¨ª mismo es la voz de la conciencia creada a partir de una tradici¨®n y una individualidad; y es la voz de alguien que ha estado presente, de manera tan comprometida como en la creaci¨®n de su conciencia, en la creaci¨®n de Eretz Israel. Oz se enfrent¨® a su padre, lo dej¨® para irse al kibutz donde vivi¨® entre 1961 y 1985, y el a?o del inicio de este siglo XXI se sent¨® a poner en orden el sentido de su vida dentro de la historia.
El resultado es un libro inmerso en el deseo de vivir, y de ser, gratificante, emocionante e inteligente a partes iguales. No hay ninguna clase de victimismo o autocompasi¨®n, no hay asomo de intolerancia y s¨ª un deseo de comprender. El sentido de la familia es tan fuerte como el de la tradici¨®n en ¨¦l, pero el cambio hist¨®rico que modifica sin negarlo este sentido es lo que contiene tambi¨¦n este extenso relato. Su t¨ªa Sonia, en la parte en que toma la voz, le dice: "Jam¨¢s en la vida he hablado de estos temas con un chico"; con Buma, su marido desde hace 68 a?os, no ha hablado de asuntos personales, del punto de vista femenino, y s¨ª lo hace con el chico, el nuevo, el adolescente que va a vivir un cambio del que esta fisura en el concepto de familia y tradici¨®n de su t¨ªa es un adelanto sobre el tiempo que se avecina.
El eje sobre el que gira la novela es el suicidio de la madre cuando ¨¦l tiene doce a?os y medio; es un golpe que lo precipita en la adolescencia, el dolor, el miedo y la necesidad de sobrevivir; es un golpe que suscita en ¨¦l abandono e ira a partes iguales.
A partir de ah¨ª comienza a
completarse, adem¨¢s de la suya, la figura -y hablamos ahora m¨¢s decididamente de narraci¨®n novelesca- de dos personajes que tienen una soberbia factura: su padre y su madre, que lo acompa?ar¨¢n hasta el final. Si la primera parte es un cuadro hist¨®rico-familiar, la segunda es un cuadro intimista; siempre, insisto en ello, enmarcado en el tiempo que les ha tocado vivir.
Las palabras y la cultura son dos constantes en su vida desde ni?o. Cuando relata la maravillosa escena de la llamada telef¨®nica familiar desde Jerusal¨¦n a Tel Aviv ¨¦l dice que con esa divertida sucesi¨®n de actos nimios convertidos en un ritual de seriedad "es como se iba construyendo la emoci¨®n". Es posible que el ni?o Amos Oz percibiera ah¨ª, por primera vez, una de las reglas de oro de la construcci¨®n novelesca.
M¨¢s tarde contar¨¢ c¨®mo el impulso de dar una segunda oportunidad a cosas ya sucedidas es un impulso personal que se asemeja en mucho a la escritura. Y, por fin, con una imagen del delf¨ªn arponeado por el infortunio -"el (arponero) es tus padres muertos y t¨² tiras y escribes"- cierra lo que es la voluntad y el destino de escribir tanto como lo fue asumir su tiempo y su historia.
Quiz¨¢ sean el amor y la oscuridad las dos ¨²nicas constantes de toda vida. En todo caso, la ejemplaridad de este libro de Amos Oz no resta un ¨¢pice a su agudeza de an¨¢lisis; ni su extensi¨®n, aunque a veces premiosa, cansa; ni su emoci¨®n cede un punto a la lucidez. Este hombre se ha colocado, como los narradores contempor¨¢neos, detr¨¢s del relato de un mundo, una generaci¨®n, una cultura. Y eso, en una autobiograf¨ªa, es toda una haza?a.
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