?Qu¨¦ queda del 11 de septiembre?
Desde luego, habr¨¢ que acordarse durante mucho tiempo todav¨ªa del 11 de septiembre. Y de la tragedia. A la que habr¨¢ que a?adir a los m¨¢rtires del 11 de marzo en Espa?a; los torturados de Abu Ghraib en Irak y los ni?os de Osetia. Y otras matanzas desconocidas que nos aguardan. Habr¨¢ que rememorar a nuestros muertos. Y su inocencia. V¨ªctimas sacrificadas sobre el altar de la rapi?a, el cinismo, la manipulaci¨®n de los pueblos a manos de los poderosos. ?Qu¨¦ queda del 11 de septiembre? Un sentimiento de conmoci¨®n psicol¨®gica planetaria, de herida purulenta. Ahora bien, ser¨ªa un error separar ese crimen de la barbarie que se ha extendido desde entonces por el mundo. Lo primero que hay que reconocer, de una vez, es que estamos en guerra. La guerra est¨¢ ah¨ª, en medio de nuestras vidas. Es una guerra pol¨ªtica, militar, cultural y econ¨®mica. Y ha instaurado en todas partes su ley, que es la fuerza.
Cuando chocaron los dos aviones contra el World Trade Center, nos sobrecogi¨® la audacia, el incre¨ªble desaf¨ªo contra la mayor potencia de la Tierra. No pensamos inmediatamente en los inocentes que ard¨ªan dentro de las torres, aquellos palacios del consumo convertidos en altares expiatorios. Algunos, conscientes de los terribles rencores acumulados contra la pol¨ªtica estadounidense en el mundo, gritaron: "?Ten¨ªa que pasar!". No es que lo aprobaran, por supuesto. Pero s¨ª se?alaban el trasfondo de la matanza. Otros, hoy se puede decir sin incitar a la rebeli¨®n, dejaron entender que hab¨ªan tenido una especie de sentimiento de justicia, quiz¨¢s incluso de alegr¨ªa. Con esa matanza, los estadounidenses comprender¨ªan lo que les ocurre a otros pueblos cuando ellos les bombardean con tanta impunidad. Todos o¨ªmos frases de este tipo entre los que nos rodean. ?Por qu¨¦ ocultarlo? Sin embargo, esa actitud no dur¨®. Todo el mundo tuvo que asumir la realidad: aquello era un crimen, inevitable o por venganza, pero un crimen abominable contra personas inocentes. Aquel suceso desbordaba cualquier an¨¢lisis racional. Estados Unidos design¨® inmediatamente al culpable e invadi¨® Afganist¨¢n. Bin Laden huy¨®. A la comunidad internacional no se le consult¨® sobre aquella guerra. La ONU qued¨® al margen. El Gobierno estadounidense s¨®lo le permiti¨® aprobar el castigo. El resto del mundo cerr¨® los ojos. El r¨¦gimen talib¨¢n era indefendible y espantoso y, sobre todo, ya no controlaba su propio territorio. Hasta los m¨¢s incr¨¦dulos se dejaron atraer all¨ª por las sirenas que exig¨ªan justicia al estilo de los cowboys.
Pero luego, todo cambi¨®. Vimos salir de la sombra a dirigentes que dec¨ªan que hab¨ªa que ir a la guerra. La guerra contra los terroristas y contra quienes se negaban a combatir el terrorismo por cualquier medio. La civilizaci¨®n necesita que haya leyes, y exige que, si queremos que prevalezca el Estado de derecho, empecemos por respetarlas nosotros mismos. Y, a la inversa, afirma -en contra del maquiavelismo de los poderes- que determinados m¨¦todos refuerzan el terrorismo, le proporcionan el aliento de injusticia del que se nutre.
