El hilo roto de la continuidad
S¨ª, la percepci¨®n del tiempo es demasiado variable, y hay factores que la alteran exagerada y an¨®malamente. Son los que rompen el hilo de la continuidad, como lo he llamado en mis novelas y en la vida real. Cuando una relaci¨®n amorosa se acaba, por ejemplo -una vez que se la da por perdida y se abandona toda esperanza, o se libera uno de la tela de ara?a en que ha quedado prendido-, cuanto perteneci¨® al periodo de esa relaci¨®n pasa s¨²bitamente a ser "pasado", todo en bloque, y lo ocurrido hace s¨®lo un a?o junto a la persona que nos da o a la que damos de baja, nos parece lejano, incongruentemente remoto; y no digamos aquel viaje de seis a?os atr¨¢s, que ve¨ªamos como parte de un presente continuado mientras la persona en cuesti¨®n segu¨ªa a nuestro lado: ahora se aparece como propio de otra existencia, de pronto deste?ida y difusa y caduca.
Lo mismo sucede tras la muerte de seres queridos, sobre todo tras cumplir con el duelo, durante el que a¨²n domina el fantasma del desaparecido, as¨ª como la sensaci¨®n de haber sido nosotros abandonados por ¨¦ste, m¨¢s que a la inversa. Puede que incluso le reprochemos haberse muerto, que lo sintamos culpable de una debilidad extrema que nos ha dejado a la intemperie. Sin embargo, una vez transcurrido ese duelo, todos los acontecimientos contempor¨¢neos de la vida del ahora muerto -incluso los que no lo ata?¨ªan directamente- nos parecen pret¨¦ritos, si no prehist¨®ricos.
Ese abismo temporal se da tambi¨¦n tras las enormes cat¨¢strofes. Cuanto fue anterior al 11 de septiembre de 2001 se ha alejado en nuestra percepci¨®n de forma excesiva y grave. Han pasado tres a?os cronol¨®gicos, pero seguramente no menos de diez psicol¨®gicos, y adem¨¢s para el mundo entero. La guerra de Afganist¨¢n, que es algo posterior, ?no tenemos la sensaci¨®n de que se libr¨® hace decenios? Quiz¨¢ por ser la ¨²nica consecuencia directa verdadera, el ¨²nico fleco aut¨¦ntico, del ataque contra las Torres Gemelas y el Pent¨¢gono, y en cierto sentido ser "contempor¨¢nea" de esas matanzas, a diferencia de la estramb¨®tica e injustificada e ilegal guerra de Irak con su interminable e incomprensible posguerra. Pese a las tentativas falaces o pat¨¦ticas de las administraciones de Bush, Blair y Aznar por vincularla con los atentados, la gente posee una percepci¨®n que a menudo le impide enga?arse del todo, y hasta los m¨¢s convencidos de la justicia y la necesidad de invadir Irak saben, de manera instintiva -o natural, que es lo mismo-, que son cosas aparte, sin verdadero nexo ni relaci¨®n de causa y efecto, ni de hecho y consecuencia.
Los pol¨ªticos olvidan demasiadas veces ese "factor perceptivo" de la ciudadan¨ªa, que no es por fuerza razonante. Y olvidan que contra eso poco puede oponerse. En Espa?a, tras los atentados del 11 de marzo, las percepciones n¨ªtidas, inmediatas y casi masivas fueron dos: una, que el Gobierno de Aznar era responsable indirecto de la carnicer¨ªa: ¨¦sta no se habr¨ªa producido -o no tan pronto, o no aqu¨ª, precisamente- si el entonces presidente, con su a¨²n no explicada foto en las Azores junto a Bush y Blair, no hubiera hecho as¨ª ante el terrorismo islamista el gesto equivalente a agitar un trapo rojo delante de un toro: "Eh, que estoy aqu¨ª, para que me embistas"; y dos, que su Gobierno minti¨® -u ocult¨® o retras¨® la verdad, que en circunstancias tr¨¢gicas es lo mismo-, por su conveniencia pol¨ªtica, respecto a la probable autor¨ªa de las matanzas. El problema con las "percepciones" es que, acertadas o err¨®neas, verdaderas o falsas, no hay forma de desterrarlas del ¨¢nimo de las gentes. Uno puede tener un convencimiento y no tener pruebas para demostrarlo. Ante la ley no le servir¨¢ de nada. Pero s¨ª le servir¨¢ a la hora de decidir su voto en unas elecciones generales. Eso, y no otra cosa, fue lo que sucedi¨® en Espa?a.
