El rebuzno
Le¨ª en EL PAIS un art¨ªculo de Javier Tusell, Rarezas y escaramuzas (19-9-2004). De ah¨ª extraigo la cita siguiente: "La pretensi¨®n catalana de ofrecer una soluci¨®n global para el problema de Espa?a, lejos de ser vista como algo positivo y generoso es percibida como una intromisi¨®n con ventajas matuteras ocultas. La negativa a la concesi¨®n de la etiqueta 'nacionalidad hist¨®rica' constituye para muchos, una afrenta sumada a un atraco".
El se?or Tusell se refiere, como ya habr¨¢ pensado el lector, a la cuesti¨®n territorial. Intenta, con la mejor intenci¨®n, que lo que son an¨¦cdotas no sigan convirti¨¦ndose en categor¨ªas. Es de temer, sin embargo -es mi hip¨®tesis-, que hayamos llegado tarde para eso. Demasiada pasi¨®n sostenida durante demasiado tiempo. En el cuento del rebuzno, Cervantes cuenta la historia de dos aldeas enfrentadas hasta el punto de salir ambas en batalla a campo abierto. Tiempo atr¨¢s, dos regidores de uno de los pueblos hab¨ªan salido en busca de un asno perdido por uno de ellos. Ya en el monte, convinieron en dividirse y rebuznar ocasionalmente para as¨ª atraer al burro con mayor eficacia. Result¨® que ambos rebuznaban tan bien, que cuando lo hac¨ªa uno acud¨ªa el otro, creyendo que el animal era hallado. Finalmente lo encontraron comido de lobos, pero la pericia de ambos en el rebuzno se extendi¨® por su aldea y otras vecinas. "No rebuznaron en balde el uno y el otro alcalde". De ah¨ª a la guerra.
En el origen de los conflictos pol¨ªticos, incluso b¨¦licos, existe una porci¨®n de rarezas y escaramuzas, de banalidades equiparables a las que dan lugar al cuento del rebuzno. Decir que las guerras entre Francia y Alemania estallaron en raz¨®n de una antipat¨ªa mutua ser¨ªa una inaceptable simplificaci¨®n de la historia. Negar que este factor no a?adi¨® le?a al fuego, nos hace sonre¨ªr. En realidad, los dirigentes belicosos de ambos bandos, contaban con ¨¦l. Un pensador pol¨ªtico norteamericano habla de la "vieja Europa" y genera irritaci¨®n y encono entre la ¨¦lite culta de este lado del Atl¨¢ntico. Menudencias as¨ª, abundadas y sostenidas, bastar¨ªan para dividir en dos mitades la misma civilizaci¨®n. El p¨¢rrafo de Tusell es correcto, excepto en lo de la generosidad, inexistente en una democracia de partidos pol¨ªticos. No existir¨ªa aunque se quisiera, pues lo que unos considerar¨ªan generoso, ser¨ªa utilizado en su contra por los adversarios.
El problema del art¨ªculo del se?or Tusell es que est¨¢ dirigido, precisamente, a la barbarie culta. "Claro est¨¢ que no pedimos una literatura preb¨¦lica, para consumo de masas m¨¢s o menos enardecidas. Pero el hecho es que esas masas, en su acepci¨®n de n¨²mero, son muchos millones y votan. Desde este punto de mira hay que considerar la cuesti¨®n magn¨ªficamente ejemplificada en el cuento del rebuzno. Don Quijote quiere mediar y les lanza a los combatientes un estupendo discurso sobre la justicia de una guerra. Una inoportuna interferencia de Sancho basta para que el mediador salve la piel emprendiendo la huida.
Existe en este pa¨ªs un Gobierno central, existe una oposici¨®n dur¨ªsima y existen unas autonom¨ªas que quieren ver incrementados ambos, su poder y su influencia. Pero existe tambi¨¦n una opini¨®n p¨²blica; por cierto, tan mal o peor informada como en otras partes, lo que no hace sino agravar el estado de cosas. Pues es la opini¨®n p¨²blica la que, en definitiva, da y quita el poder. Uno lee a menudo art¨ªculos en los que las personas m¨¢s enteradas e inteligentes -entre las que incluyo a Tusell- diagnostican sin tener en cuenta el factor que a m¨ª me parece clave, la opini¨®n p¨²blica; pues mal que nos pese, ¨¦sta es un reflejo bastante exacto de lo que dir¨¢n las urnas.
Ni quito ni pongo rey en la cuesti¨®n catalana, aunque dando por sentado que la raz¨®n hist¨®rica, sin eximir de culpa a Catalu?a, se inclina a su favor. Pero tambi¨¦n la historia perpet¨²a y endurece los odios y a menudo hace pagar a la v¨ªctima dos veces por el mismo agravio, cuando no aniquila al pecador. Pero es que no se trata de eso, sino, e insisto, de la opini¨®n p¨²blica. Sobre ¨¦sta influye enormemente, manipulaciones aparte, el m¨¦todo reivindicativo. Si Pujol se ha pasado a?os gritando para que todos le oyeran que "un catal¨¢n no tiene m¨¢s patria que Catalu?a", cabe decir que su m¨¦todo reivindicativo para obtener los fines perseguidos, es del todo contraproducente, un error que traer¨¢ cola. Puede pedirse que la Sanidad catalana se incluya en los presupuestos generales del Estado y no en la v¨ªa corriente, pues ni la oposici¨®n m¨¢s dura podr¨¢ sacarle demasiado jugo a eso; pero pedir un deporte catal¨¢n independiente (a escala internacional) y eso apenas pisado el poder, es del mismo orden que la ret¨®rica de Pujol, es decir, un ca?onazo tras otro a la l¨ªnea de flotaci¨®n de la esfera sentimental del pueblo. Puede que la oposici¨®n, esgrimiendo la presencia de Carod Rovira en el tripartito, no vaya muy lejos, aunque un hecho neutro, no ser¨¢. Pero si Rajoy es m¨¢s inteligente que astuto, invocar¨¢ a troche y moche ese desd¨¦n, ese desamor que se desprende de tantas y tantas declaraciones de los capitostes catalanes durante tantos a?os. Hurgar¨¢ en la herida y la sangre podr¨ªa llegar al delta de las urnas. El poder machaca todo otro sentimiento.
Por eso, el art¨ªculo del se?or Tusell no da en el grano. "...el hecho es que nunca un Gobierno de Catalu?a ha estado m¨¢s cercano al talante del espa?ol...". Bien cierto; tanto que si las pr¨®ximas elecciones generales le aportan una nueva victoria al actual Gobierno, ser¨¢ a pesar del peligro que ense?a el cuento del rebuzno. El pueblo, el espa?olista y el simplemente espa?ol, no sabe nada de la Semana tr¨¢gica ni de Almansa; a mayor abundamiento, suele admirar (con frecuencia a su pesar) a Catalu?a. Pero aunque se admire, no se vota a quien no nos quiere; se necesita para ello mucha grandeza de coraz¨®n. Es el agravio, aunque sea injusto, lo que perdura.
As¨ª que por mucha raz¨®n que crean tener o tengan, Maragall y su elenco har¨¢n bien en prodigar el b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s, cuidando de que siente como a don Quijote, no como a Sancho. No importa tanto que la p¨®cima sea fingimiento. Lo es incluso el amor, aunque no lo sepamos.
Manuel Lloris es doctor en Filosof¨ªa y Letras.
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