Pero el presidente Bush no compart¨ªa esa opini¨®n. Su equipo y ¨¦l ten¨ªan otros planes en mente. El primero de ellos: ir a la guerra. De modo que, como en una mala novela policiaca, empez¨® a tramar su intriga. El terrorismo se convirti¨® en un enemigo, al principio abstracto, cuya mera evocaci¨®n lit¨²rgica en las misas televisadas del poder deb¨ªa suscitar la adhesi¨®n ciega de los ciudadanos "amenazados". Sin embargo, eso no era suficiente. Hac¨ªa falta un gran culpable real. Con Bin Laden huido, estaba Sadam Husein, que s¨ª ten¨ªa un domicilio. El dictador pose¨ªa todas las cualidades necesarias para servir de chivo expiatorio. Y, sobre todo, estaba sentado sobre miles de millones de barriles de petr¨®leo que Estados Unidos, el pa¨ªs del derecho y la libertad, codiciaba desde hac¨ªa mucho. As¨ª pues, Irak. Bob Woodward, en su libro La guerra de Bush, muestra con un aterrador lujo de detalles c¨®mo orquestaron los m¨¢ximos dirigentes estadounidenses esta operaci¨®n de desplazamiento del miedo engendrado por el 11 de septiembre hacia Irak. Ya ten¨ªan la presa. Los muertos del 11 de septiembre ten¨ªan que justificar la aventura. Y vimos avanzar al rodillo de la mentira de Estado con la fuerza de un hurac¨¢n. Sadam, al que ya s¨®lo se llamaba por su nombre -como si fuera necesario que la humanidad le negara el apellido-, "Sadam" ten¨ªa armas de "destrucci¨®n" masiva. Al parecer, se dispon¨ªa de pruebas. Financiaba el terrorismo. Tambi¨¦n dec¨ªan disponer de pruebas. Por consiguiente, hab¨ªa que destruirle.
Ante los ojos llenos de l¨¢grimas del pueblo de Estados Unidos, utilizaron el 11 de septiembre para justificar una guerra contra un pa¨ªs del que, en realidad, todo el mundo sab¨ªa que no ten¨ªa nada que ver con los atentados y que, de hecho, era enemigo declarado del integrismo isl¨¢mico. Pocas veces se hab¨ªa visto tal manipulaci¨®n en un pa¨ªs democr¨¢tico. Los plum¨ªferos al servicio de Washington en todo el mundo se situaron en orden de batalla en los medios de comunicaci¨®n y, bajo la bandera de los derechos humanos, reclamaron la sangre iraqu¨ª.
Sin embargo, la opini¨®n p¨²blica mundial descubri¨® enseguida la pat¨¦tica mentira. Y entonces asistimos a una escena que ha quedado grabada para siempre en la memoria de los que vivieron la tragedia: en todas partes, el pueblo dec¨ªa a sus dirigentes que no era imb¨¦cil, que sab¨ªa d¨®nde estaba el derecho. Una victoria inmensa de la ciudadan¨ªa mundial, la primera comuni¨®n de la solidaridad de los pueblos en la ¨¦poca de la globalizaci¨®n liberal. Todos comprendieron que el objetivo de los estadounidenses era el petr¨®leo, que su olor emponzo?aba las tumbas de los muertos en el World Trade Center. En Europa, Francia y Alemania asumieron el mensaje y se negaron a someterse a los deseos de Washington. La ONU rechaz¨® la violaci¨®n del derecho internacional. Pero la invasi¨®n se produjo. Y la segunda lecci¨®n que podemos extraer de la utilizaci¨®n aberrante del 11 de septiembre es que esta guerra en la que todos estamos ya implicados la provocaron los dirigentes estadounidenses al invadir Irak.