Que la Administraci¨®n Bush en pleno y buena parte de la prensa norteamericana interpretasen sesgadamente el resultado de esas elecciones nuestras, de acuerdo con los intereses del Gobierno mentiroso -un "acto de cobard¨ªa" por parte de la sociedad espa?ola-, no ha contribuido a que aqu¨ª se diera lo que habr¨ªa sido l¨®gico y previsible: un mayor hermanamiento, una renovada solidaridad con Estados Unidos, que dos a?os antes hab¨ªa sufrido un golpe similar, pero multiplicado por quince en el n¨²mero de v¨ªctimas. Todos esos int¨¦rpretes calumniosos olvidaron deliberadamente dos cosas: que en momentos de crisis las poblaciones tienden a apoyar al poder ya existente, y que Espa?a lleva treinta a?os padeciendo el terrorismo de ETA, sin haberse doblegado nunca a ¨¦l. Quiz¨¢ fue s¨®lo que ten¨ªamos la piel m¨¢s curtida, el ¨¢nimo m¨¢s acostumbrado al asesinato gratuito e in¨²til, la entereza m¨¢s desarrollada. Es terrible, pero poco a poco uno se habit¨²a a contar con la posibilidad de atentados indiscriminados de manera semejante a como cuenta con los seguros muertos de las carreteras cada fin de semana. "Eso est¨¢ siempre ah¨ª; ojal¨¢ no nos toque", viene a ser el pensamiento no pensado, no consciente.
Tal vez por eso Espa?a, a los seis meses, parece haber superado ya el trauma de los atentados ferroviarios. La vida no ha cambiado. No hay m¨¢s miedo que antes. Tampoco hay menos libertades. Por parte de las autoridades no hay inter¨¦s en sembrar la alarma constante. Las costumbres permanecen inmutables, con las calles, los bares, los restaurantes, los estadios, los aeropuertos y las estaciones tan llenos como siempre. Incluso tan joviales. Bien es cierto que no hay d¨ªa en que la mayor¨ªa no nos acordemos de los casi doscientos muertos del 11 de marzo. Con pena, y con la fuerte conciencia de que el azar, la suerte, la mala suerte, siguen teniendo tanta importancia como en las menos previsoras ¨¦pocas de la humanidad. Pero ya lo dijo sir Thomas Browne en el siglo XVII, como he recordado en otras ocasiones: "El sentido no tolera las extremidades, y los pesares nos destruyen o se destruyen. Llorar hasta volverse piedra es f¨¢bula: las aflicciones producen callosidades, las desgracias son resbaladizas, o caen como la nieve sobre nosotros; lo cual, sin embargo, no es un infeliz entumecimiento".
Aqu¨ª no nos sentimos en guerra, porque no lo estamos, como tampoco Estados Unidos, por mucho que all¨ª tantos se empe?en en asegurarlo. Las guerras son otra cosa. No se puede llevar una vida seminormal mientras transcurren. Lo saben los madrile?os que vieron su ciudad asediada entre 1936 y 1939. Lo saben los londinenses bombardeados a diario durante la II Guerra Mundial. Y lo saben los norteamericanos que padecieron esa contienda. Contra el terrorismo no hay guerra, no puede haber tal cosa contra un enemigo que est¨¢ durmiente la mayor parte del tiempo y que casi nunca es visible. Es s¨®lo otro mal con el que hay que contar. Algo ante lo que m¨¢s bien hay que repetirse una vez y otra, mientras se lo combate, la famosa frase de Cervantes: "Paciencia, y barajar".
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