Por supuesto, las aterradoras consecuencias de la invasi¨®n de Irak no anulan la solidaridad con las v¨ªctimas del terrorismo en Estados Unidos. Las cubre con un manto de desesperaci¨®n. Porque Irak se ha convertido en terreno de sangre, fanatismo religioso, terror irracional. Estamos volviendo locos a los iraqu¨ªes, que, despu¨¦s de largos a?os de dictadura, hoy se encuentran en manos de bandas de saqueadores y ocupantes embrutecidos. En la actualidad se libra una verdadera guerra de liberaci¨®n nacional, y los estadounidenses la han perdido. Pero no son ellos los que saldr¨¢n debilitados y destrozados. En Estados Unidos, el 11 de septiembre ha provocado un grave retroceso de los derechos humanos. A los ¨¢rabes y musulmanes, gracias a la propaganda machacona del poder en los medios de comunicaci¨®n, se les considera enemigos en potencia. Es cierto que hoy, cuando ya han conseguido echar mano al petr¨®leo iraqu¨ª, Bush reconoce que minti¨®, que no hab¨ªa armas de destrucci¨®n masiva, y que falta mucho para solucionar el l¨ªo de Irak. ?Pero sirve de algo?
Los votantes estadounidenses lo dir¨¢n el pr¨®ximo mes de noviembre, en el momento de las elecciones presidenciales. Ahora bien, de lo que no hay duda es de que la solidaridad que se mostr¨® hacia Estados Unidos tras el 11 de septiembre ya no es como era. Se ha vuelto amarga. No ha desaparecido del todo, pero son muchos, en todo el mundo, los que conf¨ªan en que los estadounidenses se deshagan del equipo dirigente actual. Bush ha arruinado la solidaridad. Sin justificar el 11 de septiembre, en el mundo -y en el propio Estados Unidos- hay muchos que consideran que el pa¨ªs norteamericano tiene una gran parte de responsabilidad en lo que le sucede. Ya conocemos la excusa: el 11 de septiembre les traumatiz¨®, nos dicen. Pero ?por qu¨¦ tienen que pagarlo los iraqu¨ªes bombardeados, torturados e inocentes?
Nos encontramos en una cadena espantosa. La impresi¨®n dominante es que los integrismos se alimentan mutuamente y se ponen de acuerdo para imponer un mundo ca¨®tico. ?Durar¨¢ esta situaci¨®n? Algunos dicen que s¨ª. El caos, este caos, es la forma de dominaci¨®n que necesita hoy el imperio americano para fundamentar su fuerza. ?C¨®mo vamos a pretender que un pa¨ªs cuyo d¨¦ficit se aproxima a los 550.000 millones de d¨®lares, cuya deuda exterior es la mayor del mundo (seis billones de d¨®lares), cuyo presupuesto militar (superior al de todos los pa¨ªses desarrollados juntos) est¨¢ totalmente financiado por el ahorro mundial, cuya moneda no est¨¢ sometida a ning¨²n control internacional y dicta la ley en todos los mercados financieros... c¨®mo vamos a pretender que ese pa¨ªs acepte unas reglas y se sujete a derecho? Se trata de un pueblo que vive por encima de sus posibilidades y que, junto con Irak y Arabia Saud¨ª, posee las mayores riquezas energ¨¦ticas de la Tierra. ?Acaso va a renunciar a su forma de vida a cr¨¦dito (no reembolsable) y a la energ¨ªa por la cara bonita de Europa, China, Rusia y el derecho? Hacerse la pregunta ya es responderla. ?Pero eso explica todo? Hay que ser extraordinariamente maniqueo para pensarlo. Porque la tragedia, como sabemos, sobrepasa con creces estos c¨¢lculos miserables.
Lo m¨¢s grave, aparte de la econom¨ªa, del poder del dinero, es lo que llamo el "desgarro cultural". Un desgarro como hac¨ªa mucho que no se ve¨ªa en el mundo. La primera gran globalizaci¨®n, la del capitalismo industrial a mediados del siglo XIX, tambi¨¦n supuso un desgarro semejante. El occidental quer¨ªa colonizar los pa¨ªses pobres mientras pretend¨ªa aportarles la "civilizaci¨®n" y el progreso. Hoy se ve el resultado: todav¨ªa son pobres y est¨¢n alejados del progreso. A cambio, hizo que los pueblos adquirieran una conciencia ferozmente nacionalista, que ni siquiera unas clases dirigentes aut¨®ctonas, siempre dispuestas a hacer componendas con el invasor, pudieron aplacar. La aventura de la presente globalizaci¨®n liberal es del mismo tipo. Pretende avanzar en nombre de la democracia y los derechos humanos cuando, en realidad, a veces, favorece a poderes ileg¨ªtimos para apoderarse de las riquezas de esos pa¨ªses o de sus posiciones estrat¨¦gicas, de modo que conduce inevitablemente al ascenso del odio y un nacionalismo nuevo, posnacionalista, por as¨ª decir, religioso, sobre todo en los pa¨ªses musulmanes. Estos pa¨ªses est¨¢n en el centro de los dos grandes focos de enfrentamiento: el control del petr¨®leo, condici¨®n sine qua non del modelo de civilizaci¨®n productivista y no duradera, y el conflicto palestino-israel¨ª, un conflicto t¨ªpicamente colonial en el que queda al desnudo c¨®mo se infravalora el mundo musulm¨¢n. Occidente est¨¢ dispuesto a todo con tal de conservar su modelo econ¨®mico de vida, Estados Unidos utiliza c¨ªnicamente a Israel para meter en cintura a Oriente Pr¨®ximo. Toda esta guerra se ha radicalizado ahora con la invasi¨®n de Irak. La "palestinizaci¨®n" de toda la regi¨®n implica una guerra de identidad que no parece que vaya a apagarse pronto. No es ninguna provocaci¨®n decir que hoy, en todo el mundo ¨¢rabe-musulm¨¢n, la ideolog¨ªa islamista se ha hecho espont¨¢neamente mayoritaria, aunque eso no se traduce en la adhesi¨®n a los b¨¢rbaros m¨¦todos de las sectas terroristas. Sin embargo, ah¨ª est¨¢ el resultado: en estos pa¨ªses, si se aplican las normas de la democracia, con elecciones libres, acceder¨¢ al poder democr¨¢ticamente una versi¨®n dura del islam. Son unos pueblos abrumados, agotados, por a?os y a?os de dictadura, dominaci¨®n y humillaci¨®n. S¨®lo les queda la desesperaci¨®n: hoy, la de los terroristas suicidas palestinos o los combatientes iraqu¨ªes. ?Ma?ana, de qui¨¦n ser¨¢?
Este desgarro afecta a la identidad y la humanidad. Nuestra impotencia ante ¨¦l s¨®lo puede encontrar salida en una toma de conciencia moral y en el largo esfuerzo de solidaridad que debemos afrontar para recuperar el hilo de un reconocimiento mutuo. Es posible que, de este desastre, surja una generaci¨®n moral. Esa generaci¨®n que hizo o¨ªr su voz -m¨¢s que en ning¨²n otro sitio- en las ¨²ltimas elecciones celebradas en Espa?a. Es posible. Pero no podemos conformarnos con la incertidumbre. Tenemos que construir otro mundo. Primero, en Europa, porque la "vieja" Europa, con su cultura, puede reconducir por el camino de la civilizaci¨®n a un Estados Unidos tentado por la barbarie. Ahora bien, para ello, Europa debe inspirar confianza a los ciudadanos, con una postura independiente, europea y no atlantista. Hace mucho que termin¨® la Segunda Guerra Mundial. No vayamos con una guerra de retraso. Los actores han cambiado. Y la defensa del derecho es tambi¨¦n asunto de Europa. Debemos mantenernos del lado de la justicia, porque es la mejor garant¨ªa contra la inseguridad. Para aplicarla, ante todo, a los palestinos y los iraqu¨ªes. Es la condici¨®n necesaria para la solidaridad. Y tiene que abarcar con un mismo impulso el recuerdo de los ciudadanos estadounidenses sacrificados, los palestinos e israel¨ªes atrapados en la tormenta, los iraqu¨ªes en busca de la libertad y la dignidad y las poblaciones civiles de Chechenia y Rusia. Es una propuesta idealista. Es verdad. Pero ?acaso ha vencido alguna vez la humanidad a la barbarie de otra forma que enfrent¨¢ndose con los valores de la civilizaci¨®n?
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